domingo, 30 de diciembre de 2012

Olvido, parte VI


Me despierta el crujido de mis propias articulaciones, y el olor a domingo envenenado. Entre restos de sueño y dolor de cabeza, o quizás de estómago, no soy capaz de distinguir. Las pestañas no terminan de desenredarse entre ellas y los párpados se me pegan a las pupilas como si plegarse de nuevo supusiera morir, aferrándose a sus últimos instantes de vida. La sábana cubre mi cuerpo, pero me siento desnudo debajo de ella, y tengo el pelo revuelto, empapado en sudor fruto de pesadillas que apenas logro recordar. Y frío. Mucho frío, pero no es frío de invierno, es frío sin estación, sin etiqueta, sin nombre, del que llega a cualquier hora, en cualquier momento, sin avisar. Hace días que no se de ti, demasiados, llevaba la cuenta hasta hace bien poco, pero decidí olvidar. O intentarlo...y no puedo. Las hojas secas del otoño ya nos han vuelto a abandonar, queda muy lejos aquel 20 de Octubre soleado en el que el viento nos envolvía con su manta melódica,  armónica...y sin embargo mi alma lo sigue sintiendo cerca, tanto que es capaz de escucharlo cuando acaricia las cuerdas de su guitarra...mi garganta. Ha hecho con ellas un nudo. Y duele. Te lo pido desde aquí, en silencio y a gritos, haciéndolas vibrar como pueden, melancólicas y desordenadas: Déjame una vez más. Déjame convencerte de que ya es invierno, de que tú y yo no somos nada el uno sin el otro, y de que en la muerte de Diciembre Enero nacerá más radiante y hermoso que nunca. Déjame engañarme un rato, anda...aunque solo sea mientras tenga la pluma en la mano.




jueves, 20 de diciembre de 2012

Si no entienden lo que dices...

Intenta que entiendan lo que callas. Una vez más, a pesar de todo, y las que haga falta...
Vamos Infantiles.








lunes, 17 de diciembre de 2012

Buscadora de personas transparentes.


Últimamente he tenido que responder, bastante a menudo y sin saber muy bien, a la habitual pregunta de "a qué te dedicas", "qué eres", o "en qué trabajas". La respuesta que habré dado el 90% de las ocasiones ha sido que soy profesora de Matemáticas, en algunos casos me habré atrevido a añadir que soy escritora, y aunque ni yo misma considero que lo sea (todavía), de vez en cuando me engaño un poquito y digo que también soy entrenadora de Baloncesto. Pero lo que nunca, nunca jamás he dicho, en parte porque me tomarían por loca, y en parte porque no se trata de una profesión remunerada económicamente hablando, que es lo que parece que a la gente que hace esa pregunta le interesa, es a lo que me dedico desde hace años con la misma o incluso más ilusión que al resto. Realmente no existe un término que lo defina, pero yo misma he inventado el mío propio: Buscadora de personas transparentes. Cada vez estoy más convencida de que en el mundo hay muchas personas que merece la pena conocer, pero por culpa de nuestra falta de interés, nuestro conformismo, y la cantidad de personas que aún no mereciendo la pena se empeñan en destacar por encima de los demás, sin talento, sin mérito, sin modestia y sin prudencia, colgándose medallas que no les corresponden, pasamos al lado de aquellas especiales sin si quiera distinguirlas. Pero siempre llega el día en el que sales a la calle dispuesta a ir tachando una por una las notas de tu hoja de rutina, y alguien te sorprende. No te lo esperas, vas pensando en la cantidad de individuos con los que tienes que tratar carentes de autenticidad y de sentimientos verdaderos, de los de hoy te quiero, mañana te odio, pasado te olvido, y la semana que viene, te echo de menos. Sumida en esos pensamientos, mezclados con el sonido de tu hambriento estómago y del “Unforgiven” de Metallica, olvidas un paquete en la parada del autobús, y 20 minutos después vuelves enfadada contigo misma, con lo despistada que eres y con el poco tiempo que tienes para todo, para intentar recuperarlo. Y ahí está, de pie, junto a la parada, un chico de más o menos tu misma edad, con el paquete en una mano y el teléfono móvil en la otra, a punto de llamar a la tienda con más preocupación que tú para ver cómo puede conseguir que lo recuperes, porque, como te dice, había llamado a su madre antes a ver qué podía hacer. Lo de menos es el paquete, y que llegues tarde a comer, y el doble ticket de autobús que tienes que pagar después. Merece la pena, porque ese chico tiene ese “algo” que tanto cuesta describir, ese "algo" que cada vez cuesta más encontrar en las personas. Y puede que no lo vuelvas a ver en tu vida, pero da igual, ha hecho que Metallica suene de manera diferente, que el mundo entero suene de manera diferente, que regreses a casa con una sonrisa...y ha pasado a formar parte de tu valiosa lista de personas transparentes. 



