lunes, 22 de diciembre de 2014

Tinta de domingo.

Esperanza: Estado de ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos. 

Frustración: Sentimiento generado tras dejar sin efecto un propósito contra la intención de quien procura realizarlo. O dicho de otra manera...Lo que se siente cuando la pierdes.

 
Y en contra de lo que uno espera...las finales, no sólo se juegan. Las finales, también se pierden.




domingo, 21 de diciembre de 2014

Amor y otras drogas.

Todos esos, que tanto dicen quererse, que se llenan la boca de esas siete letras que tan poco ocupan, y tanto significan. Todos esos ignorantes que desgastan la palabra osadamente, todos ellos, no tienen ni la menor idea de lo que significa. No saben lo jodidamente difícil que es querer. Pero querer de verdad, no a medias tintas, ni de boquilla, no querer a ratos, o a temporadas. Querer como estado natural, como sentimiento puro e íntegro que un día tenace dentro y no hay manera de controlarlo. Querer es como coger aire y colmarte por dentro, y al expulsarlo sentirte llena de vida, de energía, plena. Querer es sentir cómo todas las conexiones neuronales dejan de funcionar de golpe cada vez que te abraza o te besa, o simplemente cada vez que le sientes cerca. Querer es sonreír sin motivo aparente, es pensar en la otra persona antes que en uno mismo. El problema viene cuando uno quiere, y deja de ser querido. Eso es algo que aunque te lo contaran en la mejor novela de la historia o en la mejor película del mundo, no serías capaz de entenderlo si no lo has sentido antes. Si no has sentido ese dolor incontrolable en el pecho, que parece que se te va a salir algo muy fuerte de dentro, atravesándote el corazón de lado a lado de un solo golpe. Y duele. Duele como si todos los huesos de tu cuerpo se retorcieran, haciéndote escuchar a tus entrañas crujir mientras respiras. Como amanecer desnudo en plena tormenta de verano y sentir las gotas de lluvia arañándote la piel, como un pitido ensordecedor que te penetra en los oídos a punto de reventarte los tímpanos, sin llegar a hacerlo. Como el ardor de las llamas de un incendio que te recorre el cuerpo y se detiene en el alma, regodeándose en las cenizas y esparciéndolas por todas partes, en todas las direcciones posibles. Como sumergirte en una bañera de hielos donde apenas puedes respirar, pero no te ahogas del todo. Y no te ahogas, porque morir de amor sería un final demasiado bonito para tanto dolor. Hasta que un día, de repente, dejas de sentir. La lluvia para, el hielo se derrite, el incendio se apaga, el pitido cesa. Y llega el silencio, llega la calma...llega la paz. Es entonces, y sólo entonces, cuando podrás permitirte el lujo de recordar. Y lo mejor de recordar una vez superado el sentimiento es, que puedes regresar cuando quieras, cuando a ti te de la gana, sin sufrir. Y nada ni nadie podrá arrebatarte eso.


lunes, 8 de diciembre de 2014

Miedo por dentro.

Hace poco leí en alguna parte, eso de que los días grises parecen más libres, porque no te obligan a ser feliz. Es por eso que a veces no estoy bien, pero sonrío. Es por eso que a veces me siento acojonadamente sola. Es por eso que intento romperme, aunque sólo pueda disolverme en lágrimas. Es por eso, por todas esas cosas que no se pueden contar. Cada domingo que quedo contigo, bailando restos de alcohol entre mis sábanas, cierro los ojos con la esperanza de que mañana suene el despertador, y al abrirlos de nuevo en la resaca, no te vayas. Y es que de todas mis dudas, sin duda, tú fuiste la mejor. Pero siempre tengo esa tonta necesidad de cargarme con mil cosas y llegar tarde a todas partes, soy impuntual por naturaleza, de pensamiento y de alma, qué le vamos a hacer. Siempre será hace una hora, una semana o un mes. Hace un minuto, o simplemente hace tan solo un segundo. Porque una vez más, llegué tarde, y una vez más, no pudo ser. Y aquí estoy, negándome a perderte, de la misma manera en la que el mar se niega a abandonar la orilla, a pesar de la cantidad de veces que le obligan a alejarse. Pero qué me decís de lo jodidamente bonito que resulta sentir que al final, a pesar de todo, en su resaca, las olas regresan a la orilla. Que sí, que todo viene, todo pasa, todo cambia...y todo vuelve. El reloj de mi alma siempre ha ido con retraso, y puede que llegase tarde algún día, pero te aseguro que llegué...y te aseguro: Volveré.

lunes, 1 de diciembre de 2014

Mum, I want a motorbike.

Cuando los primeros rallos de sol entraron por las rendijas de la ventana de madera, Víctor comenzó a abrir los ojos lentamente. Tomó aire, y sintió cómo ese olor inconfundible se adentraba en lo más profundo de sus pulmones, colmándolos de oxígeno puro, de frescura, de vida. No había duda: La primavera había llegado.

Víctor era un chico peculiar, de esos que a simple vista no suelen pasar desapercibidos. Guapo, sí, pero no guapo de los de portada de revista, no guapo vacío. Tenía algo especial en su mirada, algo que sin conocerle despertaba curiosidad, despertaba interés en ese quéhabrámásallá. Era uno de esos tipos con una sonrisa llena de hoyuelos, que cada vez que la mostraba te daban ganas de sonreír a ti también. Había algo diferente en su forma de caminar, en sus maneras, como si a su paso alguien fuera extendiendo una alfombra roja y miles de flashes le deslumbran por el camino…y sin embargo él no se diera cuenta. Su forma de vestir, y de desvestirse, aunque eso creo que sólo me lo imagino, pero estoy segura de que tiene que ser así, tal cual lo veo en mi cabeza. Y su voz. Su voz y su forma de hablar, su forma de expresarse, daba tranquilidad, generaba confianza…generaba paz. La manera en la que se revolvía el pelo, su pelo, despeinadamente peinado, sin orden ni gobierno y ordenado al mismo tiempo. La música que escuchaba. Y sus manos. Sus manos llenas de venas, y lo que era capaz de hacer con ellas. Sus ideas, su creatividad, esa facilidad que tenía para crear un algo de la misma nada, esa imaginación que le desbordaba por los poros de la piel y esa osadía que mostraba ante la hoja en blanco. La inspiración que transmitía, la sensibilidad que dejaba ver tras la armadura y la máscara, a veces. Su discreción, y su engañosa timidez, que yo nunca me la creí, pero a veces no era capaz de adivinar lo que escondía detrás de ella, lo que le pasaba por la cabeza. O por el alma, que al fin y al cabo me interesaba más. Me importaba más. Así era Víctor, un guapo con miga, que digo yo.

