jueves, 3 de marzo de 2011

No, solo ida.

Es increíble la cantidad de sentimientos que tan sólo tres palabras escritas en letra cursiva pueden despertar en una persona. Miedo. O más bien nervios, no estoy segura de cómo describirlo. Es la sensación de quedarte paralizado, con cada uno de tus músculos en tensión, mientras sientes cómo un sudor frío te recorre el cuerpo por dentro. Y de pronto el tiempo se ralentiza, cada segundo transcurre lentamente, como cuando ves la repetición de un vídeo a cámara lenta. Lo observas con detenimiento, sin apartar la vista, pero al mismo tiempo sin querer mirar. Y miles de pensamientos pasan por tu cabeza de forma desordenada, agolpandose los unos con los otros y mezclándose entre sí, sin darte tiempo a asimilar realmente en lo que estás haciendo. Hasta que por fin seleccionas, y ya está. El monitor se traslada automáticamente a la pantalla siguiente, y el resto de los pasos se reducen a meros trámites necesarios para finalizar la operación. El límite, el punto de inflexión, la línea que te separa entre hacerlo o no hacerlo, se reduce a un mero click, una simple opción dentro de un menú desplegable de apenas siete centímetros de longitud:

No, solo ida.

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