domingo, 16 de diciembre de 2012

Anuncios con encanto.

Y que nada ni nadie te quite tu manera de disfrutar de la vida.


sábado, 15 de diciembre de 2012

Olvido, parte V



-Tengo miedo, lo reconozco. Si te soy sincera, pánico podría ser la palabra que mejor define lo que siento en determinadas ocasiones, cuando lo pienso demasiado. Pero se por qué. No estoy a gusto así.

-¿Así, cómo?-Preguntó él, desde su ya habitual posición de manos en los bolsillos y hombro derecho apoyado sobre la puerta del portal.

-Así...como ellos. El exceso de estabilidad me aturde, me desconcierta hasta tal punto que me hace sentir totalmente inestable, vulnerable ..perdida. Y cuanto más me relaciono con ellos, más me aterroriza, me aterra, el sólo hecho de pensar que lo que hago puede llegar a parecerse mínimamente a eso que con ignorancia se llenan la boca llamándolo "vida".

-Espeeeeeeera, ¡frena! ¿No crees que estás siendo un poco radical? Puede que no lo sea para ti, pero sí para los demás...

-¡Pues no quiero ser como los demás, entonces!-Le interrumpió con firmeza, y las palabras llegaron solas.- No quiero envejecer como las parejas normales. No quiero que la rutina se alimente de mi vida poco a poco, hasta que consuma la pasión, la vitalidad, las ganas de improvisar y no hacer siempre lo mismo. No quiero seguir paseando por las mismas calles, de la mano o sin ella, eso es lo de menos. No quiero cenar siempre en los mismos restaurantes ni dormir siempre entre las mismas sábanas ni visitar el mismo lugar por vacaciones de Navidad. No quiero guardar siempre sitio para el postre. No quiero fechas, ni etiquetas, ni colgar el cartel de cerrado en ninguna parte, aunque esté convencida de que no me interesa. En ninguna. No quiero vivir siempre entre estas cuatro paredes con forma de país, me agobia, siento como si me quemara por dentro.

-¿Pero qué es lo que quieres, entonces?-Preguntó él, desconcertado. Sacó las manos de los bolsillos de sus desgastados pantalones vaqueros y las colocó detrás de su cabeza, al tiempo que se acercaba unos centímetros más hacia Ella.

-Quiero una maleta, ¡Qué digo! Ni eso, una mochila, pequeña, discreta y cómoda. Un pasaporte sin nacionalidad, sin apellidos, no quiero ser de nadie, ni sentirme atada a nada más allá de los cordones de mis zapatillas. No quiero tener la misma vida que el resto del mundo, me niego rotundamente.


-Creo que te entiendo...ahora sí.- Él bajó la mirada y la hundió profundamente, hasta casi alcanzar el centro de la tierra, haciendo que sus ojos comenzaran a enrojecer. Ambos permanecieron en silencio durante unos segundos. Ella le contemplaba paciente, con un brillo especial en la mirada, un brillo apagado, pero lleno de una extraña y dulce esperanza. Al fin, el levantó la cabeza con un brusco movimiento y dio un paso más, casi rozando los desprevenidos labios de Ella. Cerró los ojos mordiéndose el labio inferior, y volvió a colocarse las manos sobre la cabeza.-¿Y qué papel se supone que ocupo yo en todo ésto?