Aquella mañana se había levantado de buen humor. Tras una ducha de agua fría y un par de tostadas acompañadas de un café recién hecho, bajó al garaje en busca de su pequeña Vespa, para tomar rumbo hacia casa de su prima Nicole. Le costó unos minutos conseguir que arrancara, pero tendía a darle esos sustos de vez en cuando. Al final, siempre cedía ante sus encantos…o él ante los de ella. Adoraba aquella moto. En realidad cualquiera, según él era cuestión de sentirlo, quien lo ha sentido lo entiende y quien no seguramente no lo llegue a entender nunca. La primera vez que montó en una moto tenía menos de cinco años. Fue con el abuelo de su prima, y con ella. Nicole era un par de años mayor que él, pero desde siempre Víctor había sentido cierto instinto protector hacia ella. Para él era como una hermana pequeña. De aquella moto sólo recordaba ya el color, rojo desgastado, el velocímetro analógico cuyos números apenas lograba distinguir, y la lona negra llena de polvo que la recubría mientras descansaba aparcada en el gallinero de la finca. No tenía constancia de cuánto duró el paseo, imagina que porque a esas edades nunca se tiene constancia de cuánto duran las cosas…lamentablemente ya se le había pasado. Ahora sabía medir el tiempo, sentir que se le escapaba de las manos continuamente y cómo de vez en cuando le daban ganas de pegarle una patada a todos los relojes de arena que se encontraba en el camino. El caso es, sin irme por las ramas, que aquel paseo fue realmente impactante para él. Sentir cómo el aire cálido de aquella tarde de finales de Marzo golpeaba su cara, y cómo ese hormigueo extraño y desconocido, que tiempo después descubrió que se llamaba "adrenalina", recorría su cuerpo a esa velocidad, le hizo entrar en un estado de plenitud desconocido para él hasta entonces.

Conforme fueron pasando los años, descubrió que había otro aliciente que aunque también le resultaba agradable, mermaba un poco esa sensación de libertad: Montar con su prima Nicole. Tener una moto propia era una idea que le entusiasmaba, y que venía acompañada de algo desconocido para él. Montar solo. Con ello se desvanecía la protección que desprendía el que su prima le agarrase fuerte de la cintura, de sentir que esa sensación era compartida con alguien más…aunque implicara tener que abrazar un hueco vacío. Pero algo en su interior se lo pedía a gritos. Así que una tarde de finales de verano, entro por la puerta de su casa directo hasta el salón, y sin si quiera sentarse se plantó frente a su madre y le dijo con decisión: Mamá, quiero una moto.


domingo, 30 de noviembre de 2014

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- ¿Me echas de menos?

+ No lo suficiente.

jueves, 27 de noviembre de 2014

Con tinta de almas prestadas.

Dicen que de los peores sentimientos nacen los mejores textos, pero después de rachas solitarias y oscuras uno necesita estar enamorado para poder escribir. No tiene por qué ser de una persona, hay quien se enamora de un lugar, del trabajo, de un deporte o de su propia vida, pero siempre he pensado que uno es mejor persona cuando se enamora. O al menos, se siente así. Lo que está claro es, que uno necesita estar enamorado para escribir con su propia tinta, y no con la del alma de otros, porque de lo contrario sus líneas acabarán sonando frías, vacías, sin luz...sin magia. El ser humano es un ser complicado, no todo en él tiene por qué encajarnos. Hay hombres que me gustan para quererles, y otros me gustan para un rato, para viajar a Roma durante unas horas entre sus piernas. Otros me gustan para hablar, para que me escuchen, y escucharles, otros para abrazarles, y que me abracen, para que me hagan sentir pequeña, y a la vez grande. Otros me gustan simplemente para verles sonreír, para perderme en sus hoyuelos y contar los dientes que separan sus labios de mis besos. Hay hombres que me gustan, y luego estás tú. Ven. Ven y déjame ver si en tus ojos se refleja que tienes los sueños vueltos del revés como los míos. Ven, estréllate contra mi cuerpo, córtame en pedazos y llévatelos, arrójalos cerca de aquel lugar donde nos veíamos cuando solíamos gritar en silencio nuestros sentimientos. Que sí, que hay hombres que me gustan, pero tú...tú me gustas para todo.


lunes, 24 de noviembre de 2014

Un hombre hecho de lluvia.

Quiero un hombre hecho de lluvia. Un hombre que me moje, que me haga ver el arcoiris en los días sin nubes, para bailar bajo él toda la noche y ver el sol más brillante en lo alto del cielo por la mañana, cuando ya no esté entre mis sábanas. Un hombre que me empape de vida con su sonrisa, que sea capaz de calarme hasta los huesos, que me deje temblando y pensando en qué es lo que ha pasado, que se escurra en mi mente sin avisar. Que sea sorprendentemente incontrolable. Que me refresque en la noches calurosas de verano y me bese bajo su paraguas en las frías noches de invierno. Que sea un torrente de emociones, que sienta, que su impulsividad cree vida a mi alrededor. Pero sé que debo tener cuidado, porque la lluvia es delicada. Dicen que jugar con fuego es arriesgado, pero eso sólo sirve para quien nunca ha jugado con agua. Jugar con agua es completamente impredecible. Lo que parecía una pequeña tormenta de verano puede llegar a convertirse en un monzón que arrasa con todo, es imposible poner barreras ante ello. Si quiere, puede hacer crecer la primavera en el colchón de tu cama, pero también puede devastar, asolar, arramblar, no dejar piedra sobre piedra, ahogarte en un mar de dudas. Y aún así, yo quiero un hombre hecho de lluvia. Y es que seguramente sean los únicos capaces de quitarte la sed en medio del desierto, aunque después de uno de ellos no te queden ganas de acercarte a ningún otro por miedo a volver a sentir esa sensación de que te inundan los pulmones sólo con su mirada. Pero llegados a este punto, me pregunto yo...¿No merece la pena sufrir la neumonía provocada por el agua helada, antes que pasarte toda la vida en seco? Como dijo François Ozon en la película Dans La Maison...Ni siquiera la lluvia, puede bailar descalza.


martes, 18 de noviembre de 2014

Vulnerable.

