martes, 3 de diciembre de 2013

Infinito.

La muchacha se levantó con sus aires desenfadados y caminó en dirección a la cocina. Samuel la contempló hasta que su redondo trasero desapareció tras la pequeña puerta de madera, y no pudo evitar sonreír de nuevo. Un par de minutos después se presentó frente a él con dos enormes platos de macarrones en una de sus manos, y un par de botellas de agua en la otra.

-Hoy invita la casa, que no está el jefe.-Anunció mientras colocaba todo sobre la mesa y se acomodaba en su silla, como siempre, del revés.
-¿Dónde está?
-Día libre. De vez en cuando lo hace y se marcha a hacer cosas por ahí...Pasar doce horas aquí metido resulta aburrido hasta para alguien como él.
-Entiendo...Es normal, supongo. ¿Por qué un infinito?-Preguntó Samuel mientras cogía el tenedor que había sobre su plato, señalando con la mirada la muñeca de Sofíe.
-¡Vaaaaaya! ¡Eres de las pocas personas que lo ha llamado así!
-¿Cómo quieres que lo llame, Felipe?
-La gente lo confunde con un ocho, ¡idiota!
-A mí me parece que está bastante claro...bueno ¿Por qué? Si puede saberse, vaya.
-Me gusta lo que representa.
-¿Lo que no tiene fin?
-No te equivoques...lo que tiene un fin desconocido. No es que no exista, simplemente se desconoce, resulta inalcanzable, en principio. No es que no se acabe, es que no se sabe de antemano cuándo va a suceder. 
-Pero los números no acaban nunca, ¿no?
-Piénsalo bien. ¿No crees que es demasiado arrogante por parte de la mente humana atreverse a afirmar que no hay un último número? Lo más inteligente y humilde es reconocer que no sabemos si existe un número detrás del cual no hay un siguiente, que simplemente se nos escapa de las manos, no está a nuestro alcance. Por eso me gusta el Infinito, porque no me gustan las cosas que se acaban. O ponerles un final, más bien, decidir de antemano el cuándo, el cómo o el por qué. El final del cucurucho sin helado, por ejemplo. Que se acabe un beso sin que venga otro detrás, la última canción de un concierto o el último día de verano. El despertar tras una noche de esas en las que al abrir los ojos descubres que todo lo que acabas de vivir entre tus sábanas ha sido sólo un sueño. Las pérdidas, las despedidas. Los domingos. Esa sensación de que algo acaba,ese determinismo, no me gusta. 
-Creo que te sigo.-Intervino Samuel.-Te gusta que las cosas fluyan. Que surjan de manera natural, que caigan por su propio peso. Uno no puede andar buscando excusas eternamente que justifiquen lo que realmente le apetece hacer o a quién le apetece ver, con quién le apetece estar. Llega un momento en el que tiene que plantarse y soltar uno de esos "me apetece, y punto". No podemos estar toda la vida marcando límites si queremos conseguir algo, hay que intentarlo, asumir riesgos, da igual lo que se quede atrás y ya veremos lo que vendrá después. Y en los momentos en los que todo parezca revuelto y sin sentido, tener paciencia, mirar hacia delante y disfrutar del desorden sin hacer caso a la tormenta. Acabará soplando el viento, arrastrando y llevándose consigo todo lo que no tenga la suficiente fuerza como para merecer quedarse a nuestro lado, y dejando que el sol vuelva a lucir bien alto entre las nubes, iluminando y haciéndonos ver lo que realmente merece la pena.



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