domingo, 29 de junio de 2014

Tinta de domingo.

Sábado 28 de Junio, 7:13 a.m…o domingo, según se mire. Dicen que de los peores sentimientos nacen los mejores textos. No lo sé. Pero sé que ningún alma es de piedra, y que toda persona se cansa de ser siempre la mala del cuento. Hay noches en las que la luna rompe el cielo en pedazos y se deja caer un montón de estrellas de golpe, haciendo que la luz que provocan sea tan fuerte que alumbre hasta el último rincón de tu alma. Cálidas noches de verano en las que sientes el frío de invierno, que te arranca las lágrimas que no puedes sacar, dejando que resbalen por dentro hasta morir en un intento desesperado por cicatrizar  todas tus heridas de una maldita vez, y que no duelan. Mientras tanto caminas de puntillas para no romperlo más, aunque se clave, aunque escueza, pensando en lo absurdo y contradictorio que puede llegar a ser sentir querer algo cuando estás mejor sin ello. Ya no sé qué es lo que prefiero, si la belleza de las inflexiones o el encanto de las insinuaciones. Si al mirlo cuando silva…o cuando acaba de hacerlo. Quiero su lágrima que ríe, sus orgasmos en cadena, su invierno tropical que ni amarga ni envenena. Su trastorno, su locura, y el placer de provocarle esa sonrisa llena de dientes y de hoyuelos que difumina sus pecas y lunares. Quiero su abrazo sin cerrojos, ni ataduras, ni etiquetas. Tocar dentro de él un concierto para instrumentos de tiempo. Tocarle. Todo. El tiempo. Totalmente. Le deseo contra el olvido, contra los miedos, contra el tiempo, contra la pared. Dicen que la perfección no existe, pero si me dejaran buscar yo la encontraría recorriendo su espalda de extremo a extremo. Él tiene un sólo defecto. Yo. Y a veces, hasta eso le queda bien.



viernes, 27 de junio de 2014

Con las ganas.

De pequeño querías ser artista, pero ni siquiera llegaste a tener una paleta de pintura. Nunca conseguiste pintar tu propio lienzo, ni construir esa casa con vistas a mi cuerpo por la mañana. Al final lo único que queda, creo, es todo eso que nunca hemos tenido, en forma de un montón de viejas revistas que catalogaron nuestro amor por imposible. Todavía recuerdo el olor de tus abrazos, pero perdí la fe en los labios de esas zorras a las que en madrugadas sin alma me imaginaba que les entregabas tu boca. Siempre me fue más fácil creer en la salvación del paraíso que tenías entre las piernas, pero ya ves, ni las religiones propias aguantan las embestidas cuando las embestidas pueden ser compartidas con otras. Quemamos aquel hilo del que pendíamos sin darnos cuenta, y ahora parece que no tengamos fuerzas para atar el nudo que separa ambos pedazos y volver a caminar por él…al final siempre se hace de noche, y nunca estás entre mis sábanas, y yo sólo espero que tu insomnio, de vez en cuando, lleve mi nombre. Hay días en los que pienso que de las veinticuatro horas me sobran diecisiete, y a las demás les faltas tú, pero jamás te lo he dicho porque se me da fatal desnudarme el alma, así sin más, sin anestesia. Así somos, los seres humanos. Tenemos tanto miedo a que alguien nos rompa que preferimos esperar, que nos esperen, incluso no arriesgarnos a que nos puedan dar placer. Ojalá esta estupidez nos dure menos de lo que podríamos tardar en irnos para siempre. Ojalá. Dicen que para poder querer bien a alguien hay que quererse primero a uno mismo. Hace tiempo que decidí empezar por ahí, y creo que poco a poco le voy pillando el tranquillo. Y sí, hay veces que para crear algo es necesario destruir otras cosas. Pero hay pérdidas para las que uno nunca está preparado, heridas que tardan en cicatrizar más de la cuenta, y lugares del alma de los que nunca te vas. Del todo.


martes, 24 de junio de 2014

Tinta de tormenta.

