viernes, 13 de enero de 2012

Pisándote desde el cariño.

Te he pedido amablemente que te mueras. Te lo he pedido de buenas maneras, pero nunca me haces caso. Me acechas al amparo de las espesas resacas, a salvo del miedo, del amor, y de la acidez del alma que no se calma con pastillas. Te he pedido amablemente que te mueras, con palabras, con hechos, alguna vez a hostias. Pero nunca te mueres, y me sigues, como un puto perro que no conoce la diferencia entre fidelidad y lealtad, como un maldito perro cojo e inclinado. No me dejas en paz ni por las noches, y hasta sospecho que te burlas de mis pasos errados, que pateas cachorritos por las calles, o haces gestos obscenos cuando pasa una muchacha viva por la acera. Y eso que llevo meses pidiéndote amablemente que te mueras. Pero tu vocación de triste fotocopia, imitación correcta de un tipo incorrecto, tu deforme cabeza, te impiden hacerme ese favor, con todo lo que dices que me quieres. Te he pedido amablemente que te mueras, que te disuelvas, que dejes de perseguirme con tu empeño de censor, juez, o policía, con tu espumosa estela de reproches. Pero como llevo meses pidiéndote amablemente que te mueras, y no obedeces, he pensado en la forma de joderte un día de estos, no diré cual ni diré cuándo, para que conozcas el terror de las vigilias. Un día de estos voy a morirme, y estoy pensando en cambiar mis últimos deseos, pedir que no me quemen y me tiren al váter como llevo años pregonando. Tal vez, después de tantos meses pidiéndote amablemente que te mueras, un día cualquiera me muero yo, y hago que me planten a dos metros bajo tierra...Y a ver a quién persigues entonces, maldita conciencia, maldita sombra.

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