Ahora que está acabando el año, y echamos la vista atrás para mirar de reojo los descosidos, sufrimos de la tediosa afección de ver nuestra vida como un puzzle. Nos empeñamos en buscar a alguien que encaje, que nos complemente, cuando en realidad lo que necesitamos es encontrar a quien nos acepte con las piezas que nos faltan y nos ayude a sostener la aguja para enhebrar el hilo y coser los pedazos rotos. Que nos haga mirar hacia delante sin miedo, y comprobar que no resulta tan amargo el sabor de las cenizas. Tenemos que aprender a estar solos para darnos cuenta de que en determinados momentos necesitamos a alguien a nuestro lado, de que la vida cobra más sentido cuando tienes a tu alrededor personas con las que compartirla. Al final, por muy exigentes que queramos ser a la hora de elegir nuestra compañía llega un momento en el que resulta absurdo. Hasta las diosas necesitan que alguien les lama las heridas. Hay un tipo de personas a las que yo denomino "personas-lista". Personas de esas que conforme las vas conociendo te vas dando cuenta de que si tuvieras que redactar una lista con esos llamémosles rasgos, cualidades, detalles que te gustaría que tu alguien tuviera, quedarían perfectamente definidas en ella. Todavía no me ha dado por echar mano de papel y bolígrafo, ni lo voy a hacer, por el momento, pero en vista de que el año se acaba, de que no quiero saber nada de puzzles y puestos a ser sinceros con uno mismo, tengo que reconocer que últimamente empiezo a pensar, sin querer, que es lo que más me preocupa, que mi diccionario personal debería de tenerte en cuenta en sus futuras definiciones.
Decía John Lennon que la vida es eso que sucede mientras estás ocupado haciendo otros planes, pero cuando se trata de sentimientos los seres humanos estamos hechos para no poder planificar nada. De lo que estoy segura al menos es de que la distancia nunca entra en ningún plan. Ni el final precipitado, en el comienzo, ni esas ganas colgadas sin cobertura, que nos llevan sin llevarnos a esperar en ninguna parte. Nos preguntamos qué es lo que falla, si nosotros o el mundo, qué financió nuestros sueños con intereses. Nos asaltan las dudas, y esa extraña sensación de que nos gustaría rectificar. Haber dicho "quédate un poco más" cuando dijimos "vuelve pronto", o "soy un completo idiota y un orgulloso, se me da fatal hablar de sentimientos" cuando dijimos "adiós". No sabemos superar algunas fotografías, algunos recuerdos, algunos hechos. A veces nos queremos queriendo ser tiritas los unos para los otros, con ese "Tú querías curarme y yo quería no hacerte daño", pero acabamos siendo como esas propuestas electorales que nunca se cumplen: Papel mojado encima de la mesa. Cuando estamos demasiado rotos no sabemos querer, sólo desear que alguien nos quiera sin pisar nuestros propios pedazos, porque en el fondo somos conscientes de que hay determinada gente que nos hace ser mejores personas cuando están a nuestro lado. Pero mientras nos cosemos nos damos cuenta de que estamos más rotos de lo que pensábamos, y cuando conseguimos recomponernos a nosotros mismos y comenzar a caminar de nuevo nos da miedo girar la cabeza para ver todo lo que dejamos atrás. Sin embargo lo mejor que podemos hacer es continuar hacia delante, que aunque el suelo esté frío y nuestros pies descalzos, el tiempo lo cura todo, y llegará el día en el que no te haga falta anestesia, en el que te pares un instante y te digas a ti mismo: "Ya no duele". Porque más tarde o más temprano la cicatriz se acaba cerrando, sin tiritas, sin heridas, y sin grapas.