martes, 26 de agosto de 2014

Acuérdate de soltar el vaso.

Estábamos a punto de dar la sesión por finalizada, cuando Yolanda se acercó hacia la pequeña mesita de la esquina y levantó un vaso lleno de agua hasta la mitad. Imagino que en aquel momento todos pensamos en la típica pregunta de ¿Cómo veis el vaso, medio lleno o medio vacío? Sin embargo, ella preguntó: "¿Cuánto creéis que pesa este vaso?" Uno por uno fuimos contestando, en un rango de estimaciones de entre doscientos y trescientos gramos. Yolanda dibujó en su rostro una leve sonrisa, se acercó hacia nosotros, y respondió: "El peso absoluto no es importante, depende de cuánto tiempo lo sostengo. Si lo sostengo durante un minuto no tendré ningún problema. Si lo sostengo una hora, me dolerá el brazo, y si lo sostengo un día entero mi brazo se entumecerá y paralizará. El peso real del vaso no cambia, pero cuanto más tiempo lo sujeto, más pesado, y más difícil de soportar me resulta. Nuestros planes de futuro y las preocupaciones de nuestro día a día, en especial las relacionadas con los sentimientos, son como este vaso de agua. Si piensas en ellas durante un rato, no pasa nada. Si piensas un poco más comienzan a molestar, incluso doler, pero si piensas en ellas constantemente a lo largo del día, acabarán paralizándote, y te impedirán seguir adelante y disfrutar de cualquier otra cosa. Por eso, sea cual sea tu preocupación, tu estado de ánimo y el momento de tu vida en el que a nivel emocional te encuentres, de vez en cuando, y aunque en ocasiones resulte complicado, acuérdate de soltar el vaso.



miércoles, 20 de agosto de 2014

Hermosa taquicardia.

Imagina que por un día amaneces sin el molesto y rutinario sonido del despertador, sin legañas en los ojos ni rasguños en el alma. Imagina que es domingo y sonríes sin querer al recordar que anoche la viste, y que vas a volver a verlao mejor aún, que al despertar desnudo entre tus sábanas descubres que ella también está enredada en ellas. Imagínate feliz en una cama sin agobios, sin problemas, sin censuras...sin nada. Imagina que aparece de pronto frente a ti, con la ropa puesta pero sin ganas de llevarla. Imagínate que hacéis el amor en el coche aunque estéis a cien metros de su casa, porque no podéis con las ganasY ya puestos a elegir imagina que esa chica soy yo, en lugar de ella, que esta página es mi mano, que estas letras son mi voz bajando por tu cuello. Tal vez así podamos estar juntos en algún otro lugar, y no solo en el que se respira entre estas líneas, con el que no me queda más remedio que conformarme mientras tú abrazas otro cuerpo que no es el mío, y yo siento el absurdo nudo que se nos forma a las mujeres en el estómago con el "qué tendrá esa, que no tenga yo".  Dicen que el tiempo siempre pone todo en su sitio, pero precisamente a base de tiempo me he dado cuenta de que el "sin ti" me parece un idioma que de momento no quería aprenderme. Y sí, es complicado retener a alguien a tu lado cuando tu lado es como una película en blanco y negro, mientras ahí afuera hay toda una primavera de colores, pero que alguien me explique cómo se hace, cuando por fin consigues que tus heridas cicatricen y encuentras una caja de mil pinturas, eso de quedarse sentada de brazos cruzados, como si la vida fuese una película que ver sola en una sala de cine vacía, aguantándote las ganas de darle una patada a la cámara haciendo saltar todas las piezas de golpe. Lo único que queda es pensar que el destino siempre nos sorprende cuando menos lo esperamos, que las cosas que realmente merecen la pena, si tienen que llegar, llegan, y si tienen que volver, vuelven, nunca es tarde para ellas. Y mientas haya una posibilidad, media posibilidad entre mil millones de que así sea, tiene sentido creer en ella.



viernes, 8 de agosto de 2014

Pólvora.