El diccionario de la Real Academia Española define el término "vulnerable" como aquello que puede ser herido, física o moralmente. Hay quien considera equivocadamente que vulnerable es sinónimo de débil, pero cualquier ser humano, en condición de sentir, debe ser, en determinados momentos, vulnerable. Decía un proverbio chino que cuando soplan vientos de cambio, algunos construyen muros, mientras que otros construyen molinos.  Levantarse cada mañana con una actitud optimista para lo que sea que nos depare la vida puede que sea la mejor opción para afrontar lo que tenga que venir, pero de vez en cuando uno necesita darse un margen. Al fin y al cabo, es complicado construir molinos si sólo disponemos de ladrillos y cemento, en cuyo caso los muros siempre son la mejor opción para el alma.  Uno necesita su trocito de soledad y de aislamiento de vez en cuando, tarde o temprano acabará llegando alguien dispuesto a ayudarte con el material que te falta. Te observará durante un tiempo, hasta que sea capaz de trepar, asomarse a tu muralla, y saltar. Puedes juzgar a la gente por lo que hacen cuando nadie les mira. Cuando creen, que nadie les mira. Ayer te vi, aunque tú no lo sepas.  Te vi, escuché en la distancia cómo te llamaban,  y el cielo gris se volvió azul de repente. Las nubes se disiparon de golpe como el humo de uno de esos trucos de magia que tanto nos gusta pensar que son verdad, y dieron paso al sol más reluciente de este Otoño gris. Entonces me sentí feliz, porque supe que aún siento. Da igual qué, pero siento. Sé que siento, porque al verte, al escuchar tu nombre, necesito sujetarme el corazón. Y no se trata de una necesidad física, pero te juro que la sensación de que el alma se me revolvía por dentro y se me iba a escapar por los poros de la piel no me la invento. Fue entonces cuando volví a entender eso de que no somos fríos por la ausencia de sentimientos, sino por la abundancia de decepciones. Y  lo difícil  que es explicarle a alguien que puede ser todo para ti cuando piensa que no tiene nada que ofrecerte. Porque somos así. Cuando estamos rozando el cielo en la cumbre más alta de la montaña, va, y se nos antoja el mar. Yo me perdí  entre los besos que decían que nunca te irías, justo antes de que tu cogieras ese tren hacia ninguna parte y yo me mudara de piel el corazón.  Me fui, sin carta de despedida, sin discusión de medianoche, sin punto y final de los finales de los que habla Sabina. Me fui, pero no me he ido. La impuntualidad siempre ha sido uno de nuestros defectos favoritos, y tal vez llegue tarde algún día…pero te aseguro: Llegaré.


lunes, 17 de noviembre de 2014

Tinta de domingo.

Miro a un punto fijo intermitente al tiempo que escucho el sonido de la cucharilla contra el tazón. Giran y giran círculos de espuma en el café junto a restos de cereal y chocolate, y yo me dejo derretir junto al balcón de la cocina. Tic tac, suena el reloj en la pared, como todos los días, ese que activa el piloto automático que apaga mi alma, me conecta la cabeza al mundo...Y dejo de hacerme preguntas. Pero justo hasta ese momento, me pregunto tantas cosas que nunca me da tiempo a responderme. Me pregunto, entre otras, por qué me despierto algunas mañanas y lo primero que hago es pensar en ti. Por qué se me revuelve algo dentro cada vez que escucho tu nombre en algún lugar, incluso cuando esas dos sílabas llenas de letras se refieren a otra persona. Por qué entro de puntillas en las redes sociales como quien entra a escondidas a una habitación a oscuras en busca de algo que un día olvidó. Por qué borré tus fotografías, si se me agarran a las retinas día sí día también. Por qué hago ver que no las veo, si no me hace falta ni mirarlas, si ya me las sé de memoria. Por qué salgo por las noches como si nada, como si jamás te hubiese conocido...Y por qué les acabo pidiendo a otros que hagan de ti. Que les gusten tus mismas cosas. Que sonrían como lo hacías tú. Por qué les comparo siempre contigo. Qué culpa tendrán ellos de no saber que me exististe, de no poder acabar este final. Por qué me he cansado de trucos de magia, por qué ya no me apetece jugar. A la mierda la lotería. Quiero que me toques tú.


domingo, 9 de noviembre de 2014

Infinitos millones de montones de GRACIAS.

Dicen que la esencia de una persona se puede medir por la calidad humana de la gente que le rodea, y de sus amigos, pero en mi caso creo que no existe ningún aparato de medida con la capacidad suficiente para ello. Nunca me ha gustado mucho la fecha de mi cumpleaños, pero alguien especial me dijo hace unos meses que es bueno celebrar que ha pasado un año más, y seguimos bien. Después del día de ayer no me queda más remedio que darle la razón. No encuentro ni encontraré, por muchas horas que me pase delante de la pantalla del ordenador, las palabras adecuadas que describan lo agradecida y afortunada que me siento de que de una u otra manera forméis parte de mi vida. Gracias a los que estuvisteis, porque me hicisteis reír, y mucho más difícil aún, llorar, y también a los que no pudisteis estar, porque la ausencia también se valora, y se siente. Gracias a los que me felicitasteis siete veces, a los que lo hicisteis una, y a los que os habéis acordado hoy, porque más vale tarde que nunca. Gracias a los que me llamasteis, porque aunque no me guste el teléfono hay voces que de vez en cuando necesito escuchar. A los que me escribisteis media línea, dos o veinte, porque es muy gratificante que por un día sean los demás los que escriben para ti. Porque gracias a vosotros voy cogiéndole el puntillo a esto de cumplir años, y porque de vez en cuando, sienta genial decirle a los tuyos que les quieres. Sé que se me de fatal estrujar el alma y sacar todo el jugo para fuera, pero aunque nunca os lo diga, os quiero mucho. 


jueves, 6 de noviembre de 2014

Noviembre entre líneas.

