domingo, 26 de octubre de 2014

Octubre entre líneas.

Cada vez que una madre acaricia a su hijo enfermo de nacimiento y lejos de lamentarse piensa en el milagro que  sujeta entre sus brazos. Cada vez que una persona devuelve el cambio de más que en una tienda le dieron por error. Cada vez que una anciana es ayudada a cruzar la calle, o a transportar unas bolsas cuyo peso es excesivo para lo que su lastimada espalda puede soportar. Cada vez que un ignorante se desnuda de osadía y se viste con los consejos del sabio. En cada llamada desinteresada a alguien que de verdad lo necesita. En las manos de una auxiliar de enfermería que gasta los mejores años de su vida cuidando a otros que tuvieron menos suerte. Cada vez que respiras un segundo tras un ataque frontal, expulsando así la ira que te invade por dentro y no abusando de tu poder devolviendo los misiles. Cada vez que dimite avergonzado un ministro por coherencia ante un error inadmisible. En la noticia en que se dona la patente de una vacuna milagrosa que salvará de la muerte a miles de habitantes africanos. En el click del donante anónimo en la página web de la ONG que confirma X euros al mes. En la cabeza de quien respeta a quien navega junto a la otra orilla política, en las antípodas de su ideología, llegando a plantearse incluso la posibilidad de aunar fuerzas compartiendo alguna barca para lograr en determinados momentos pescar un bien común, sin rencores, ni segundas intenciones, ni hipocresía. Cada vez que esto sucede, en alguno de esos angostos y lúgubres lugares, la luz está arrinconando a la oscuridad. Conviene acordarse de esto de vez en cuando, porque a menudo pensamos que la vida es sólo lo otro, la ausencia absoluta de luz, el egoísmo, el agravio, la injusticia, y la mentira.


viernes, 17 de octubre de 2014

Días de mierda.



Cuando formas parte de una familia y tienes la suerte de que la vida te sonríe, no te paras a pensar en lo duros que son esos días para la gente que no tiene a nadie. No te paras a pensar en el viudo solitario que deambula por su casa vacía mientras se come un sandwich de pavo e intenta distraerse con el partido de fútbol del domingo. No te paras a pensar en el divorciado con la vida destrozada que intenta día tras día no sumirse en la más profunda tristeza, refugiándose en su whisky de súper mercado a palo seco. No te paras a pensar en la anciana que vive de su pensión al otro lado de la calle y que tiene que decidir entre comprar las medicinas o la comida. No te paras a pensar en la gente que no tiene a nadie a quien felicitar el año nuevo, a nadie a quien hacerle una tarta de cumpleaños, a nadie que espere su llamada. No te paras a pensar en los desamparados, en los solitarios, en los marginados. No te paras a pensar en absolutamente nadie, porque el ser humano es así de jodidamente egoísta por naturaleza, y la falta de empatía es el placebo de moda en en siglo XXI. Pero cuando alguna de esas dos cosas falla, comenzamos a entender. Cualquier persona que se cruce en nuestro camino puede estar luchando en una batalla de la que no tenemos ni idea, y para la que quizás, en algún momento, nos necesite. No seas egocéntrico. Sé agradable. Y sonríe. Siempre.


viernes, 10 de octubre de 2014

Yo nunca he hecho el amor.

Yo nunca he hecho el amor. Nunca he desnudado mi cuerpo y a la vez he sentido que con él desnudaba mi alma. He follado, sí, pero follar es como ver un amanecer con los ojos cerrados. No tiene ningún sentido. Yo nunca he hecho el amor, aunque si te soy sincera jamás deseé que el amanecer no llegase. He dormido sola todo este tiempo, acostándome tarde, levantándome pronto, anhelando sin éxito poder robarle unos cuantos minutos al reloj de la oficina para concedérselos a la añorada siesta a media tarde, cuando sientes cómo tu cuerpo te pide a gritos un descanso que tu vida llena de ocupaciones no puede darle. Tengo miedo a los espejos. Si me miro, me veo a trozos. Me veo como un inmenso charco gris después de una gran tormenta, sobre el que un niño salta con sus botas de agua y salpica escupiendo las gotas en todas las direcciones posibles, sin rumbo fijo. Quisiera echarle la culpa al mundo, pero qué coño, la culpa es mía, que si me hablan de amar me convierto en ese charco en medio de un patio de colegio. Yo nunca he hecho el amor. Nadie me ha tocado como si a través de mí tocase el infinito. Nadie me ha amado como si amándome todas las preguntas del planeta se respondieran solas, porque ni si quiera necesitan respuesta. Lo reconozco ahora, cuando mi reflejo en el cristal de la ventana me mira, mientras yo miro cómo las gotas de lluvia le maltratan sin clemencia. He cometido errores. Muchos, muchísimos, repetidos y frustrantes. A veces me observo por dentro y me duelo, me veo resquebrajar, se me llena el corazón de grietas y el alma se me encoge dentro, se hace pequeña en medio de una oscuridad angosta y lúgubre de la que teme salir de nuevo. Yo nunca he hecho el amor. No se han quedado a mi lado acariciándome la espalda con ternura, como si mi lado fuese el lugar más maravilloso del mundo. Busco reconstruirme, busco cualquier sentido de madrugada, tratando de acostarme y borrar mis huellas después. Pero es inútil, no hay sentido. Yo nunca he hecho el amor, si no es contigo.