Las gotas caían lentamente de los árboles, resbalando sobre las hojas que evitaban que el golpe fuera demasiado fuerte. Las bajantes, en cambio, escupían violentamente el agua de los tejados sobre la acera, como si intentaran borrar las huellas de quienes horas antes paseaban por ellas en medio de la oscuridad de la noche. De vez en cuando el cielo rugía, rompiéndose en pedazos de luz, y de gris, y de sombra. Ni si quiera los paraguas eran capaces de contener el llanto desconsolado de las nubes, y sólo los más osados se atrevían a correr de lado a lado de la calle, inundando sus zapatos atravesando lo que parecía una de las piscinas de la fábrica de chocolate de Charlie. Eva contemplaba el paisaje en silencio, con expresión contrariada, apoyada contra uno de los pilares de piedra de los soportales.

-¿Qué te pasa?-Preguntó Nico, mirándole a los ojos.

-Nada.-Respondió ella, cruzándose de brazos.-No me gusta que llueva.

-¿Por qué?-Insistió él, intentando alargar la conversación para no tener que dejar de mirarla.

-Porque no se puede hacer nada. Míranos aquí, sin poder salir, esperando a que pare.

-Podemos salir.-Propuso él, mostrando en su rostro media sonrisa, de esas que llevan consigo mucho más de lo que las palabras dicen.-La lluvia no nos obliga a quedarnos.

-¿Pero has visto la que está cayendo?-Preguntó ella sorprendida, abriendo de pronto sus ojos, achinados, verde aceituna.-¡Nos calaríamos enteros! No soporto la sensación de tener la ropa pegada al cuerpo.

-Eso tiene fácil solución.-Nico sonrió de nuevo, dejando esta vez sus hoyuelos al descubierto, al tiempo que se desabrochaba la camisa, la colgaba sobre su hombro izquierdo, y daba un paso hacia delante, sumergiéndose bajo la lluvia, dejando que ésta golpeara su tersa y bronceada espalda desnuda y revolviera su pelo castaño, despeinadamente peinado, casi negro. Se giró de nuevo hacia Eva, y la miró de nuevo a los ojos.

-Lo que te molesta es la ropa, entonces. No la lluvia. Déjate llevar. Aprende a confiar en lo que está ocurriendo. Si hay tormenta, déjala rugir, se calmará. Si hay silencio, déjalo aumentar. Algo surgirá.


lunes, 23 de junio de 2014

Tormenta.

No sé qué tienen las tormentas de verano, que hacen que sin darnos cuenta nos cambie el estado de ánimo. Cuando todo se vuelve gris y el sol muerde el cielo desgarrando las nubes, intentando esconderse tras ellas. No es que se marche, simplemente prefiere no salir. Tampoco es que esté triste, simplemente no le apetece sonreír. Y yo le entiendo. También he cerrado la puerta y me he escondido. Me he quedado callada y he dejado que la vida suceda sin pedirme permiso, sin hacer caso a los relojes, sintiendo el cosquilleo de su arena entre mis pies descalzos. Pero sigo aquí, inmersa en la profundidad de algún silencio que no necesita palabras. El caso es que siempre deja de llover. El pintor del cielo encuentra su paleta de azules, y seguimos con nuestro camino intentando no hacernos demasiadas preguntas, como cuando despertamos de un sueño de esos que se deslizan entre los dedos y se marchan sin despedirse, sin darte tiempo ni de apuntarlo en una libreta de papel para aprovecharlo después en un momento de inspiración. Supongo que todo esto, la lluvia, el tiempo y las gotas de agua resbalando contra el cristal de la ventana, hablan de nosotros sin que la mayoría de las personas se den cuenta. Sólo algunas se detienen y miran. Y ellas lo comprenden. Cuando llueve, ellas saben a lo que me refiero. Ellas entienden la lluvia. El resto prefiere sacar el paraguas, o esperar a que pare. No es que no sepan sentirla, simplemente no quieren hacerlo...simplemente no se mojan.

sábado, 21 de junio de 2014

Verano…no sé cómo recibirte.