Nadie mejor que Leiva para describir ese momento en el que le estás diciendo a alguien con la mirada: Aléjate de mí, porque no te quiero ver más. Y la manera más cavernícola de decirlo, es gritándolo, aunque sea en silencio: No te quiero ver más. ¿Cuántas veces al cerrar los ojos, justo antes de quedarte dormido, has pensado en eso de…Ojalá pudiera volver atrás en el tiempo, y hacer las cosas de manera diferente? Ni mejor ni peor, simplemente de manera diferente. ¿Y cuántas de esas veces, has despertado al día siguiente con la misma sensación? Qué ingenuo pensar que sacar a alguien de tu cabeza pueda ser tan fácil como esperar a que amanezca por la mañana. Yo lo hice. Me quedé esperando aquella madrugada, por si acaso volvías. Y al día siguiente, a pesar de la resaca, aún me sabía tu nombre. Podía cantarlo incluso. Lo hacía canción por si alguien me pedía que le hablase de lo bonita que es la música. Lo cierto es que te hice arte, y desde entonces fui la mejor artista. Luego dijiste eso de que los sentimientos no saben nada del tiempo, pero cuando aprenden algo te puede caber en un café, y le diste un último sorbo a tu taza. No voy a engañarte, no dejar irse a quien ya se ha ido me parece la forma más cobarde de no querer reconocer que nos odiamos a nosotros mismos. Y de nada sirve separarse, porque no se arregla nada, no se cierra nada, no se acaba nada. En esa angustia no queda más remedio que recaer, regresar al epicentro del dolor en busca de respuestas. El viaje de vuelta mantiene los miedos, pero al menos ofrece un jamás al que aferrarse. Un jamás provocado por nuestra incapacidad de sacarnos los fantasmas de las tripas. Lo sabíamos, y lo confirmamos: El problema está en la ambigüedad. Lo que mata al sentimiento es el sentir a medias, la T y la Z que delimitan un tal vez, los fracasos disfrazados de victoria. Lo que mata al sentimiento es ese baile que a cada paso al frente le acompañan veinte hacia la espalda.  Lo dije en su momento, y lo diré siempre. Lo malo no es tropezar. Lo malo es que te guste la piedra.



martes, 5 de agosto de 2014

Tinta de novelaenconstrucción.

Ella continuó apoyada contra la pared, mirando por la ventana, dejando que las gotas de lluvia golpearan violentamente contra el cristal para acabar resbalando lentamente hasta morir en el charco que se había formado sobre la repisa de gélido mármol. Él permanecía apoyado en la mesa de madera del comedor, frotándose las manos contra su pantalón vaquero intentando limpiar inútilmente el sudor que desprendían. Se revolvió el pelo instintivamente, como hacía siempre que estaba nervioso, y en un impulsivo gesto de inusual valentía se decidió a levantar la cabeza y observarla. Ella sintió la mirada en su nuca como si le estuviera besando la frígida cabeza de un revólver. Giró el cuello lentamente hasta  clavar sus ojos sobre él, y tras permanecer unos segundos en silencio, dejó que las palabras salieran de su boca tal cual las sentía en el alma, al ritmo de los latidos de su corazón: "No sabía que hasta tus dolores podían ser tan míos. Ojalá pudiera curarte penas, borrarte agobios, evitarte heridas. Ojalá, pero no puedo. Disculparte y dar explicaciones porque te sientes culpable te reconforta a ti, no a mí. Si quieres hacer algo útil, céntrate en ordenar tus pedazos. Hace tiempo que yo me encargo de recomponer los míos, aunque hasta ahora quien quiere abrazarme sólo puede hacerlo a trocitos." Se incorporó lentamente, fría, impasible, como si todo su cuerpo estuviera cubierto por una armadura infranqueable, y tras dedicarle una última mirada totalmente indescifrable en lo que a sentimientos se refiere, dio media vuelta en dirección a la puerta de salida. Estaba a punto de abandonar la habitación cuando se detuvo de nuevo, y sin soltar el pomo se dirigió de nuevo hacia él, por última vez: "Te voy a querer toda la vida. Pero no me pidas que me quede a ver cómo no me dejas acompañarte mientras te destruyes."


domingo, 3 de agosto de 2014

Lluvia.

Cuando era pequeña me enseñaron a hacer listas para tomar decisiones. Dividía el folio en dos intentando trazar la línea más recta del mundo de las líneas, aunque siempre me torcía, y en la mitad izquierda escribía las cosas positivas que podían llevarme a aceptar algo, mientras que en la mitad derecha escribía las negativas que me llevarían a rechazarlo. Me sirvió durante varios años, esos en los que uno está lo bastante ocupado con diferenciar lo blanco de lo negro como para hacer caso a los grises. Con el tiempo las listas fueron volviéndose más complejas, pasando por qué carrera quieres estudiar, en qué ciudad quieres vivir, o quieres o no que esta persona forme parte de tu vida. Ahora ya no me sirven. Ahora espero a que llueva. Miro las nubes, observo la lluvia, y siento. Dicen que cuando llueve las personas tendemos a estar más sensibles, y quizás tomar una decisión en un momento así resulte peligroso para algunos, porque el estado de ánimo hace que hagamos más caso a nuestro hemisferio derecho del cerebro. Pero cuando deja de llover el agua arrastra consigo las dudas y el desorden, y por un instante, nos sentimos libres. Y justo en esos momentos de impulsividad y vehemencia, nos dejamos llevar por nosotros mismos, porque en esencia somos exactamente eso…todo lo que queremos ser.