viernes, 6 de diciembre de 2013

Viernes con sabor a domingo.


No sé por qué sin haberte visto llorar nunca, tengo la sensación de que últimamente te has reído menos, y de que te hacen sangrar las noches más de lo debido, que te arañan los kilómetros que te separan de cualquier parte. Que odias la distancia casi tanto como salir de la ducha en invierno, y al hacerlo te miras al espejo sin que nadie se acerque a pintar una sonrisa en el vaho que te seque la tristeza. Parece que los días también pueden ser abismos, donde caer es tan fácil como dejar de querer levantarse. Y es entonces, cuando los viernes saben a domingo, cuando piensas que recorrerías cualquier camino sólo para demostrarte a ti mismo que el tiempo no nos hace olvidar. Pero como dijo Moccia, ¿Cómo puede ser que nos guste tanto chapotear en los asuntos de los demás? Temas picantes, detalles prohibidos, actos casi oscuros o pecados veniales. Quizás porque así, sólo escuchándolos, uno no se ensucia. Y que venga alguien a decirte que no puedes soñar con ella despertándote cada mañana solo, o con otra, que se equivoca. Qué te van a decir a ti que no sepas, intuyas o sientas. Qué mierda te van a venir a contar si es ella la que ya estuvo ahí, y la que lo merezca o no, si quiere, estará. No lo entienden, ni lo van a entender. No tienen ni idea. No saben nada.



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