martes, 6 de marzo de 2012

Es mejor no escuchar nada.

Son escasos los recuerdos que conservo de mi estancia en la vieja ciudad newyorkina. Creo que no se escribe así, porque el corrector ortográfico me subraya la palabra en rojo, pero como decía mi abuela, a buen entendedor, pocas palabras bastan. El caso es que, sin lugar a dudas, lo que más me llamó la atención de aquella ciudad fue el misterioso James Pignioni. Descubrí su nombre completo mucho después de verle por primera vez, y por segunda, en una de esas situaciones en las que piensas en voz alta eso de "el mundo es un jodido pañuelo". El caso es que este hombre de aspecto descuidado y bolsas oscuras bajo sus ojos, compartía su camino conmigo cada mañana a las 8 en punto, desde la esquina de Corn Avenue con Green Street hasta la puerta de aquel sucio restaurante americano. Los primeros días seguramente pasaría desapercibido para mí, pero tras un par de semanas realizando el mismo recorrido mi cartera se calló por el hueco de una alcantarilla, y al observarme intentando recuperarla se detuvo junto a mí y me ofreció lo que parecía una rama de árbol seca. Le di las gracias, y asintió en silencio. Interpreté su gesto como un "de nada", o más bien un "you're welcome", ya que unos enormes auriculares cubrían sus orejas, impidiendo escuchar lo que le decía. Pero cuando se incorporó y continuó su camino, vi que la larga cuerda de sus cascos pendía sola, muriendo en el aire, sin ningún tipo de aparato al que ser conectada. En aquel momento no le di demasiada importancia, y di por hecho que simplemente se le habría desconectado al agacharse de algún tipo de utensilio musical que llevaría dentro del bolsillo de su americana de pana. Pero a la mañana siguiente, cuando volví a cruzarme con el señor Pignioni, me fijé en que la cuerda continuaba suelta. Le saludé con la mano y una sonrisa, a lo que contestó con el mismo gesto que me había hecho el día anterior...como si no me escuchara. Transcurrieron varios días, incluso semanas, hasta que bien por la confianza de la que me había dotado la acumulación de saludos, o bien por la curiosidad que habían provocado todos ellos, me decidí a forzar la situación, dejando caer unos papeles que previamente había preparado en casa, de esos que se acumulan en el montón de "papeles para sucio" junto a la impresora, para que me ayudara a recogerlos. Fue en ese instante, agachados sobre el frío y húmedo suelo, cuando me dirigí a él por primera vez:

-Disculpe, ¿Puedo preguntarle algo?-Me miró y se acercó a mí, haciendo un gesto con la mano para que repitiera la pregunta, como si el sonido de los auriculares hubiera impedido que me oyera. - Quería preguntarle, y perdón de antemano si me meto en asuntos que no me incumben, pero mi curiosidad ha podido conmigo esta vez...quería preguntarle por qué lleva usted los cascos desenchufados, señor...

-J- Respondió dejando caer los cascos sobre sus hombros.- J de James. - Los llevo así porque me encuentro en un vacío musical, he escuchado tanto que no se qué escuchar...necesito algo nuevo, y de momento lo estoy buscando...no se si entiende a lo que me refiero.

-¡Claro que le entiendo!-respondí entusiasmado.- Soy músico...he tenido esa sensación en muchas ocasiones.-James se incorporó y me dedicó lo que podría considerarse una media sonrisa.- Pero sigo sin entender...¿Por qué los cascos, entonces?

-¿Por qué los cascos?- Repitió en tono irónico, y esta vez completó su sonrisa.- Porque en esta ciudad, para escuchar lo que hay fuera, es mejor no escuchar nada.

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