sábado, 28 de julio de 2012

Y soplar en la herida, para que no duela.

Llenas de calma mi ansia arrollada y colmada de nervios, enfrías el fuego que abrasa por dentro para que antes de arder se consuma entre restos de humo. Humo que espantas, que suspendido se aleja, y deja paso al aire, al oxígeno que colma pulmones, que apaga la tos con tu agua. Y corta mi sed, y refresca mi alma.  Y el tacto más fragoso se convierte en caricia de seda, el olor más hediondo en incienso de vainilla y hierbabuena, que sabe a caramelo, a miel, y a canela, que no hacen falta ojos para contemplar su belleza. Y es así como lo haces, cómo de vida me envenenas, soplando en la herida, para que no duela.

viernes, 27 de julio de 2012

Visitas.

Durante los dos primeros días eres incapaz de controlar tu cuerpo, por lo que te resulta innecesario e irrelevante controlar el tiempo. Te da igual, si una hora dura un segundo y un segundo se te hace un día entero, qué más da, ya pasará, sólo piensas en descansar, y en comenzar a encontrarte a ti mismo. Pero tras superar ese margen, producto de la anestesia y del periodo post operatorio, o como quiera que se escriba, te das cuenta de lo largos y aburridos que serán los días durante las semanas de reposo absoluto. La palabra en sí suena rotunda, redonda, pero nadie dice nada de la sensación de eternidad que arrastra. Y es entonces cuando lo que nunca creíste que necesitarías, todas esas veces en las que te dijiste a ti misma que tú sola podrías, te pasa factura. Y se agradecen. Ya lo creo que se agradecen, todas ellas, sean como sean, eso es lo de menos, mientras sean. Y todas son. De las largas, o de las de 5 minutos. De las que traen bombones, chocolate, y hasta zumo de naranja, o de las que traen una sonrisa que casi no cabe en su cara. Las que no te esperas. Las que llevas esperando desde que amaneciste por la mañana (diría "levantaste", pero en mis condiciones sonaría un poco pretencioso). Las que te demuestran que todo el mundo merece una segunda oportunidad, que a pesar de los errores o de los malos entendidos, les importas, y te quieren ahí. La que viene de lejos para estar cerca, a 6000km, y aunque físicamente no pueda estar, su voz hecha letra te llega al alma. Las que vienen de cerca para estar más cerca todavía. Las que acaban un examen de inglés y casi sin tiempo a tomar aire se presentan en tu casa. Las que no cenan para venir a verte, pero te traen helado de postre. Las que te hacen un vídeo, para que llores, para que saques de bien a dentro lo que no puede salir, pero necesita hacerlo. Las que siempre están, porque son continuas, viven contigo 24 horas al día.Todas, me quedo con todas, sin lugar a dudas. Porque de vez en cuando, sienta bien darse cuenta de que más gente pasó por ello, de que más gente te entiende, está contigo, te apoya...que de vez en cuando, sienta bien darse cuenta de que no estás sola.

miércoles, 25 de julio de 2012

Día 3.

Alta, primera cura, Almudena la madre de Marta, siempre tan atenta, tan entrañable, igual que el doctor Pérez España. No me sentí persona hasta bien entrada la tarde. Un día gris, confuso entre mareos, suspiros, y recuerdos borrosos...mi madre y su historia imaginaria sobre la presencia de un asesino en el hospital. El cariño con el que me vestía y me limpiaba. El beso en la frente de buenos días de mi padre. El abrazo de mi hermano al llegar a casa, con esos brazos tan grandes y formados, y esos enormes y brillantes ojos verdes. La visita de Alba y Barco con su chocolate, su caja de bombones y su contagiosa alegría. Y Pablo. Es un recuerdo en sí mismo, cada momento, cada instante de tiempo que transcurre en el que él está a mi lado, hace que sienta que me entiende, y me da ánimos para no pensar en lo qué vendrá, en cuándo podré volver a correr, a tirar a canasta o a coger un balón de baloncesto...de momento, hay que seguir, que ya tendremos tiempo de pensar en lo demás.

Día 2.

