sábado, 10 de mayo de 2014

Perversiones Catastróficas.

La observo mientras arruga desinteresadamente el envoltorio de un paquete de chicles entre sus manos. Sus manos, llenas de venas. De pronto se queda quieta. Sé que espera que diga "Vamos a movernos", y sea para acercarnos más. Pero creo que voy a hacer un esfuerzo por mantenerme aquí sentado, aunque eso suponga correr el riesgo de perderla. Desvío mi mirada hacia un punto muerto de la mesa. Si supiera canalizar el miedo y reconvertirlo en valentía ya la estaría abrazando desde ayer…pero a veces parece tan fría y cerebral que hasta me cuesta entender qué coño hace a mi lado hoy, aquí, tomando una cerveza. Mejor así, no me complico. A duras penas recuerdo la primera vez que la vi, borracho, junto a aquella barra de bar entre chapas, copas y botellas. Por aquel entonces todo era más fácil, aún no sabía que se trataba de ese tipo de chicas que cuando la conoces da sentido a esa sensación de quedarse mirándola desde un coche mientras camina por las aceras, al tiempo que todos los relojes del mundo se detienen y los semáforos se tiñen de rojo para nosotros y sólo de verde para ella. Aún no sabía de qué color era su sonrisa ni cómo sonaba su voz, pero os juro que si ahora ella insistiera en ese "Vamos a movernos" creo que no podría negarme. Sigo en mi punto muerto, no me atrevo a mirarla. Y es que hay momentos, cuando me mira, en los que puede atravesar mi alma y exponer mi desnudez a su mirada. Y aunque disimule bien por fuera, por dentro tiemblo. Quizás valga la pena pasar frío para que ambos nos demos cuenta de que lo estamos haciendo mal. Así somos, los seres humanos. Tenemos miedo a sentir, y es normal. Pero si no nos arriesgamos acabará por temblarnos el pulso más de la cuenta, y por romperse todo en mil pedazos. Y así, rotos, vagabundearemos por las noches buscando en el sexo una triste caricia que nos haga recordar que la profundidad de un cuerpo no está a la altura de la de un alma, intentando que alguien se apiade de nosotros, y nos abrace a trocitos en medio de tanto desequilibrio. Volvamos a empezar desde el principio, anda. Aparto sin querer mi mirada del punto muerto, y se cruza con la suya. Por qué no aprenderá a leer mis labios cuando no se mueven, y sólo la quieren besar. Que aprenda a  hacerlo, y no piense en nada más, sin anestesia, sin etiquetas, que ya vendrá después lo que tenga que venir. La miro, y otra vez esa sensación de cuando queremos hacer algo para lo que no tenemos suficientes cojones.  En el fondo sé que está en mis manos no llegar a ese punto de arrepentimiento en el que no me quede otra que pensar en el "qué tendrá ese tipo, que no tenga yo". Puede que todo esto no tenga ningún sentido, pero a estas alturas me da igual: Vamos a movernos.







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