lunes, 5 de marzo de 2012

La noche sigue. La noche siempre sigue.

Viernes 2 de Marzo. Una menos cuarto de la madrugada en el viejo reloj del ayuntamiento de la ciudad. Mónica camina con aires firmes y desenfadados hacia el club Estrella. Tiene prisa, llega tarde. El viento sopla con fuerza en sus oídos, y hasta parece querer avisarla de algo, aconsejarla para que no vuelva a ese lugar…como todas las noches. Es la sensación de todas las noches, pero siempre sigue. La noche siempre sigue. Todavía recuerda aquel primer jueves del verano de 1993, cuando apenas había cumplido los añorados dieciséis, y su padrastro, el tío Marco, un borracho arruinado que vendía cualquier cosa por una buena copa de vino, la arrastraba hacia aquella puerta destartalada de luces rojas intermitentes. Una academia de actrices, como a la que fue su madre, le decía. No volvió a ver al tío Marco más por el club Estrella…pero desde entonces, ella no había conseguido salir. En realidad, la diferencia entre aquellos hombres de vidas miserables, aliento nauseabundo y dientes amarillos y su tío, era mínima: Ellos le pagaban. Le pagaban por entregarse a ellos. O al menos eso era lo que creían. Ella nunca se entregaba. Solo mostraba su cuerpo, y se dejaba hacer. Pero se sentía virgen, la más pura y casta virgen de alma. Nunca se había enamorado, pero estaba convencida de que algún día, lejos de allí, el hombre de su vida aparecería para rescatarla de toda esa jodida mierda que la rodeaba, y caminaría de su mano por la playa. Y mientras su cuerpo era recorrido por sucias manos, día tras día, noche tras noche, ella se ausentaba de aquella cama de sábanas desgastadas, manchadas de gritos ebrios y de gemidos sordos, y se sentía recostada junto a las rocas, con los pies descalzos entre las olas que rompían a la orilla de su playa. Y descansaba en paz. El paseo tranquilo con la arena bajo sus sandalias de cuero roto era el camino que recorría hasta las puertas del club Estrella cada día, desde que había cumplido la edad suficiente como para no estar allí retenida, y poder recibir un salario con el que mantener un pequeño apartamento en la zona más vieja del centro. Se detiene, una vez más, frente al letrero luminoso de siempre. Mauro, el portero gordo y calvo, le saluda con un gesto que bien podría resultar agradable si no fuera porque tres noches antes la había violado en el callejón del aparcamiento. Si es que aquello podía considerarse una violación, porque reconoce que no opuso demasiada resistencia...no es que quisiera, pero no tenía nada que hacer. La noche sigue. La noche siempre sigue. Sube apresurada los escalones de alfombra azulada y gris…gris polvo, gris barro. Pasa por la oficina del jefe a pedir perdón por llegar tarde…error, porque le interrumpe el colocón, y tras tener que soportar como se mete una ralla, no le queda otro remedio que chupársela. La noche sigue. La noche siempre sigue. Entra al baño a vomitar la rabia, y tras retocarse el maquillaje, ocupa su lugar en el escenario. Dos hombres viejos y bien vestidos en primera fila discuten puro en mano sobre temas de negocios. Parecen sobrios, pero el hombre de la derecha, el feo, está cada vez más alterado. El de la izquierda, el guapo, el de los ojos claros como los de ella, intenta tranquilizarle, pero sus esfuerzos resultan cada vez más inútiles. Es la primera vez que los clientes consiguen llamar la atención de Mónica, que abandona su amaca bajo el sol y se introduce entre las sombras. El hombre de la derecha se levanta, y saca de su americana un cuchillo afilado y gris, como el polvo, como el barro. La joven se abalanza sobre el hombre de la izquierda, intentando protegerle, y el cuchillo se introduce en lo más profundo de su pecho, dejando salir un ligero hilo de sangre que pronto se convierte en un gran charco bajo sus rodillas, al caer doblada. El hombre de la izquierda intenta sujetarla, pero su cuerpo entero tiembla. Tiembla de pena, tiembla de miedo, observa a la joven que muere por salvarle…una desconocida, de corazón noble, que ni si quiera en su último aliento, ni aún dando su vida por él, ha sido reconocida por su padre. El hombre de la derecha sale del local, un viejo amigo del dueño, apoyado sobre la barra del fondo, policía, cubre los restos, y soluciona todo. En este tipo de negocios, siempre hay que tener amigos de esos. La noche sigue. La noche siempre sigue.

Pero ya no para mí.

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