Paolo Coello escribió en El Zahir, que a lo largo de nuestra vida conocemos dos grandes amores. Uno con el que te casas o vives para siempre, puede que el padre o la madre de tus hijos, esa persona con la que consigues la compenetración máxima para estar el resto de tu vida junto a ella...y un segundo gran amor, que tendemos a perder siempre. Alguien con quien naciste conectado, que te impacta, que tiene ese noséqué diferente a los demás que te hace sentir eso de "no sé cómo definirlo, pero me encanta"...hasta que cierto día, por la razón que sea, dejáis de intentarlo. Os rendís, aparece esa otra persona que os hace olvidar. Pero siempre, de vez en cuando, llegan esas noches en las que el alma te pide a gritos volverle a ver, otro beso suyo, o simplemente discutir una vez más…Os librareis de él o de ella, conseguiréis encontrar la calma, pero nunca dejarán de existir los días en los que sin querer le recordéis. Cuando conoces a una persona así, algo ajeno a los seres humanos, por ponerle un nombre, llamémosle destino, hace que ambos, en algún nivel, de alguna manera, os pertenezcáis. Como amantes, como amigos, o como algo completamente diferente, no es cuestión de ponerle etiquetas. Pero esfuérzate por mantenerlo, ya sea porque os entendéis el uno al oro, porque estéis enamorados o porque de vez en cuando os robéis una sonrisa u os dediqueis un buen rato. Esfuérzate, porque quizás consigas que esos dos grandes amores, con el tiempo, se conviertan en el mismo. Conocerás a pocas personas así a lo largo de tu vida, bajo las más extrañas circunstancias y en las etapas y momentos más inesperados, y te ayudarán a sentirte vivo. No sé si esto me hace creer en las casualidades o en el destino, pero de un tiempo a esta parte me he dado cuenta de que definitivamente, me hace creer en algo.

domingo, 26 de octubre de 2014

Octubre entre líneas.

Cada vez que una madre acaricia a su hijo enfermo de nacimiento y lejos de lamentarse piensa en el milagro que  sujeta entre sus brazos. Cada vez que una persona devuelve el cambio de más que en una tienda le dieron por error. Cada vez que una anciana es ayudada a cruzar la calle, o a transportar unas bolsas cuyo peso es excesivo para lo que su lastimada espalda puede soportar. Cada vez que un ignorante se desnuda de osadía y se viste con los consejos del sabio. En cada llamada desinteresada a alguien que de verdad lo necesita. En las manos de una auxiliar de enfermería que gasta los mejores años de su vida cuidando a otros que tuvieron menos suerte. Cada vez que respiras un segundo tras un ataque frontal, expulsando así la ira que te invade por dentro y no abusando de tu poder devolviendo los misiles. Cada vez que dimite avergonzado un ministro por coherencia ante un error inadmisible. En la noticia en que se dona la patente de una vacuna milagrosa que salvará de la muerte a miles de habitantes africanos. En el click del donante anónimo en la página web de la ONG que confirma X euros al mes. En la cabeza de quien respeta a quien navega junto a la otra orilla política, en las antípodas de su ideología, llegando a plantearse incluso la posibilidad de aunar fuerzas compartiendo alguna barca para lograr en determinados momentos pescar un bien común, sin rencores, ni segundas intenciones, ni hipocresía. Cada vez que esto sucede, en alguno de esos angostos y lúgubres lugares, la luz está arrinconando a la oscuridad. Conviene acordarse de esto de vez en cuando, porque a menudo pensamos que la vida es sólo lo otro, la ausencia absoluta de luz, el egoísmo, el agravio, la injusticia, y la mentira.


viernes, 17 de octubre de 2014

Días de mierda.



Cuando formas parte de una familia y tienes la suerte de que la vida te sonríe, no te paras a pensar en lo duros que son esos días para la gente que no tiene a nadie. No te paras a pensar en el viudo solitario que deambula por su casa vacía mientras se come un sandwich de pavo e intenta distraerse con el partido de fútbol del domingo. No te paras a pensar en el divorciado con la vida destrozada que intenta día tras día no sumirse en la más profunda tristeza, refugiándose en su whisky de súper mercado a palo seco. No te paras a pensar en la anciana que vive de su pensión al otro lado de la calle y que tiene que decidir entre comprar las medicinas o la comida. No te paras a pensar en la gente que no tiene a nadie a quien felicitar el año nuevo, a nadie a quien hacerle una tarta de cumpleaños, a nadie que espere su llamada. No te paras a pensar en los desamparados, en los solitarios, en los marginados. No te paras a pensar en absolutamente nadie, porque el ser humano es así de jodidamente egoísta por naturaleza, y la falta de empatía es el placebo de moda en en siglo XXI. Pero cuando alguna de esas dos cosas falla, comenzamos a entender. Cualquier persona que se cruce en nuestro camino puede estar luchando en una batalla de la que no tenemos ni idea, y para la que quizás, en algún momento, nos necesite. No seas egocéntrico. Sé agradable. Y sonríe. Siempre.


viernes, 10 de octubre de 2014

Yo nunca he hecho el amor.

Yo nunca he hecho el amor. Nunca he desnudado mi cuerpo y a la vez he sentido que con él desnudaba mi alma. He follado, sí, pero follar es como ver un amanecer con los ojos cerrados. No tiene ningún sentido. Yo nunca he hecho el amor, aunque si te soy sincera jamás deseé que el amanecer no llegase. He dormido sola todo este tiempo, acostándome tarde, levantándome pronto, anhelando sin éxito poder robarle unos cuantos minutos al reloj de la oficina para concedérselos a la añorada siesta a media tarde, cuando sientes cómo tu cuerpo te pide a gritos un descanso que tu vida llena de ocupaciones no puede darle. Tengo miedo a los espejos. Si me miro, me veo a trozos. Me veo como un inmenso charco gris después de una gran tormenta, sobre el que un niño salta con sus botas de agua y salpica escupiendo las gotas en todas las direcciones posibles, sin rumbo fijo. Quisiera echarle la culpa al mundo, pero qué coño, la culpa es mía, que si me hablan de amar me convierto en ese charco en medio de un patio de colegio. Yo nunca he hecho el amor. Nadie me ha tocado como si a través de mí tocase el infinito. Nadie me ha amado como si amándome todas las preguntas del planeta se respondieran solas, porque ni si quiera necesitan respuesta. Lo reconozco ahora, cuando mi reflejo en el cristal de la ventana me mira, mientras yo miro cómo las gotas de lluvia le maltratan sin clemencia. He cometido errores. Muchos, muchísimos, repetidos y frustrantes. A veces me observo por dentro y me duelo, me veo resquebrajar, se me llena el corazón de grietas y el alma se me encoge dentro, se hace pequeña en medio de una oscuridad angosta y lúgubre de la que teme salir de nuevo. Yo nunca he hecho el amor. No se han quedado a mi lado acariciándome la espalda con ternura, como si mi lado fuese el lugar más maravilloso del mundo. Busco reconstruirme, busco cualquier sentido de madrugada, tratando de acostarme y borrar mis huellas después. Pero es inútil, no hay sentido. Yo nunca he hecho el amor, si no es contigo.



domingo, 28 de septiembre de 2014

Tinta de domingo.

