miércoles, 18 de enero de 2012

El Hombre Peonza.

Comencé a girar con dos años y medio a la hora de la siesta, cuando metí el brazo hasta el hombro en el sexo-volcán de un hormiguero. Y no he dejado de girar desde esa siesta, en contra del sentido de las agujas del reloj. Un coriolis sin pasaporte ni hemisferios. Dicen que cuando giras todo el tiempo contra el tiempo, se pierden los detalles, pero no es cierto: Es la estela del detalle lo que tienes, espumas de un paisaje, comisuras de labios que te llaman sin nombrarte, un huracán de pestañas, una mano que roza el movimiento, y poco más. Porque el que gira, mas que perderse los momentos, los congela, y en la próxima vuelta ya forman parte de su piel de madera. Rotación y traslación, como la tierra, y al igual que el planeta, el hombre-peonza no pregunta por qué gira, lo hace. Y gana tiempo, mientras el tiempo se pierde en cada giro. No creas que el oficio de peonza es cosa fácil, tiene sus riesgos, sus leyes, sus renuncias, a veces quieres quedarte en un aroma, y cuando vuelves a pasar ya no es el mismo perfume. Tenía razón el griego aquél que dijo que no vuelves a cruzar el mismo río, sólo olvidó decir que el agua nunca cambia, eres tú quién no vuelve a ser el mismo. Tampoco creas que tu eje se mantiene estable horadando la vida de los otros: Ser peonza es pasar, estar a solas, hablar con los espejos y no estar casi nunca de acuerdo con ellos. No se elige girar, se gira y punto, a los dos años y medio, a los cuarenta ,o cuatro horas antes de palmarla, sólo giras. Y vas en este viaje circular y necio, que no empieza ni termina en punto cierto. Yo no decidí ser esta peonza humana, sólo lo he sido, recopilando fragmentos de miradas. Palabras que acaban siempre con alguna lágrima, que enseguida despega la duda de lo que hubiera podido ser y no será, y esta pregunta fija que me impulsa a pensar qué debo hacer ahora, que empiezo a girar cada vez un poco más lentamente.

No se elige girar. Se gira, y punto.

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