domingo, 11 de marzo de 2012

Decisiones que pide el cuerpo, pero dañan el alma.

Tenía apenas 10 años cuando botó por primera vez un balón. Un balón de los de verdad, de esos de color naranja con puntos estriados y marcas negras en forma de cata de melón. Era bastante más pequeño de los que utilizaban en los partidos que veía en la tele, de minibasket, que decían en el colegio, pero aún así a ella le parecía enorme. Cada vez que intentaba sujetarlo con una sola de sus pequeñas y huesudas manitas, la piel de goma se resbalaba entre sus yemas, dejándolo caer al suelo. Recuerda lo que le costaba botarlo con la mano derecha mirando al frente, y cómo los Luises (así era como llamaba madre a sus primeros entrenadores), le hacían colocarse la mano izquierda en la espalda, después de gritarle: "¡Con la derecha Raquel, con la derecha!", cada vez que hacía una bandeja. Su primera camiseta fue de color amarillo chillón, muy parecida a la que utilizaban en el colegio para hacer gimnasia, o como su profesor Don Valentín decía, Educación Física. Pero ésta tenía algo especial. A parte de carecer de mangas, y de no poder elegir talla y por tanto que le cubriera hasta más abajo de las rodillas si no se la metía por dentro del pantalón (esos pantalones azules y amarillos con dos enormes rodilleras destrozadas de caerse al suelo en el patio del recreo), llevaba un enorme número 7 a la espalda, y otro más pequeño delante, junto a un escudo que representaba a una chica entrando a canasta bajo el que se leía "C.B. Las Gaunas". Le encantaba aquella camiseta, más incluso que la roja de John Smith, y eso que era la de la selección, más bonita y más importante. Pero aún así ella siempre prefirió la amarilla. Solía tardar un buen rato en ponerse por encima la otra, la de las siglas LBL de manga corta que tenían que utilizar para calentar, y durante los primeros meses discutió con su madre cada sábado cuando le obligaba a utilizar debajo otra diferente para no coger frío. Ella quería jugar a baloncesto como los profesionales que salían en la tele. Sin mangas, en canastas altas, y con balones grandes. Y jugó. Unos años mejor, otros peor, pero jugó...jugó.

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