A veces es delicado vivir entre paredes que nunca han visto tu sombra. A veces es complicado ver de seguido demasiadas fotografías sin despertar las ganas de volver a ver a una persona. A veces es mejor poner tierra de por medio y dejar que corra el aire, aunque sólo sea por volver a sentir después el querer acortar milímetros, como cuando presionas el botón para encoger de uno de esos metros de modista. A veces es necesario, aunque duela un poco, descosernos y dejar de compartir el oxígeno para respirar por nuestra cuenta...Llenarnos los pulmones, y al soltar el aire echar en falta ciertas cosas, ciertos detalles. Mirarnos por dentro, tranquilos, cada uno desde su trozo de mundo, y dar tiempo a que los latidos del alma nos aceleren la respiración cuando volvamos a encontrarnos. Siempre he pensado que olvidar es una cobardía. Yo sólo quiero recordar sin que me duela, y que no me rompan. Al fin y al cabo, soy la única que tengo. 




viernes, 20 de junio de 2014

Bienvenido, Verano. Te estábamos esperando.

"Huele a hierba y calor. Huele a helado acompañado de las puestas de sol más cercanas a su salida de todo el año. Huele a pantalón corto y a cometer errores porque “qué más da, es verano”. Huele a las ganas de trasnochar, porque en verano no se dice “una más y nos vamos”. No. Nadie quiere irse nunca. Huele a la promesa de volver a la época en la que las preocupaciones eran, valga la redundancia, menos preocupantes. Huele a disfrutar en el césped, arena, toalla o donde se tercie porque la cosa está en tumbarse, disfrutar de los rayos tan ansiados durante los últimos meses y ver las nubes pasar. Huele a jugar con fuego porque es un amor de verano y nada más. Huele a comilonas-siesta-chapuzón. Huele a la evolución de “benditos bares” a “benditas terrazas”. A sillas de metal que se oyen por toda la calle cuando te mueves un centímetro. Huele a convertir la calle en tu nuevo hogar porque es inconcebible estar entre cuatro paredes más de dos horas. Huele a dormir poco pero nunca estar cansado. Huele a cielo eternamente azul.Huele a la suma de ganas de comerse el mundo y carreteras interminables. Huele a juegos absurdos y encuentros “casuales” contigo porque son los que más nos divierten. Huele a fiesta, seamos sinceros, sin especificar hora del día porque todo es aceptable en verano. Huele a redescubrirse e inevitablemente re-conocerse a uno mismo. Huele a escenario, música en directo y pelos de punta. Huele a gente guapa porque todo el mundo está mejor con gafas de sol. Huele a camisas arremangadas, alpargatas y bermudas. Huele a tirantes finos, cuñas y faldas ibicencas. Huele a más tiempo para descubrir nuevos rincones y menos tiempo para trabajar. Huele a bancarrota por la unión de la poca fuerza de voluntad y las proposiciones de viajes irrepetibles. Huele a un verano distinto, mejor que el anterior y peor que el próximo. Huele a ir a por todas. De cabeza. Porque no conocemos otra manera. Huele a brisa salada, a noches calurosas sin gota de viento. Huele a marca de bañador y a sombra de palmera. Huele a humo, a hoguera, a la mejor ecuación del mundo: barbacoa más toda la cuadrilla. Huele a las cenas de tu abuela. Huele a tirarse de cabeza, tanto en sentido figurativo como en el literal, y a cloro, que aunque nos dé la sensación de que nos están arrancando los ojos, nunca dejaremos de abrirlos bajo el agua, porque somos así de curiosos. Huele a esa colonia que no te puedes quitar de la cabeza. Huele a tres meses de relajación para los suertudos y a dos semanas de locura desenfrenada para otros. Huele a la mejor canción del verano de todas, mientras exprimes lo poco que queda del día en el porche. Huele a protección solar. Huele a madres embadurnando a sus hijos en ella. Huele a la ausencia de voluntad y falta de responsabilidad cuando se te planta delante la combinación de piel morena y ojos claros. Huele a tormenta estival, la única del año en la que no te importa empaparte. Es más, quieres. Huele a que más de uno se tirará al agua con el móvil en el bolsillo. Y qué más da, es un aparato sobrevalorado. Huele a pecas en la nariz. Huele a fin de exámenes, horizontes sin fin y esperanzas por las nubes. Huele a castillos en el aire que, durante un tiempecito, se sostienen. Huele a cambio, que aunque no nos demos cuenta en el momento, siempre es a mejor. Huele a reggaetón saliendo a todo volumen por las ventanillas. Huele a paseos de madrugada, creyéndonos invencibles y lográndolo. Huele a que te pisen cuando llevas chanclas y cagarse en todos sus muertos. Huele a juegos de cartas durante horas, apuestas demasiado arriesgadas y decisiones mezcladas con alcohol, peligrosas pero divertidas, que rápidamente se solucionan tomando otra aun peor. Huele a que unas se pintan las uñas de los pies y otros se dejen esa barba de tres días. Huele a que definitivamente es mejor insinuar que enseñar. Huele a adrenalina temporal, ola de calor y confusión demasiado conveniente. Huele al miedo a acercarse a una fuente porque hay avispas a tutiplén. Huele a quemar tacón, mojar melena y gritar al viento. Huele a declaraciones de amor estrepitosas porque es el momento de jugársela a un todo o nada."
Porque si es cuestión de ser eternamente jóvenes, ahora es el mejor momento.

