lunes, 26 de mayo de 2014

Tinta de domingo.

Nunca sé si sabré si el paso del tiempo le vuelve a uno más sabio, o sólo más exigente a la hora de elegir a las personas que forman parte de su vida. Un buen amigo me dijo una vez que los seres humanos podemos cambiar por dos razones: Porque aprendimos demasiado, o porque sufrimos lo suficiente. Resulta bastante ingenuo, incluso algo prepotente, pensar que somos capaces de hacer cambiar a alguien, y con cambiar no me refiero a una opinión puntual o a conseguir que ceda en determinadas ocasiones ante situaciones más o menos relevantes…me refiero a la esencia de la persona en sí, a lo que hace que sea exactamente como es y te repugne o te enamore por ello. Hay personas que pasan por nuestra vida totalmente desapercibidas, y por mucho que se empeñen jamás conseguirán llegar a traspasar ni un milímetro de nuestra piel. En cambio hay otras que en ocasiones nos ponen los pelos de punta, cuya esencia a veces llega incluso a desnudarnos el alma sin apenas darse cuenta. Y pueden transcurrir días, semanas, meses, que dará igual, cada vez que se crucen en nuestro camino la sensación con la que nos quedemos será la misma. Por eso siempre he sido de la opinión de que cuando sientes que alguien no te aporta nada bueno lo mejor es apartarse, dejarle ir. No importa que forme parte de tu pasado, existen motivos más o menos definidos para que no esté en tu presente, ni en tu futuro. Pero cuando sientes que alguien realmente merece la pena, que de alguna manera te llena cada vez que está a tu lado, que te gusta tenerle en tu vida, aunque el momento sea caótico y no tengas motivos demasiado racionales hay que hacer un esfuerzo por mantenerlo hasta que el viento cambie de sentido, y sople con la suficiente fuerza como para arrastrar consigo todo ese caos y conseguir hacer que te aclares y que cada persona ocupe el sitio que le corresponde. Al fin y al cabo, los aviones para despegar necesitan ir siempre en contra del viento, pero cuando lo consiguen, llegan a tocar el cielo.


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