-Quiero que mi vida cambie. Cámbiala. Hazla diferente...si puedes.

-¿Una mochila, un pasaporte, y qué más? ¿Qué más, T? Necesito saberlo.

Ella comenzó a temblar. Dio un paso hacia atrás, y tras observarle como si aquella fuese la última vez que le vería en mucho tiempo, dio media vuelta, y desapareció tras la puerta del portal de su casa. Él no se movió. Se quedó parado ahí, en la misma postura, sin ser capaz de reaccionar, para terminar recostado contra la pared. Ella se dejó caer junto al hueco del ascensor, y se acurrucó en la esquina, con la cabeza apoyada en el mismo muro, desde dentro. Cuando se sintió sola, y las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, un susurro que pareció escucharse en todos los rincones del mundo hizo vibrar sus labios, y con ellos aquel muro de piedra y hormigón.

"Una mochila, un pasaporte...y Tú".



viernes, 14 de diciembre de 2012

Las nubes lloraron piedras.


No me gustaban las naranjas. Tampoco es que me disgustaran, no se, simplemente no entraban dentro de la fruta que solía comer, en parte por la pereza de tener que pelarlas y usar cuchillo y tenedor para ello...siempre me salpica el jugo, alguna vez hasta me ha salpicado a los ojos y he tenido que correr al lavabo para librarme del escozor. Lo que escuece te cura, se suele decir. Y así fue. Aquella noche, sentí cómo la lluvia me empapaba por dentro, y al llegar a casa no podía dejar de sonreír. El agua recorrió mi anatomía, envolviendo mi cuerpo con dulces caricias, que en aquel momento parecieron tuyas, y una parte de mí se resistía a deshacerse de la ropa mojada y ponerse el pijama. Aquella noche las nubes lloraron piedras, el cielo entero se rasgó en pedazos de cristal electrizado, y el viento gimió palabras mudas, que sólo tú y yo escuchamos. Aquella noche...Sentí la tierra firme bajo mis pies y al mismo tiempo tuve la sensación de poder volar muy lejos, hasta tocar el cielo con mis propias manos. El oxígeno se coló como quien no quiere las cosa en mis pulmones, puro, limpio, sano. Tanto como todo aquello. Me pesaban los huesos, si, y la ropa, y hasta la piel, pero no me importaba. Y es que mi piel de golpe ya no era como una cárcel. Lentamente, mi corazón comenzó a latir. Las neuronas defectuosas enviaron sus impulsos en todas las direcciones posibles. Sentí mi cuerpo como nunca antes lo había sentido. Y me gustó. De golpe me gustaron las mañanas de madrugada, los domingos, el café, las noches de lluvia... como aquella. Me gustó estar viva, no se. Me gustó poder volver a empezar. 
Contigo.


Hoy ha vuelto a salpicarme el jugo de naranja en el desayuno, y me ha vuelto a escocer de aquella manera, como ya no recordaba. Como la última vez. Como antes de que aparecieras...como antes de que te marcharas. 
Sin ti.


jueves, 13 de diciembre de 2012

Olvido, parte IV

-Entonces, ¿Estás bien?-Preguntó él mientras daba vueltas de derecha a izquierda a la cucharilla que se difuminaba dentro de la taza de humeante café.

-He estado mejor.-Respondió ella dibujando en su rostro media sonrisa.-Pero no me quejo.

-¿Todo bajo control, entonces?-Insistió al tiempo que acercaba la taza hacia sus firmes y rosados labios.

-Bueno...creo que he llegado a ese punto en el que se podría decir que controlo. 

-¿Controlas?-Él dejó escapar una leve carcajada, y estiró sus piernas, ya más relajado.-Te he oído decir eso antes más de una vez.-Ella sonrió de nuevo, y se tomó unos segundos para responder. Agitó suavemente el pequeño vaso de su café cortado, dio un sorbo, y tras volverlo a dejar sobre la mesa, alzó de nuevo la mirada.