lunes, 16 de junio de 2014

Punto, y Coma.

La crítica más curiosa que me han hecho hasta ahora  es que no utilizo puntos y comas cuando escribo. Me sorprende hasta qué punto la gente es capaz de examinar y apreciar ciertos detalles, pero es totalmente cierto. No utilizo el punto y coma cuando escribo, porque reconozco que nunca he entendido bien su significado. O punto, o coma, y en todo caso puntos suspensivos, que dejan paso a la imaginación del lector, pero juntar a ambos uno encima del otro nunca me ha convencido. Tampoco sé por qué tiene que ser "punto y coma", y no "coma y punto", estéticamente quedaría hasta mejor, en mi opinión. El caso es, sin irme por las ramas, que no me gustan las cosas ambiguas, los sí pero no, ni los no pero sí, no entiendo del todo las palabras que salen de la boca mientras el gesto o la mirada que las acompaña las echa por tierra expresando algo totalmente diferente, y los grises que se alargan demasiado acaban por ponerme nerviosa. No es que sea muy de extremos ni de radicalismos, pero sí que creo que en ocasiones es necesario decir: Hasta aquí. Ya basta. Para bien o para mal, para blanco o para negro, para arriba o para abajo, para la izquierda o para la derecha (esta última me da más problemas). Un buen amigo me dijo hace poco que es normal tener miedo a la hora de decidir. Nos pasamos la vida tomando decisiones, y cuanto más adultos somos más decisiones tenemos que tomar, y más complejas son. Así que no es malo sentir miedo. El problema es, que cualquier decisión puede acabar sólo de dos maneras: Bien, o mal. Y tanto las decisiones afortunadas, como las desafortunadas, parecen ser iguales en el momento de tomarlas. 


sábado, 14 de junio de 2014

Siempre tarde.

