miércoles, 20 de noviembre de 2013

Siente, no temas.

Dicen que no hay que generalizar, pero creo que no me equivoco cuando digo que somos cobardes, los seres humanos. Siempre es así. Siempre mirando al suelo. En lugar de levantar la cabeza para ver lo que tenemos delante utilizamos gafas de madera, avanzamos guardándonos en los bolsillos las piedras del camino intentando no tropezar, hasta que un día nos dan un pisotón y de la rabia golpeamos lo primero con lo que nos cruzamos, a veces hasta rompiéndonos los dedos. ¿Cómo puede asustarse uno de lo que siente cuando el sentimiento es bueno? ¿Cómo se puede tener miedo a perder lo que ni si quiera se tiene? ¿Por qué en lugar de alegrarnos de ello y dejarnos llevar tenemos que pararnos a pensar en ese irónico "De quién fue la genial idea de que tú y yo volviésemos a respirar el mismo aire"? Quizás el destino tenga la culpa, no lo sé, pero hay que ver qué bien le sientan tus dos besos a mi frío. Tic tac, suena el reloj, y esa dulce melodía que sonríe como tú y sabe a ti sin querer hacerlo le recuerda a Cenicienta que es la hora de regreso. Perder el zapato nunca fue casualidad, siempre tuvo la esperanza de que una simple excusa como aquella le sirviera para volverle a encontrar. Así que una vez descalza, dejando atrás todos sus miedos, se repite a sí misma una y otra vez: Camina, no corras, pero tampoco te detengas. Observa, no mires, pero levanta la cabeza. Escucha, no oigas, pero procura no acumular silencios. Grita, respira, vive, y sobre todo: Siente. No temas.

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