martes, 4 de marzo de 2014

Políticamente correcta.

Dicen que todo lo bueno se acaba, pero yo me resisto a creerlo. Las historias que merecen la pena no tienen comienzo ni fin. Como el infinito, por eso, entre otras cosas, me gusta tanto. Arbitrariamente uno elige el momento de la experiencia desde el cual mirar hacia atrás o hacia delante, y aún así hay ocasiones en las que no está en nuestras manos decidir. Que simplemente es así, sucede así. Se siente así. Hay, a veces, personas de las que la distancia no nos puede separar por mucho que se empeñe, y no me refiero sólo a la distancia física, también a la distancia psicológica, la que nos creamos como barrera anti-todoloquepuedallegaramialma. Hay besos que duran incluso mucho después del roce, escalofríos provocados por el calor de un abrazo, sonrisas de esas llenas de dientes y de hoyuelos que podrían hacer salir el sol y acabar con toda esta lluvia ahora mismo. Últimamente tengo la sensación de que el camino largo también puede ser el correcto. Que por una vez, la felicidad no depende de llegar a ningún sitio, sino de disfrutar del lugar en el que estamos. Sólo hay que cerrar los ojos. Cerrarlos con fuerza y acordarse de lo bonito. Del instante, del detalle, del momento. Que hay que dejar que lo urgente se haga a un lado y deje paso a lo importante, que no se puede vivir como aquel que no recordó darse una nueva oportunidad para ser feliz. Y cuando la vida no nos de motivos para ello, cuando vengan días en los que tengamos que cosernos la sonrisa, agarrarse a la esperanza. Agarrarse con fuerza a las ilusiones. Y seguir. Seguir, parar, tomar aire. Respirar. Mojarnos bajo esta lluvia y en lugar de acumular silencios gritar con todas nuestras ganas. Y nunca, nunca creer que las cosas que se derrumban no pueden levantarse de nuevo. Nunca creer que lo triste durará más que nuestras fuerzas. Quizás el problema sea que miramos el cielo por la noche y nos parece que ya no quedan suficientes estrellas. Que algo se apagó hace tiempo y que nada luce igual. Pero no podemos olvidar cómo hacer brillar nuestros ojos, ni negarnos la posibilidad de que alguien nos ilumine. Que nadie nos quite nunca el derecho a iluminar un poquito a los demás. Que nadie nos quite el derecho a dejar que el mundo nos ilumine a nosotros.

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