Dicen que cada persona tiene un olor particular, un olor que la hace única, de manera que si estuviésemos en una habitación con los ojos cerrados y alguien a quien consideramos especial entrarse de repente, dejando que su aire se rozase con el nuestro, seríamos capaces de reconocerla, de poder asegurar sin ninguna duda eso de: Es ella. Es esa persona. Y cuando se va, su olor permanece ahí, en esencia, en la sensación que nos envuelve tras su último abrazo, trayéndonos consigo recuerdos que vuelven cada vez que alguien que utilice su mismo perfume pase junto a nosotros, aunque no sea él o ella. No es que la confundamos, simplemente, nos la recuerda. Ella se va, pero su olor se queda. Quizás por eso he dejado de utilizar tu sudadera, pero el atractivo hombre de aspecto cansado y mirada gris con el que me cruzo de vez en cuando los viernes por la tarde acaba de pararse junto a mí frente al semáforo en rojo, en la acera. Echa un vistazo rápido a su reloj de pulsera y su rostro dibuja una expresión impaciente. Llega siempre tarde. No ha cambiado de perfume. Un día, antes de irte, me dijiste que si yo fuese un libro, sería La soledad de los números primos de Paolo Giordano, y que si fuese una canción sonaría como la voz rasgada de Sabina durante La canción más hermosa del mundo en un concierto acústico en directo. Todavía lo recuerdo. A veces. Todavía lo recuerdo. Sin ti.


miércoles, 11 de junio de 2014

Tinta de domingo.

No sé si alguien me entiende cuando digo que hay frases que al escucharlas suenan de manera especial, diferente al envoltorio del antes y el después. Aparentemente puede que carezcan de importancia, pero se quedan ahí, retenidas en tu cabeza en modo stand-by esperando al momento adecuado para salir de ella. Y entonces inspiran. Inspiran mucho. El domingo a media tarde, entre la brisa fresca del lago y restos de helado y cerveza escuché un "Lo mejor, o lo peor, es cuando te das cuenta de que puedes ser feliz sin un hombre a tu lado". Y justo ahora ha venido, yo no elijo cuando quiere salir...Ayer nada más abrir los ojos, antes de levantarse de la cama, pensó en ello. Pensó que quizás debería irse. Entrar una última vez, desordenarlo todo por completo, más si cabe, y desaparecer. Como hace él, pero en esta ocasión sería ella la protagonista de la historia. Ya se acostumbrará después al desorden, al fin y al cabo es lo suyo, donde nace la inspiración, donde más cómoda se siente. Mientras tomaba el primer café de la mañana ya había cambiado de opinión, y con el segundo había vuelto a cambiar de nuevo, pero a pesar de que hoy ha decidido no tomar ni un sólo café, por si a caso, no descarta cualquier día ponerlo todo del revés. Cuestión de impulsos, supongo. La intención sólo cuenta historias tristes, no sirve de nada si no va acompañada de hechos, de palabras, de gestos que demuestren algo más. Ahora por fin sabe que hacía mal al no escucharse, pero siempre le resultó más bonito callarse a su lado, aún quedándose con las ganas de gritar cuando él se iba. El caso es que ya no le encuentra ningún puto sentido a levantarse algunas mañanas sin querer pensando en él, mientras en algún lugar, más lejos de lo que le gustaría, él amanece y no sabe si piensa en ella. Siempre es más fácil vivir con los ojos cerrados, ignorando que en ocasiones nos quedamos sin ganas de llegar a ninguna parte. Pero no se puede abusar de la suerte, y pretender que cubra nuestros descuidos y pague los impuestos de las tarifas que generan el tiempo, el miedo, la distancia, el silencio, y por encima de todos ellos, los sentimientos. 

viernes, 6 de junio de 2014

72 horas conmigo misma.

No se necesita una razón de ser para Ser. Es más allá de los límites de la razón, en el subconsciente más primitivo, donde somos de verdad, donde ante situaciones extremadamente aciagas la rabia aflora por todos y cada uno de los poros de nuestra piel y los sentimientos desbordan el alma, dejándose percibir como si pudieras rozarlos con las puntas de los dedos. Eres tú, son tus ojos mirando al vacío sin objetivo ni causa, solo, en tu lucha. Y esas balas que atravesaron tu cuerpo fueron sólo el comienzo. El acero fue el que rindió cuentas, dejando escapar el aire de tus pulmones hasta casi dejarte sin aliento, mientras el cuero y el algodón mascullaban dolor atrapados en heridas con lágrimas de mil llantos para poder acariciar, en el salto del tiempo, las cicatrices que un día ardieron a corazón abierto hasta congelarte la piel, generando una barrera mnemofóbica que confirma que los seres humanos no somos fríos por la ausencia de sentimientos, sino por la abundancia de decepciones. Pero a pesar del acero, del frío, de la rabia, del dolor, hay que quitarse la máscara de vez en cuando, ser uno mismo. Y no permitir que las heridas, tras convertirse en cicatrices, nos transformen en algo que no somos. ¿Salir de la ciudad? ¿Alejarse y desconectar? Más que de la ciudad, necesito salir de mi.




martes, 3 de junio de 2014

Talento y Oficio.

