jueves, 22 de mayo de 2014

Puzzles. In English, please.

Cuando era pequeña en el colegio me aconsejaban hacer recortables y puzles para trabajar mi lateralidad cruzada. Lo de los recortables nunca me gustó, recuerdo que siempre convencía a mi madre para que me los hiciera ella con la excusa de que con mis tijeras para zurdos sabía recortar perfectamente y no me hacía falta practicar. Pero los puzles me parecían más entretenidos. No me gustaba mirar la solución más de una única vez, antes de empezar. Es como mirar al futuro, como estar pendiente de lo que todavía no ha sucedido y tratar de echar a correr cuando apenas estás empezando a gatear, no sé. Está claro que no tienen por qué faltarte piezas, pero la incertidumbre de que permanezcan descoloradas y de descubrir cuál será finalmente su destino genera en uno mismo una sensación de desconcierto mucho más emocionante que el estar constantemente pendiente del resultado final. Y cuando acabas, y por fin lo ves todo en su sitio, resulta reconfortante, gratificante...durante los primeros minutos. Luego ya no sirve para nada, lo mejor es desordenar de nuevo las piezas, volverlas a guardar en la caja, y esperar al siguiente. Poco a poco los puzles fueron teniendo cada vez más y más colores, y formas, y dibujos, y tamaños...Llegó un momento en el que resultaba muy difícil conseguir terminarlos sin echar un vistazo a la tapa, de vez en cuando. Creo que fue a partir de aquella Torre Eiffel de tres dimensiones, con la que era inevitable estar pendiente de las instrucciones y tener que pensar tras colocar cada pieza en cómo y dónde habías colocado la anterior, y cuál podría ser la siguiente. Al terminarla fui incapaz de desordenarlo y volver a guardarlo de nuevo en la caja. Creo que fue a partir de entonces, cuando me dejaron de gustar los puzzles.


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