Es curioso como el paso del tiempo convierte a las maldiciones en bendiciones, como la experiencia que crees que va a poder contigo se acaba transformando en una evolución. Algunas cosas son demasiado valiosas o demasiado dolorosas como para contarlas, así que uno se las guarda entre los pliegues del alma, escondidas a la vista. Algunos regalos, algunas penas, y algunos recuerdos calan demasiado hondo como para expresarlos con palabras, nos arrancan demasiadas lágrimas. Pero aún así, a veces, sólo a veces, doy gracias a que seas tan desordenada y revuelvas mis restos. Porque es entonces cuando la vida realmente me palpa, me desmonta la armadura y me acaricia con canciones, con letras, con sonidos, con superficies, con interiores que inspiran hasta el último suspiro de la pluma y el papel...es solo sin ti, cuando entro en contacto conmigo. Y con el mundo. Es curiosa la metáfora de no tenerte para tenerte del todo. Ahora que ya no puedo tocarte, puedo dejar, si quiero, de pensar en ti. Puedo hacerte real y mirarte en una fotografía a unos ojos inertes, soñar despierto y convertirte en mi verano particular, o simplemente en una más entre la gente. Pero no temas, ni te asustes, ni te agobies no te pido que vuelvas, es sólo que a veces necesito recordar que lo nuestro sin ser nada fue algo, y que ese algo era mejor que mi relación con tu recuerdo.

viernes, 26 de septiembre de 2014

La mansión de los espejos.

La renuencia a perdonar es como abrazar un cactus y preguntarte mientras tanto por qué sangras. El problema viene cuando el perdonar implica terminar con algo. No me gustan los finales, me da igual lo felices que sean. Seguro que hay un lugar donde se encuentran todos los finales de los que el mundo habla, y se preguntan ente ellos qué hubiera pasado si nunca hubiesen empezado. Yo hubiese preferido que nunca acabaran. A veces uno necesita irse lejos para darse cuenta de que cerca es el mejor lugar. Viajar, coger un tren de camino hacia ninguna parte y mirar de reojo a la gente, pensando en las pocas ganas que tiene de hablar con nadie...nadie que no sea como él, o ella. A veces uno necesita irse lejos para darse cuenta de que le gusta vivir en los silencios si tiene a alguien como él o ella delante, alguien a quien mirar cuando no quiere estar con nadie, sentirse como en una mansión de los espejos y pensar en eso de "A mi lado me doy cuenta de lo mucho que deseo estar en el tuyo". Ojalá supiésemos huir sin movernos. Ojalá no hiciera falta coger ningún tren, para darse cuenta uno mismo al irse, de que lo que realmente quiere, es volver. Y quedarse. Y es que volver siempre fue una opción, pero dolerse nunca es una elección. Y hay heridas abiertas que no duelen aún estando en carne viva, haciendo que nos resulte cada vez más difícil creer en la posibilidad de que algún día, llegarán a cicatrizar del todo.


domingo, 21 de septiembre de 2014

Queda-té, Verano. No sé cómo despedirte.

Queda té, y se está quedando frío. Observo el humo que sale de tu taza mientras haces girar la cucharilla impasible, como si el tiempo se dejara caer los minutos sin darse cuenta. Es tarde y te hablo de mi poesía, y me miras extrañado mientras respiras y te olvidas de lo escéptico que pareces en este mismo instante, pero te pones tan guapo cuando no me crees que volvería a contarte las innumerables filosofías de vida a través de las cuales nos podríamos intentar querer. Yo no creo ya en la magia, pero sé que magia es verte sonreír. Magia es verte, simplemente. Y que dejen de tocar acordes si no son capaces de escuchar cómo lates. Que no, que no tiene sentido elegir una dirección para andar cambiando constantemente de sentido, avanzando y retrocediendo como el bailarín principiante que se mira a los pies continuamente porque tiene miedo de pisar a su pareja. No sé cómo todavía hay personas que se preguntan por qué apareció el sentimiento en sus vidas tan pronto, que se ponen del lado de aquella frase que dice que no saben qué hacer cuando aparece, si dejarle ir o dejarle que se quede. De verdad, no entiendo esa manía del ser humano de querer más cuando lo importante es saber hacerlo, qué coño más dará el futuro mientras el presente te haga feliz. Te vuelvo a mirar, mientras intento no pensar en hacerlo, me alejo de pensarte, vuelvo a izar la vista atrás como una bandera que no dejo de ondear aunque te pares. Pero somos así. Cuando estamos rozando el cielo, va, y se nos antoja el mar. El pasado es un verbo que jamás volverá a pronunciarse igual, y ya que has pasado me gustaría pedirte que te gires de nuevo, para que cuando me mires pueda decirte eso de: No te vayas, no sé cómo despedirte. No te vayas, queda-té.


viernes, 19 de septiembre de 2014

Un pie delante del otro.

