lunes, 25 de noviembre de 2013

Niebla, viento, lluvia, frío.

Frío. Ese momento en el que tiempo después de escribirse, uno decide leerse a si mismo. Las dudas, los nervios, esa extraña sensación contradictoria y absurda de "no sé qué es lo que me voy a encontrar, aquí dentro", después de haberlo roto todo en mil pedazos y de haber reconstruido el puzzle pieza por pieza. Niebla. El miedo a no gustarse, a decepcionarse, y al mismo tiempo las ganas de hacerse sonreír. Lluvia. La curiosidad de saber qué es lo que leen otros, o mas bien cómo, en qué orden, con qué sentido. Los recuerdos. Sumido en mil pensamientos, inconscientemente uno va cogiendo su libro,  procurando no dejar dobladas las esquinas, pasando pagina por página hasta la última, sin anestesia. Viento. Y cuando por fin llega al final, cuando una vez leído, lo cierra, deja escapar un suspiro de los que suenan a "Deja de mirar hacia atrás, que lo que importa está delante".  Y ni niebla, ni viento, ni lluvia, ni frío. Como decía Sabina, al punto final de los finales, no le quedan ya dos puntos suspensivos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario