martes, 5 de noviembre de 2013

Sin anestesia.


Decía John Lennon que la vida es eso que sucede mientras estás ocupado haciendo otros planes, pero cuando se trata de sentimientos los seres humanos estamos hechos para no poder planificar nada. De lo que estoy segura al menos es de que la distancia nunca entra en ningún plan. Ni el final precipitado, en el comienzo, ni esas ganas colgadas sin cobertura, que nos llevan sin llevarnos a esperar en ninguna parte. Nos preguntamos qué es lo que falla, si nosotros o el mundo, qué financió nuestros sueños con intereses. Nos asaltan las dudas, y esa extraña sensación de que nos gustaría rectificar. Haber dicho "quédate un poco más" cuando dijimos "vuelve pronto", o "soy un completo idiota y un orgulloso, se me da fatal hablar de sentimientos" cuando dijimos "adiós". No sabemos superar algunas fotografías, algunos recuerdos, algunos hechos. A veces nos queremos queriendo ser tiritas los unos para los otros, con ese "Tú querías curarme y yo quería no hacerte daño", pero acabamos siendo como esas propuestas electorales que nunca se cumplen: Papel mojado encima de la mesa. Cuando estamos demasiado rotos no sabemos querer, sólo desear que alguien nos quiera sin pisar nuestros propios pedazos, porque en el fondo somos conscientes de que hay determinada gente que nos hace ser mejores personas cuando están a nuestro lado. Pero mientras nos cosemos nos damos cuenta de que estamos más rotos de lo que pensábamos, y cuando conseguimos recomponernos a nosotros mismos y comenzar a caminar de nuevo nos da miedo girar la cabeza para ver todo lo que dejamos atrás. Sin embargo lo mejor que podemos hacer es continuar hacia delante, que aunque el suelo esté frío y nuestros pies descalzos, el tiempo lo cura todo, y llegará el día en el que no te haga falta anestesia, en el que te pares un instante y te digas a ti mismo: "Ya no duele". Porque más tarde o más temprano la cicatriz se acaba cerrando, sin tiritas, sin heridas, y sin grapas.


No hay comentarios:

Publicar un comentario