lunes, 10 de marzo de 2014

Mucho.

No tuvo tiempo de pensar. Quizás no podía, así que se dedicó a mirarla. Le gustaba mirarla, algo en su interior le decía que era de esas personas que a uno le gusta mirar siempre. Desprendía una belleza  natural, imperfectamente perfecta. Era preciosa. Más que esas chicas que salen en las portadas de las revistas, sólo que ella no lo tenía del todo claro. Y mejor así. Ninguno de esos cabrones que iban detrás conseguiría llevársela a la cama mientras no se diera cuenta.
-¿Sabes que eres preciosa?-Dijo sin pensar. Algo se revolvió en su interior, haciéndole arrepentirse al instante de sus palabras, como quien revela un secreto en un momento de debilidad a su mayor enemigo. Ella se quedó quieta, callada, observándole. Él no podía ni parpadear. Transcurrió un minuto entero, o varios, quién sabe cuántos si todos los relojes del mundo parecieron detenerse durante aquel tiempo indeterminado. Hasta que ella por fin rompió el silencio, se mordió el labio inferior, lo que le hizo parecer más preciosa todavía, y dejó que las palabras salieran de su boca.
-No puedes decirme eso.
-Sí que puedo. Es la verdad. Me gustas. Me gustas mucho.
-Aunque lo fuera. No me conoces.
-¿Y?
-¿Cómo que  "y"?
-Pues que eso no tiene ninguna importancia.
-¿Por qué?
-Porque tiene solución.
Sus miradas se cruzaron de nuevo, hasta que ella dio media vuelta y comenzó a caminar en dirección opuesta. Entonces él gritó su nombre, haciendo que detuviera sus pasos y se girara de nuevo. Tras unos segundos acumulando silencios, en los que sus miradas hablaban solas, él dio un único paso hacia delante, y sin dejar de bañarse en sus brillantes y sugerentes ojos, susurró: "Podría darte muchas más razones. Pero sobre todo, me gustas por todo lo que escondes, por todo lo que callas. Me gustas por todo lo que tienes que crees que te falta."




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