-Mi abuela siempre me decía que hay dos cosas en la vida de las que un hombre nunca se harta: Un buen plato de comida, y un buen abrazo. Y con lo del abrazo se refería al sexo, claro. Pero ella no había usado nunca esa palabra, así tal cual, conmigo. "Ya lo entenderás cuando seas mayor" era una de sus frases favoritas.-Dije intentando contener las lágrimas.-Afortunadamente, sigo sin entenderlo.
-A veces la gente nos decepciona.-Susurró tras un minuto de silencio.-Sufrimos un tiempo, a lo mejor durante mucho tiempo. Y después, poco a poco, comenzamos a perdonar.
-Yo no sé perdonar.
-Nadie sabe.-Alzó la cabeza de nuevo, y me miró fijamente a los ojos.- Lo que hay que hacer es levantarse por las mañanas, y poner un pie delante del otro. Dar un paso tras otro, dejar que las heridas cicatricen hasta encontrar la fuerza suficiente que te permita enterrar el pasado.-Pronunció aquellas palabras en voz baja, con seriedad, como si supiera (como si supiera de verdad) lo que querían decir. Como si él mismo hubiera pasado por eso. En ese momento escuché algo más en su voz, vi algo que antes no había sido capaz de ver.
-Dime, ¿Cómo conseguiste tú aprender a perdonar?-Le pregunté. Se encogió de hombros, y tras un leve suspiro, me contestó.
-Me levanto todas las mañanas. Y pongo un pie delante del otro.

domingo, 14 de septiembre de 2014

Tinta de domingo.

Yo sólo quiero dejar de maquillar el alma con letras, que me limpies la cara de tristeza y me pintes la sonrisa a besos. Que te bebas mi llanto como si de agua del manantial de la vida se tratara y me cojas de la mano como cuando no empezábamos a desconocernos. Yo sólo quiero que me borres del mapa pero me señales siempre a tu lado, que me digas que encontrarme ha sido una suerte y me invites a buscar tréboles de cuatro hojas en el jardín de tu olvido. No ser dentro de tu huerto ni cereza ni fresa, ni fruta de temporada, sino el árbol más frondoso de hoja perenne o la rosa eterna que nunca se marchita. Yo sólo quiero que me escondas los relojes y te olvides de parar el tiempo, que aparezcas en mi casa al final de un día agotador y te dejes caer en mi cama, para después enredarte entre mis sábanas. Que me mires como antes, como cuando aún no éramos nada. Yo sólo quiero vivir sin saber que voy a perderte, vivir sin saberte, saber que vivir es morir lentamente. No pido tanto, creo. Sólo quiero querer sin querer, pero queriendo, que quien me quiera, me quiera bien. Y dejar de sentir que las tardes de domingo se inventaron exclusivamente para tener resaca, escribir poesía, y acordarme de ti.


domingo, 7 de septiembre de 2014

Tinta de Domingo.

Lo recuerdo como si no hubiera pasado el tiempo entre nosotros. Era Domingo y tú estabas cerca. De resaca, pero cerca. Podía acariciar tu piel con las yemas de mis dedos, escribir mi nombre en tu espalda y sentir cómo el bello de tus brazos se erizaba, haciéndote temblar, y sonreír. Tu bello, y lo demás, claro. Tu cuerpo se interponía entre el resto del mundo y yo. Entonces me sentía tan feliz que ni siquiera sabía que lo era. Lo hacíamos como animales. El amor, lo de después, y luego de nuevo el amor. La arena de los relojes siempre cayó a la misma velocidad, pero cuando nuestros corazones latían tan rápido aquellas horas parecían durar minutos. Nos amanecía el sol por la ventana y nosotros aún olíamos a noche. Podría haberme alimentado de tus besos durante el resto de mi vida, pero es imposible intentar cerrar heridas cuando todavía hay ratos en los que nadas en ellas hasta donde no haces pie. Pero sonreíamos, sonreíamos mucho. Recuérdalo. Recuérdalo una vez más, al mirar por la ventana: "Qué cerca se ve La luna", dijiste. Entonces te miré, y supe que tenías razón. Me sentí la mujer más afortunada del mundo, por tener La Luna tan cerca, y a ti a mi lado, en aquel instante, aún sabiendo que en cualquier momento la burbuja explotaría, y todo volvería a eso que llaman normalidad. Hace unas semanas que tengo la absurda sensación de que el mundo se está encogiendo, y cada vez hay menos aire y yo me pongo más nerviosa. Entonces pienso en lo difícil que es explicarle a alguien que puede ser todo lo que buscas, aunque piense que no tiene nada que ofrecerte. Y en lo necesario que es pisar el freno, y no agobiarse...porque pensarte ahora es como jugar a buscar el hueco de una línea discontinua a 180 kilómetros por hora, y yo no estoy para accidentes.


sábado, 6 de septiembre de 2014

El tiempo. Todo. Lo-cura.

Es absolutamente cierto que el tiempo lo cura todo. Pero lo mejor de esa frase es, que uno mismo puede decidir cuánto tiempo quiere sufrir. Cuanto más rápido te des cuenta de que cada experiencia, cada relación, de cualquier tipo, fue un regalo, más rápido podrás perdonarte, y perdonar a la otra persona. Y cuanto antes le perdones, cuanto antes entierres el hacha de guerra, antes comenzarás a dejarte llevar, a volver a sentir, y a vivir el momento. Y es que a veces, para poder seguir, uno necesita detenerse, ver dónde está, y empezar de nuevo.



lunes, 1 de septiembre de 2014

September.

With S of Summer, Sea, Sex and Sun. But nos Surgery. Not anymore.


martes, 26 de agosto de 2014

Acuérdate de soltar el vaso.

Estábamos a punto de dar la sesión por finalizada, cuando Yolanda se acercó hacia la pequeña mesita de la esquina y levantó un vaso lleno de agua hasta la mitad. Imagino que en aquel momento todos pensamos en la típica pregunta de ¿Cómo veis el vaso, medio lleno o medio vacío? Sin embargo, ella preguntó: "¿Cuánto creéis que pesa este vaso?" Uno por uno fuimos contestando, en un rango de estimaciones de entre doscientos y trescientos gramos. Yolanda dibujó en su rostro una leve sonrisa, se acercó hacia nosotros, y respondió: "El peso absoluto no es importante, depende de cuánto tiempo lo sostengo. Si lo sostengo durante un minuto no tendré ningún problema. Si lo sostengo una hora, me dolerá el brazo, y si lo sostengo un día entero mi brazo se entumecerá y paralizará. El peso real del vaso no cambia, pero cuanto más tiempo lo sujeto, más pesado, y más difícil de soportar me resulta. Nuestros planes de futuro y las preocupaciones de nuestro día a día, en especial las relacionadas con los sentimientos, son como este vaso de agua. Si piensas en ellas durante un rato, no pasa nada. Si piensas un poco más comienzan a molestar, incluso doler, pero si piensas en ellas constantemente a lo largo del día, acabarán paralizándote, y te impedirán seguir adelante y disfrutar de cualquier otra cosa. Por eso, sea cual sea tu preocupación, tu estado de ánimo y el momento de tu vida en el que a nivel emocional te encuentres, de vez en cuando, y aunque en ocasiones resulte complicado, acuérdate de soltar el vaso.



miércoles, 20 de agosto de 2014

Hermosa taquicardia.

