miércoles, 23 de octubre de 2013

Entre lluvia.

Había comenzado a llover, pero ni si quiera eran conscientes de ello. Permanecían sentados en el mismo banco de madera que a duras penas conseguía conservar su tono de pintura verde brillante, Él sobre la parte superior del respaldo, con los pies a la izquierda de Ella, acurrucada con los brazos rodeando sus piernas y la cabeza recostada sobre las rodillas. Observaba impasible cómo las gotas de lluvia resbalaban sobre las hojas de uno de los árboles, aferrándose a sus últimos instantes de vida, para acabar precipitándose hacia el vacío y terminar de morir sobre el frío asfalto. Silencio. Quedaban muchas cosas sobre las que hablar, y al mismo tiempo ninguna. Para qué, a esas alturas. De qué serviría continuar esparciendo la mierda si nadie iba a venir detrás a recoger los pedazos, para reconstruir los restos. Ya no quedaba nada, y de nada, nunca hay restos. Él se enderezó para darle una última calada a su cigarrillo y lo arrojó con indiferencia al suelo, contemplando cómo se consumía al momento frente a ellos, cómo las cenizas vestían de luto el agua de uno de los charcos. Momento. Justo aquel quedaría grabado en su memoria para siempre. Y ambos lo sabían.

-Entonces no te quiero.-Dijo Ella repitiendo las últimas palabras de Él, sin apartar la mirada de una de esas gotas de lluvia.
-Eso parece.-Susurró sin ser capaz de mirarla. El silencio volvió a ser protagonista de la escena durante unos cuantos segundos más. De pronto Ella estiró con decisión sus piernas, se levantó del banco y se agachó para colocar bien los bajos de sus pantalones. Lentamente se incorporó de nuevo, clavando su mirada de miel en los ojos de él, mezclándola con rabia y pena.

-Te voy a querer toda la vida.-Dijo al fin.- Pero no me pidas que me quede a ver cómo no me dejas acompañarte mientras te destruyes.

Él no tuvo tiempo de responder. Ella ni si quiera esperaba una respuesta, ni la quería, ni la necesitaba ya. Dio media vuelta, y con las manos en los bolsillos de su cazadora de cuero negra dejó que sus botas hicieran crujir la alfombra de hojas secas con sus pasos, y se alejó caminando tranquila, volviendo a sentir la lluvia, volviendo a sentir el frío...y por primera vez en mucho tiempo, volviendo a sentirse viva.

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