Los viernes por la noche, cuando me quedo sólo, me acuesto en el sofá con la luz apagada y la manta hasta el cuello, cierro los ojos y las pongo una y otra vez. Mis canciones. Imagino que estás aquí, escuchándolas conmigo, escondida entre las sábanas y quejándote del frío. Tus pies descalzos, congelados, enlazados entre mis largas piernas, tu pelo suelto liso y revuelto, y tu espalda, que mejor no intento adornar con palabras a su lado que puedan estropearla. Qué quieres que te diga, a estas alturas. Siento debilidad por las espaldas. Si supieras la de bajoceros que cultivo en el colchón últimamente...pero sé que mis buenas intenciones no harán que mañana despierten tus zapatos a los pies de mi cama. Luego me quedo dormido, y amanezco en mitad de la noche a oscuras, buscando a tientas el mando del televisor en un intento desesperado e inútil porque la absurda tele-tienda haga desaparecer como por arte de magia a las sombras del salón, que no son sino los restos de fantasmas del pasado. Magia, eso es lo que busco. Lo que necesito. Lo que necesitamos. Estamos demasiado estancados en la rutina, en lo racional, en la falta de laxitud de ideas, de vehemencia, de ese venacomerteelmundoconmigo, hoy, aquí, ahora, y ya veremos lo que sucede mañana, cuando no nos importe el ayer. Al final el alma se corrompe, se cansa de ese agobiante "matricúlate de mis gustos, mis gestos, mis palabras y hasta de mi nombre", se siente encerrada en un cuerpo que no es libre, y no me extrañaría nada que cualquier día de estos le diese por abandonarnos antes de tiempo y salir en busca de otro mejor. Pero hoy no deja de ser viernes por la noche, y yo sigo aquí, sólo, acostado en el sofá con la luz apagada y la manta hasta el cuello. Cierro los ojos, y las pongo una y otra vez. Mis canciones. O las tuyas, ya ni sé. Al fin y al cabo todas las canciones me hablan de ti, aunque ahora es diferente, ahora suenan diferente. "Ahora disfruto del momento en el que vivo. Y del mañana nada pienso. Nada escribo."
Decía John Lennon que la vida es eso que sucede mientras estás ocupado haciendo otros planes, pero cuando se trata de sentimientos los seres humanos estamos hechos para no poder planificar nada. De lo que estoy segura al menos es de que la distancia nunca entra en ningún plan. Ni el final precipitado, en el comienzo, ni esas ganas colgadas sin cobertura, que nos llevan sin llevarnos a esperar en ninguna parte. Nos preguntamos qué es lo que falla, si nosotros o el mundo, qué financió nuestros sueños con intereses. Nos asaltan las dudas, y esa extraña sensación de que nos gustaría rectificar. Haber dicho "quédate un poco más" cuando dijimos "vuelve pronto", o "soy un completo idiota y un orgulloso, se me da fatal hablar de sentimientos" cuando dijimos "adiós". No sabemos superar algunas fotografías, algunos recuerdos, algunos hechos. A veces nos queremos queriendo ser tiritas los unos para los otros, con ese "Tú querías curarme y yo quería no hacerte daño", pero acabamos siendo como esas propuestas electorales que nunca se cumplen: Papel mojado encima de la mesa. Cuando estamos demasiado rotos no sabemos querer, sólo desear que alguien nos quiera sin pisar nuestros propios pedazos, porque en el fondo somos conscientes de que hay determinada gente que nos hace ser mejores personas cuando están a nuestro lado. Pero mientras nos cosemos nos damos cuenta de que estamos más rotos de lo que pensábamos, y cuando conseguimos recomponernos a nosotros mismos y comenzar a caminar de nuevo nos da miedo girar la cabeza para ver todo lo que dejamos atrás. Sin embargo lo mejor que podemos hacer es continuar hacia delante, que aunque el suelo esté frío y nuestros pies descalzos, el tiempo lo cura todo, y llegará el día en el que no te haga falta anestesia, en el que te pares un instante y te digas a ti mismo: "Ya no duele". Porque más tarde o más temprano la cicatriz se acaba cerrando, sin tiritas, sin heridas, y sin grapas.