Imagina que por un día amaneces sin el molesto y rutinario sonido del despertador, sin legañas en los ojos ni rasguños en el alma. Imagina que es domingo y sonríes sin querer al recordar que anoche la viste, y que vas a volver a verlao mejor aún, que al despertar desnudo entre tus sábanas descubres que ella también está enredada en ellas. Imagínate feliz en una cama sin agobios, sin problemas, sin censuras...sin nada. Imagina que aparece de pronto frente a ti, con la ropa puesta pero sin ganas de llevarla. Imagínate que hacéis el amor en el coche aunque estéis a cien metros de su casa, porque no podéis con las ganasY ya puestos a elegir imagina que esa chica soy yo, en lugar de ella, que esta página es mi mano, que estas letras son mi voz bajando por tu cuello. Tal vez así podamos estar juntos en algún otro lugar, y no solo en el que se respira entre estas líneas, con el que no me queda más remedio que conformarme mientras tú abrazas otro cuerpo que no es el mío, y yo siento el absurdo nudo que se nos forma a las mujeres en el estómago con el "qué tendrá esa, que no tenga yo".  Dicen que el tiempo siempre pone todo en su sitio, pero precisamente a base de tiempo me he dado cuenta de que el "sin ti" me parece un idioma que de momento no quería aprenderme. Y sí, es complicado retener a alguien a tu lado cuando tu lado es como una película en blanco y negro, mientras ahí afuera hay toda una primavera de colores, pero que alguien me explique cómo se hace, cuando por fin consigues que tus heridas cicatricen y encuentras una caja de mil pinturas, eso de quedarse sentada de brazos cruzados, como si la vida fuese una película que ver sola en una sala de cine vacía, aguantándote las ganas de darle una patada a la cámara haciendo saltar todas las piezas de golpe. Lo único que queda es pensar que el destino siempre nos sorprende cuando menos lo esperamos, que las cosas que realmente merecen la pena, si tienen que llegar, llegan, y si tienen que volver, vuelven, nunca es tarde para ellas. Y mientas haya una posibilidad, media posibilidad entre mil millones de que así sea, tiene sentido creer en ella.



viernes, 8 de agosto de 2014

Pólvora.

Nadie mejor que Leiva para describir ese momento en el que le estás diciendo a alguien con la mirada: Aléjate de mí, porque no te quiero ver más. Y la manera más cavernícola de decirlo, es gritándolo, aunque sea en silencio: No te quiero ver más. ¿Cuántas veces al cerrar los ojos, justo antes de quedarte dormido, has pensado en eso de…Ojalá pudiera volver atrás en el tiempo, y hacer las cosas de manera diferente? Ni mejor ni peor, simplemente de manera diferente. ¿Y cuántas de esas veces, has despertado al día siguiente con la misma sensación? Qué ingenuo pensar que sacar a alguien de tu cabeza pueda ser tan fácil como esperar a que amanezca por la mañana. Yo lo hice. Me quedé esperando aquella madrugada, por si acaso volvías. Y al día siguiente, a pesar de la resaca, aún me sabía tu nombre. Podía cantarlo incluso. Lo hacía canción por si alguien me pedía que le hablase de lo bonita que es la música. Lo cierto es que te hice arte, y desde entonces fui la mejor artista. Luego dijiste eso de que los sentimientos no saben nada del tiempo, pero cuando aprenden algo te puede caber en un café, y le diste un último sorbo a tu taza. No voy a engañarte, no dejar irse a quien ya se ha ido me parece la forma más cobarde de no querer reconocer que nos odiamos a nosotros mismos. Y de nada sirve separarse, porque no se arregla nada, no se cierra nada, no se acaba nada. En esa angustia no queda más remedio que recaer, regresar al epicentro del dolor en busca de respuestas. El viaje de vuelta mantiene los miedos, pero al menos ofrece un jamás al que aferrarse. Un jamás provocado por nuestra incapacidad de sacarnos los fantasmas de las tripas. Lo sabíamos, y lo confirmamos: El problema está en la ambigüedad. Lo que mata al sentimiento es el sentir a medias, la T y la Z que delimitan un tal vez, los fracasos disfrazados de victoria. Lo que mata al sentimiento es ese baile que a cada paso al frente le acompañan veinte hacia la espalda.  Lo dije en su momento, y lo diré siempre. Lo malo no es tropezar. Lo malo es que te guste la piedra.



martes, 5 de agosto de 2014

Tinta de novelaenconstrucción.

Ella continuó apoyada contra la pared, mirando por la ventana, dejando que las gotas de lluvia golpearan violentamente contra el cristal para acabar resbalando lentamente hasta morir en el charco que se había formado sobre la repisa de gélido mármol. Él permanecía apoyado en la mesa de madera del comedor, frotándose las manos contra su pantalón vaquero intentando limpiar inútilmente el sudor que desprendían. Se revolvió el pelo instintivamente, como hacía siempre que estaba nervioso, y en un impulsivo gesto de inusual valentía se decidió a levantar la cabeza y observarla. Ella sintió la mirada en su nuca como si le estuviera besando la frígida cabeza de un revólver. Giró el cuello lentamente hasta  clavar sus ojos sobre él, y tras permanecer unos segundos en silencio, dejó que las palabras salieran de su boca tal cual las sentía en el alma, al ritmo de los latidos de su corazón: "No sabía que hasta tus dolores podían ser tan míos. Ojalá pudiera curarte penas, borrarte agobios, evitarte heridas. Ojalá, pero no puedo. Disculparte y dar explicaciones porque te sientes culpable te reconforta a ti, no a mí. Si quieres hacer algo útil, céntrate en ordenar tus pedazos. Hace tiempo que yo me encargo de recomponer los míos, aunque hasta ahora quien quiere abrazarme sólo puede hacerlo a trocitos." Se incorporó lentamente, fría, impasible, como si todo su cuerpo estuviera cubierto por una armadura infranqueable, y tras dedicarle una última mirada totalmente indescifrable en lo que a sentimientos se refiere, dio media vuelta en dirección a la puerta de salida. Estaba a punto de abandonar la habitación cuando se detuvo de nuevo, y sin soltar el pomo se dirigió de nuevo hacia él, por última vez: "Te voy a querer toda la vida. Pero no me pidas que me quede a ver cómo no me dejas acompañarte mientras te destruyes."


domingo, 3 de agosto de 2014

Lluvia.