-A lo que me refiero es a que controlo mi cuerpo en tanto en cuanto yo decido lo que entra en él. No me interpretes mal, me refiero a la sustancia de las cosas, a la esencia que llevan dentro. No se qué pasará si me tomo una pastilla de DMMA, y por tanto no lo hago, no lo he hecho en mi vida ni tengo intención de hacerlo...pero estoy totalmente segura de que 5 minutos después de tomarme lo que se conoce como un "cortado" siento cierto mareo. Aunque a la gente normal le suba la tensión, a mi me la baja, muy normal tampoco soy, eso ya lo sabemos los dos. Pero aún así lo tomo, de vez en cuando, en parte por no desequilibrar la rutina que he conseguido en estos meses, y en parte porque soy idiota. ¡Qué le voy a hacer, ni si quiera me gusta el café! Hay veces que incluso pido café con leche, aun sabiendo también que a los 20 minutos aproximadamente acabaré con la necesidad de ir al servicio...pero bueno, eso es otra historia. Cada cuerpo es como es, y yo no me quejo del mío, no me quejo en absoluto, estoy contenta con él. 

-No me extraña.-Le interrumpió Él lanzándole una pícara mirada de arriba abajo, al tiempo que sonreía y ladeaba la lengua. Ella no pudo evitar sonreír otra vez, y le golpeó cariñosamente en el brazo izquierdo.

-A lo que voy con todo este rollo es a que soy yo la que decide. Conozco las consecuencias, y a partir de ahí valoro si me compensa o no. Igual que cuando te conocí a ti. Quizás te sentirías mejor si te dijese que tengo un nudo en el estómago por tu culpa...pero creo que ya va siendo hora de que nos dejemos de tonterías y actuemos como personas maduras. Yo lo sabía. Desde el principio, siempre lo he sabido. Sabía que no podía permitirte pasear a tu antojo por mi vida durante más de unas pocas semanas, porque de ser así acabarías en ella para siempre, o al menos lo que yo entiendo por "siempre". 

-Creo que esa palabra significa lo mismo para ambos.-Él la miraba perspicaz, intentando ver a través de Ella.

-Puede ser. Pero como te he dicho, soy idiota, y aun así lo hice. Jugué con fuego, me quemé entera de arriba abajo y aún a día de hoy me dedico, en mis escasos ratos de aburrimiento, a quitarme las postillas que me quedan en la piel. Pero, ¿sabes que? yo lo elegí. se que estas convencido de que fuiste tú, pero te equivocas.

-Soy un poco gilipollas a veces, sí...- Ya no bebía café. Se limitaba a revolverlo con la cucharilla de un lado para otro, dejando que se sobrara de vez en cuando sobre el plato de porcelana.

-Bastante de hecho, pero tienes tu encanto.- Esta vez sonrieron los dos.- Y hay otras cosa más en la que seguro te equivocarías también. 

-Bueeeno, parece que vienes decidida a quitarme la benda...¡Sorpréndeme! Si puedes.

-El caso es...que al igual que continuo tomando un cortado de vez en cuando, si pudiésemos volver marcha atrás, aún sabiendo las consecuencias, aún recordando lo vivido, si se te antojara volver a pasear de nuevo por mi vida durante más de unas pocas semanas....

-Me mandarías a la mierda, lo se. No soy tan narcisista como crees.

-No. Volvería a hacer exactamente lo mismo que la primera vez.

El sonido del autobús frenando junto a la parada les interrumpió. Ambos miraron instintivamente hacia la calle desde la enorme cristalera junto a la que estaban sentados. Ella se levantó y recogió su bolso de piel y su cazadora de cuero negra.

-Espera...-Consiguió decir Él, poniéndose en pie junto a ella y agarrando su brazo cuidadosamente.

-Tengo que irme...otro día.

-Acabemos ésto, al menos.

-¿Para qué?- Dijo ella mientras se colocaba la cazadora.- Yo empiezo a marearme...y a ti tampoco te gusta el café.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

A las palabras, hay que cuidarlas.