La melodía llegó a su fin. Rigiéndonos a la fecha que marcaba el calendario, continuaba siendo 23 de Julio, pero aquellas 4 horas hicieron que para mí comenzara un nuevo día. Todavía era incapaz de mover las piernas, pero por fin comenzaba a sentir el tronco, incluso la cadera, y me sentía totalmente eufórica, como si en cuanto despertaran fuesen a saltar sobre la cama y correr por todos los pasillos del hospital. Sujetaba entre mis manos la botella del drenaje con la sangre que fluía de mi pierna, y en aquel momento me parecía algo fascinante. La mujer de la vesícula acababa de fallecer en el quirófano 2. Dos enfermeras empujaron de nuevo mi cama en dirección al ascensor. Cuando llegué a la habitación recuerdo que no pude evitar sonreír. Allí estaban todos, esperándome. Les volví locos, seguro. Quería comer, y leer, y hablar, quería hacer millones de cosas...hasta que el efecto de la anestesia comenzó a desaparecer. Empecé a sentir mi vejiga llena, pero no sabía cómo vaciarla. No lo sentía, más bien, tan sólo la bolsa llena dentro de mí. El pánico a la sonda comenzó a apoderarse de mí. La sensación de no ser capaz de controlar mi propio cuerpo no me gustó en absoluto. Decidí tranquilizarme, escucharme por dentro, y dio resultado. Comencé a sentir el drenaje. De vez en cuando, a ritmo descompasado, pero firme, fuerte. Bum bum, bum bum. Podía ver la sangre fluir por el conducto hasta la botella. Cansancio. Cada vez más. Me pesaba la pierna, y la cabeza, y hasta los párpados...pero no tenía sueño, en realidad. Sólo cansancio. Una extraña fatiga que me quitaba hasta la fuerza para hablar. Ya no tenía hambre, sólo náuseas. Tampoco era capaz de leer, y me daba exactamente igual llevar un camisón con la espalda abierta. Sólo pensaba en sentirme mejor. No se cuántas horas transcurrieron, poco a poco todos fueron abandonando la habitación, hasta Pablo, que fue el último, tras ayudar a mi madre a montar el sofá cama, o al menos eso me pareció escucharles. Se hizo el silencio. Los ojos se me abrieron varias veces a lo largo de la noche, pero el cansancio no me permitía mantenerlos así durante mucho tiempo. Cuando los primeros rallos de sol comenzaron a entrar por las rendijas de la persiana de la terraza, una enfermera entró a la habitación para suministrarme la siguiente dosis de medicación. Un nuevo día estaba a punto de comenzar.

martes, 24 de julio de 2012

Día 1.

Apenas soy capaz de recordar con detalle los momentos previos a la operación. La llegada al hospital fue una de tantas, he visitado tantas veces ese lugar en los últimos meses que ya ni su olor a gasas esterilizadas, ni sus paredes herméticas, ni todas esas personas caminando de un lado para otro ataviadas con trajes y batas de colores desteñidos, me hicieron reaccionar. Permanecimos en la habitación algo menos de una hora, lo justo para situarnos, leer el primer capítulo de "El Haiku de las Palabras Perdidas", de Andrés Pascual, y vestirme con ese horrible camisón abierto por detrás. Sólo el camisón. Ni si quiera las bragas me dejaron conservar, "las perderás en el quirófano", me dijo una amable enfermera con tono gracioso, para quitarle hierro al asunto. Eché un último vistazo a la habitación, Mi madre, mi hermano, mi tía...y Pablo. Pablo. Eso me hizo abandonarla con una sonrisa. Mi padre me esperaba fuera, y se despidió de mí con un gesto enternecedor, poco habitual en él. Recuerdo el camino a la planta baja subida en la cama, y cómo valoré esos últimos segundos en los que podía caminar con ambas piernas. Y es que una parte de mi subconsciente sabía que me esperaban muchas horas tumbadas en esa cama. Bajar en ascensor tumbada en ella fue extraño. El doctor Pérez España llegó cuando una de las enfermeras leía mi parte médico, y me saludó con esa enorme y agradable sonrisa que le caracteriza, al tiempo que se colocaba con delicadeza los guantes de látex. A partir de ahí, todo es confuso. La vía, el pinchazo a media espalda, el sedante, los parches de motorización en el pecho...me sentía despierta, pero no plenamente consciente. Sentí como mis piernas comenzaban a perder movilidad, y poco a poco el resto de mi cuerpo, hasta llegar al pecho. Recuerdo preguntas a cerca de mi estado, hasta sentirme casi incapaz de distinguir de dónde provenía la voz que las hacía. Entonces alguien empujó mi cama en dirección a la sala señalizada con un pequeño cartel metálico como "quirófano 1". A partir de ahí, llego el frío. Un frío helador que hacía tiritar a mis brazos, y a la parte superior de mi cuerpo. El resto estaba bien, tranquilo, en paz. Hasta el incómodo dolor de estómago que horas antes me acompañaba, había desaparecido. Poco a poco, todo se redujo a una suave melodía. El sonido del gotero marcaba el ritmo, firme y regular, en contraposición con el suave pitido de la máquina de pulsaciones, que de pronto se hizo continuo. Por un momento pensé que algo iba mal, pero me tranquilicé al sentir el firme palpitar del corazón. Mi brazo, al ser tan delgado, se había salido del brazalete, o como quiera que se llamen esos trozos de tela con belcro que se adhieren al brazo como si fueran lapas. Sonidos, y más sonidos, mantenían vivo mi cuerpo dormido. No podía sentirlo con el tacto de mis manos, pero sí con la suave caricia de los sonidos que retumbaban dentro de él, mientras los doctores hacían su trabajo...no podía ver más allá de una fina cortina verde...sólo sonidos...y frío. Una tos ahogada elevó mi pecho. No sentía los pulmones, pero sí el fuerte carraspeo en la garganta. Volví a toser, y sufrí la misma sensación. Aquello me impactó, incluso generó en mí cierta angustia. Y mantas, y más mantas, y hasta una bomba de aire caliente entre el hueco de la sábana, intentaban sin éxito que mi cuerpo dejase de temblar. Recuerdo voces, graves, y agudas, y en cuanto escuché al doctor pedir "tendones" una parte de mí supo que no había nada que hacer. El ligamento también estaba roto. Pero el resto de mi ser se encontraba inmerso en esa suave melodía que generaba mi cuerpo, sin querer despertar. De pronto ví una pierna elevarse por encima de mi cabeza. Mi pierna, la que yo continuaba sintiendo sobre la cama, estaba ahi, en lo alto,  sobre el hombro izquierdo del doctor, que le colocaba una especie de media. Para cuando mis funciones cerebrales comenzaron a reaccionar, me encontraba fuera de la sala. En aquella cama, con la bomba de aire, y el doctor apoyado junto a mí. "el ligamento...?" recuerdo que pregunté."Sí. Estaba roto. Pero no te preocupes, todo ha ido bien", dijo con su voz firme de locutor de radio, y esta vez, sonrió también.