Cuando era pequeña me enseñaron a hacer listas para tomar decisiones. Dividía el folio en dos intentando trazar la línea más recta del mundo de las líneas, aunque siempre me torcía, y en la mitad izquierda escribía las cosas positivas que podían llevarme a aceptar algo, mientras que en la mitad derecha escribía las negativas que me llevarían a rechazarlo. Me sirvió durante varios años, esos en los que uno está lo bastante ocupado con diferenciar lo blanco de lo negro como para hacer caso a los grises. Con el tiempo las listas fueron volviéndose más complejas, pasando por qué carrera quieres estudiar, en qué ciudad quieres vivir, o quieres o no que esta persona forme parte de tu vida. Ahora ya no me sirven. Ahora espero a que llueva. Miro las nubes, observo la lluvia, y siento. Dicen que cuando llueve las personas tendemos a estar más sensibles, y quizás tomar una decisión en un momento así resulte peligroso para algunos, porque el estado de ánimo hace que hagamos más caso a nuestro hemisferio derecho del cerebro. Pero cuando deja de llover el agua arrastra consigo las dudas y el desorden, y por un instante, nos sentimos libres. Y justo en esos momentos de impulsividad y vehemencia, nos dejamos llevar por nosotros mismos, porque en esencia somos exactamente eso…todo lo que queremos ser.

miércoles, 30 de julio de 2014

Susurros de papel.

Dicen que la casualidad es difícil de entender, pero yo la entendí el mismo día en el que tus labios se cruzaron en el camino de los míos. La noche en la que tu boca decidió deternerse a medio trayecto entre los dos besos que esperaban mis mejillas para trazar la mediatriz más imperfectamente perfecta que recuerdo, y explicarme sin palabras que la soledad no siempre es buena compañía. Que de vez en cuando hay que apartar el paraguas a un lado y mojarse cuando está lloviendo. Sentir el agua caer sobre nuestro cuerpo, que atraviese nuestros huesos, nos empape hasta el alma...y dejarse llevar por la corriente. Desde entonces muchas noches me encuentro a mí misma desnudándote con mi lápiz y haciendo el amor sobre el papel, pensando en lo sencillo y al mismo tiempo complicado que sería cualquier madrugada abrirme paso entre tus sábanas. Que usaras mi cuerpo de instrumento y que tus silenciosos gemidos se convirtieran en mi canción favorita, mientras mis manos acompañan el ritmo recorriéndote la espalda, y mis uñas desabrochan en ella tormentas que derramar sobre tu cama. Sueña conmigo, anda. Quiero decir, mejor sueña aquí, a mi lado, para que nuestros cuerpos puedan hacer el resto. Quizás no tenga mucho sentido, pero qué importa. Siento frío, y me apeteces. Me apeteces a destiempo, incluso cuando no pienso en ti, pero suenas de fondo, como una dulce melodía, al principio, que poco a poco va cogiendo forma, que va in crescendo hasta convertirse en un sonido trepidante y violento que finaliza de golpe al terminar la canción, cuando todo se queda en calma. Dejar que me desnudes el orgullo, y admitir que el único problema es que tú eres la solución, que no se puede negar lo evidente, que hay deseos que no se cubren con miedos ni mentiras...y que de vez en cuando, hasta las diosas necesitan que alguien les lama las heridas.


domingo, 27 de julio de 2014

Me duelen tus citas.

Hace tiempo que no me llenan los fines de semana. Te va a parecer una tontería, pero el mejor momento del día es ese en el que entras por la puerta de la oficina refunfuñando porque te has quemado la lengua con el café del desayuno. Cada vez que me miras me pierdo en tus ojos sin querer, y luego tengo que reengancharme a la mitad de tu monólogo e intentar averiguar qué es lo que me has estado diciendo. Me encanta cuando sonríes y te salen esos hoyuelos que mueren en tus pómulos, abultados y sonrojados, mientras siento como si tus labios me pidieran a gritos un beso. ¿Sabes eso que dicen de que la ignorancia te facilita el camino hacia la felicidad? Pues yo lo aprendí el día en el que me diste dos besos, y me dijiste tu nombre. No sabes cuántas noches mis sábanas te hubieran envuelto y desenvuelto hasta hacerte perder el sentido, la respiración y la noción del tiempo. Perdernos los dos, para encontrarte después enredada en mis espalda, y no saber si vas a terminar desordenándome entero. Eso es lo que me da miedo. Me parece demasiado doloroso volver a sentir, y arriesgarme a tener que vivir con un huracán en el pecho…dicen que si no arriesgas, siempre estarás solo, pero lo cierto es que la soledad sólo araña cuando se te quedan clavadas las uñas de alguien que se ha ido. Creo que a estas alturas tengo que reconocer que me daría igual, si fuesen las tuyas. Pero tú prefieres tus pingüinos en la cama, tus sueños a solas, tus madrugadas sin alma. Y yo me quedo callado, pensando, en cuánto daño han hecho las discotecas a las relaciones y los gimnasios al amor. He tardado un poco en darme cuenta, pero me dueles. Me dueles tú, y me duelen tus citas. Y me duelen tus citas porque en el fondo, en todas y cada una de ellas, cada vez que me las cuentan, que las veo con mis propios ojos o simplemente escucho cómo descuelgas el teléfono y antes de hablar sonríes sólo con ver su nombre reflejado en la pantalla, no puedo evitar pensar en "qué tendrá ese tipo que la vuelve loca…qué tendrá ese tipo, que no tenga yo." Y es entonces, el momento en el que cuelgas de nuevo, me miras, y sonríes, cuando pienso en lo jodidamente difícil que es vivir de ellas, y a la vez lo jodidamente bonitas que son…Las esperanzas.