La Real Academia Española define el termino "escritor" como aquella persona que escribe, o que es autora de obras escritas o impresas. Bajo mi humilde, y posiblemente erróneo, punto de vista, se trata de una definición que peca de objetividad, y un escritor, con todo lo que gira en torno a él y a sus siete letras, es de todo menos objetivo. Para mí un escritor es aquel que cuida a las palabras. Y no me refiero a cuidarlas en el sentido de utilizarlas de manera precavida, sino a algo que va más allá de la morfología o la sintaxis de las mismas. A las palabras hay que mimarlas, tratarlas por separado, cada una como se merece y procurando no crear enfrentamientos complejos o incómodos que acaben por marchitar la armonía que en un principio se desprende de un buen texto. Al igual que sucede con los seres humanos, hay palabras que están destinadas a permanecer unidas. Palabras que pueden encajar con otras, pero que nunca lo harán de una manera tan especial como lo hacen entre ellas. También las hay que no se soportan, y el sólo hecho de sentirse cerca genera una desagradable sensación de desencanto que contagia al resto. Las hay que han sufrido desamor, desengaño, traición, hedionda nostalgia o melancolía, las hay que son felices todo el tiempo, que sólo sufren, que sonríen y despiertan sonrisas, o que siempre mantienen la esperanza. Las hay que repetidas agobian y se malgastan y las hay que por más que las repites bien seguidas, no te cansan.  Las palabras tienen longitud, tienen sonido, tienen ritmo, y al unirse unas con otras forman una melodía que si no prestamos atención puede desafinar cuando suena el instrumento de eso que llamamos vida. También es cierto que para gustos están los colores, y cada uno compone la suya propia. Pero sea cual sea el tuyo, y escribas lo que escribas, me he dado cuenta de aquí a un tiempo de que hay que respetar a quien destapa el tintero del alma y la paleta de los sesos, y pincel y pluma en mano se decide a trabajar con ellos. Que una cosa es opinar, aconsejar, ser sincero, y otra cosa es insistir en cambiar lo que para otro suena eterno. Que cada uno escribe como le sale de dentro, a su manera, que la libertad de expresión todavía está al alcance de todos los que la aprovechan. Y mientras eso se mantenga, si no te gusta, simplemente, no nos leas.

martes, 11 de diciembre de 2012

La Casa está triste.

La casa tiene vida. Claro que la tiene. Respira de manera diferente cuando él no está. Ha faltado otras veces, incluso durante más tiempo, pero porque ha querido. Esta vez se marchó sin querer hacerlo, al lugar de los largos pasillos, las sábanas blancas, y los camisones sin costuras. Ese lugar que tan poco nos gusta...pero que si me hubieran avisado a tiempo, se lo hubiera cambiado sin pensarlo, a pesar de que esta vez no haya terraza en la habitación y ver la tele cueste más de 5 euros al día. Porque se que la casa está más triste cuando se va él, que cuando me voy yo. Y ahora le sobra el aire en una habitación. La del fondo a la derecha. La suya. Los muebles sólo crujen, ya no cantan. El frigorífico está demasiado lleno y la despensa parece el bolso de Mary Poppins. Sus grandes ojos verdes, su rostro ya sin pecas de niño, su pelo negro y ondulado, su sonrisa blanca. Los días pasan. Ya no hay bolsa del almuerzo preparada en la entrada, ni discusiones absurdas sobre quién se lleva un coche o el otro o quién tiene escondidas las llaves del garaje. Hasta éso echa de menos la casa, hasta los gritos tontos, los enfados sin sentido...las risas, la alegría, los tempranos despertares cuando las calles no están puestas, casi de madrugada. La casa echa de menos hasta el ruido que hace al levantarse por las mañanas, y mira que se escucha poquito, pero aún así, lo echa en falta. Y yo me enfado con la casa, porque no tiene derecho a estar triste. No más que yo. Porque yo también le echo de menos, más que ella, mucho más, y no me dedico a abarrotar la despensa ni a dejar que el aire se sobre por los rincones. Que el hueco es demasiado grande, y no es de esos que se llena con algo material, y ni comida, ni muebles, ni aire, lo van a poder tapar.