Arturo Pérez Reverte dijo una vez, que para ser buen escritor hace falta tener talento, y oficio. Hoy he escuchado decir a un periodista lacayo de nuestro actual gobierno (quizás el detalle no parezca relevante, pero para mi, lo es) que no existe ningún tipo de favoritismo en cuanto a la elección de los mismos para informar al pueblo de la situación actual del país, y que cualquier persona, si se lo propone, puede llegar a ser escritor. Para tener idea de un movimiento, es necesario ejecutarlo mil veces. Para conocerlo, hace falta repetirlo diez mil veces. Y para poseerlo, hay que realizarlo cien mil veces. El dominio de la pluma está al alcance de cualquiera, pero díganme qué movimiento hay que repetir para utilizar un tintero de sinceridad, integridad y ética sin dejarse manchar la tinta. Díganme qué movimiento hay que repetir para conseguir que las palabras cobren vida. Díganme que movimiento hay que repetir para manejar la inspiración sin caer en la locura, para conseguir, escribiendo para uno mismo, que quien te lee sienta lo que quieres transmitir. Díganme qué movimiento hay que repetir, para hacerse con el talento de escribir.


lunes, 2 de junio de 2014

Tinta de domingo.

Si el miedo a sentir no lo impide, te bajarás en mi parada y desordenaremos las letras de la palabra soledad hasta que ya no tenga nada que nombrar, nada que aludir. Te bajarás en mi parada con los hoyuelos sujetando tu sonrisa, pidiendo a gritos volver a besarme una vez más. Dirás que ayer no salió el sol, pero que hoy estás dispuesto a traerme la luna del cielo y si hace falta romperla en pedazos para que su explosión ilumine la más radiante y hermosa de las noches. Y al amanecer huirás, sabiendo que te quiero en mi vida, huirás de nuevo hacia el frío y dejarás que me congele sin tus abrazos, que con el paso del tiempo te eche de menos, que me sorprenda a mi misma de ello porque no entrabas en mis planes. Ese es tu modo de intentar que nunca acabe: Prohibírtelo a menudo. Yo me quedaré esperando, tranquila al principio, sabiendo que volverás, intranquila después, preguntándome cuándo. Poco a poco comenzaré a no reservarte un hueco en mi memoria en los días que no te encuentro, que no te encuentras, que caben cosas como garabatear hojas en blanco con dibujos inacabados, perderse entre canciones con los ojos cerrados, salir a correr hasta sentir la lluvia dentro de los huesos, esconder los sentimientos, y que mi tinta no suene a ti. Me responsabilizarán del deseo de otros hombres por meterse en mi cama, y yo aguardaré en silencio, impasible, pensando en que ojalá te dieras cuenta de que eres tú quien quiero que me ayude a derretir el hielo de mis sábanas. Intentaré creer que olvidamos lo que sentimos antes incluso de que nos diera tiempo a saberlo, cuando en el fondo ambos sabemos que no es lo mismo olvidar a una persona que empeñarse en vivir sin ella. Quizás el tiempo haga que todo cambie, quizás el viento sople con tanta fuerza que sea capaz de arrastrar consigo el caos y dejar todo en su sitio, incluso lo que se esconde en el rincón más profundo y secreto de nosotros mismos. Pero qué queréis que os diga, a estas alturas. En la vida cada uno se enamora de lo que a su alma le da la gana...y la mía se enamoró de una sonrisa.