lunes, 16 de julio de 2012

Una mancha en la hoja infinita.

Siempre he pensado que se puede averiguar mucho de una persona a través del escritorio de su ordenador. Si buscas información más personal probablemente la encuentres en Mis Documentos,  Mis Imágenes, Descargas, o en cualquiera de esas carpetas almacenadas por defecto que el sistema operativo Windows que todos utilizamos como borregos proporciona. Pero la esencia, los pequeños detalles que distinguen a una persona del resto suele encontrarse justamente ahí, en la pantalla inicial que se muestra tras encender. La mía (por supuesto, entre otras cosas) siempre tiene un documento de texto (y digo de texto porque ni si quiera es word, mi licencia gratuita se me acabó hace tiempo y utilizo open office). Generalmente no apago el ordenador, y la mayor parte de veces el documento está abierto. En él solo escribo. A veces ideas, a veces entradas de blog completas, frases o párragos de otros escritores que me gustan, incluso capítulos de libros enteros han pasado por esa hoja antes de comenzar a formar parte de lo que yo considero "su sitio". De vez en cuando hago limpieza, borro aquello que ya ha sido utilizado o que ya he colocado en el lugar al que yo considero que pertenece. Mi hoja infinita, la llamo, porque contiene todo aquello que no está listo para pertenecer a ningún lugar, no está definido, pero existe, y no tiene un límite, ni un final, ni tampoco restricciones a la hora de escribir. Esta mañana mi hoja infinita ha sido manchada por algo que aunque en el fondo son buenas noticias hubiera preferido no anotar ahí. Por eso quiero borrarlo de ella cuanto antes, y como no se bien cuál es su sitio, aquí lo dejo...una vez más, en algún sitio lo tenía que escribir.

Viernes 20 de Julio, 8:30 a.m., Clínica los Manzanos, en ayunas. Placa torax, análisis sangre, orina, electro (Anestesia). Pasar después por consulta Doctor Pérez España.

Lunes 23 de Julio, intervención quirúrgica.

miércoles, 11 de julio de 2012

Suma y Sigue.

Es increíble como el paso del tiempo transforma un sentimiento. A  los 9 años sueñas con llegar a ser tan alta como ese entrenador que hace mates en las canastas pequeñas. A los 10 estás deseando que pase un año más para que te dejen jugar con las mayores, en campo grande, con balón grande. A los 12 sueñas con llegar muy alto, como los jugadores que salen en la tele y llevan equipaciones de las de verdad, de tirantes finos, sin que tu madre te obligue a llevar una camiseta de manga corta por debajo, para no coger frío. Con 14 entrenas y entrenas, y no paras de entrenar, todas las horas del mundo son pocas, y aunque acabes agotada siempre quieres más. A los 16 tu adolescencia lo convierte en una salida, una manera de despejarte, de huir de todos tus problemas y  sólo pensar en una cosa: Jugar. Con 18 viene el salto grande, gente más experimentada que tú en la misma cancha, personas de la que tienes mucho que aprender, y lo más importante, a partir de ahora, aprender sola, porque la mayoría no se va a molestar en enseñarte, es un trabajo propio y personal. Pero pronto te sientes como en casa. No te planteas dejarlo jamás, y la primera lesión importante no genera en ti sino una nerviosa ansiedad que cuenta los días que faltan para poder volver a jugar. Pero tras la primera viene otra, y otra, y otra más, y a los 23, cinco seguidas en cuestión de meses. Entonces llega la definitiva, y ya no cuentas los días que te faltan, si no los que llevas sin ello. Y no cuentas los días que te faltan, porque no es número, es miedo. Y te jode, te revienta que otros puedan y tu no, y ya no soportas ni si quiera el sonido de un balón contra el suelo, o el fino batir de una red contra el viento al dejarlo pasar a través de ella. Pero eres incapaz de plantearte la vuelta, eres incapaz de pensar en el día, en la fecha...y ante el miedo a plantearte si existe o no existe, sigues contando los días...suma, y sigue.