lunes, 10 de diciembre de 2012

Olvido, parte III


La puerta se cerró lentamente, dejando escapar un leve y delicado crujido. Ella se sentó junto a él en aquellas escaleras de marmol blanco, y tras sujetarse las piernas con ambas manos sin dejar ver nada más allá de sus firmes y bronceados muslos, interrumpió su discurso por una vez:


-No hace falta camuflar sentimientos, no me avergüenzo ni me arrepiento. Yo a ti te quise. Te quise porque dolías. Me dolías a mi, y le dolías al resto. Pero sobre todo te dolías a ti mismo. Te hacías daño sin ser del todo consciente de ello, y en el fondo se que una parte de ti disfrutaba haciéndolo. Disfrutabas intentando no valorar tus propios sentimientos, no teniéndolos en cuenta para nada y procurando no quererte, por esa estúpida idea que tenías metida en la cabeza de que no eras buena persona, de que si eras tú la causa de tu sufrimiento, no lo sería otro, ni otra, como ya lo había sido antes.

-¿Me querías porque te hacía daño?-Preguntó Él, al tiempo que intentaba asimilar, sin poder evitar una mueca de asombro, las firmes y directas palabras de Ella.

-No, idiota. Te quería porque necesitabas desesperadamente que alguien lo hiciera, aunque en aquel momento no te dieras cuenta. Y para que apareciese cualquier otra de las que hacían fila en tu puerta en busca de carne caliente y algo más, algo que no serías capaz de dar, para que apareciese cualquier otra de esas, y lo hiciera mal, prefería hacerlo yo, que ya arrastraba unos cuantos años a tu lado, y te iba pillando el tranquillo.

-Me sorprende...que me digas todo ésto ahora...

-Contigo hay que aprovechar las oportunidades cuando se tienen ¡A saber con qué pie te levantas mañana, lo mismo volvemos a coincidir y ni me miras a la cara!-Ella dejó escapar una sonrisa, y Él clavó su mirada en el suelo, mordiéndose el labio inferior y ladeando la lengua.

-¿Cuándo dejaste de quererme?- Preguntó de nuevo Él, tras un instante de silencio.

-No he dicho que haya dejado de hacerlo.-Respondió Ella. Se levantó de aquellas frías escaleras, y mantuvo su enrojecida mirada de miel durante unos cuantos segundos, en los que el tiempo pareció detenerse en todos los rincones del mundo. Le dio un beso en la frente, y aún con esa mirada clavada en lo más profundo de su alma, dio media vuelta, y se alejó hasta confundirse entre las sombras.



(Inspirado en "Te Quiero porque dueles, Dara")

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Y mañana, será otro día.

Hay días en los que sales a la calle y sea verano, otoño o primavera, aunque la gente a tu alrededor pasee en mangas de camisa, sientes frío. Un frío helador que te recorre el cuerpo de arriba abajo sin dejar un sólo rincón libre de temblores. Y todo lleva cartel de cerrado, salvo los bares de mala muerte, de puertas sujetadas por borrachos que huelen mal, que salen a escupir entre balbuceos lo bonita que eres...que tras tu ausencia de respuesta cambian su discurso por palabras malsonantes. Y al doblar las esquinas, el frío se hace fuerte, sin albergar nada más que a vagabundos y a putas, bogando como escualos ansiosos por unas cuantas monedas que sacien su sed de vino, de aire...de vida. No brilla el sol sea de día o de noche, todo tiene un tono gris oscuro, apagado, sombrío, sin sonido. No hay música ni melodía que pueda hacer callar el grito amargo de la tristeza, de la impotencia, de la injusticia. Y esa angustia congelada de las palabras que bombean el latir de tu pecho, que encharcan tus pulmones haciéndolos sangrar con lágrimas que al llegar a tu garganta mueren, y en un último susurro, se marchan. Días tristes, se suele decir, días de malas noticias, también los llaman, y por mucho que intenten decirte que todo está bien, que no pasa nada, lo mejor que se puede hacer es dejar que tus ojos se cierren, al anochecer, meterte en la cama...y aceptar que lo mejor del día es que por fin, se acaba.

lunes, 3 de diciembre de 2012