sábado, 19 de marzo de 2011

Aula 217. Cuando seas padre, comerás huevos.

No le soporta. Podría ser más sutil, explicarlo de otra forma, o emplear un montón de sinónimos menos claros que quizás suenen mejor. Pero las palabras que realmente exteriorizan lo que le pasa por la cabeza cada vez que se cruzan últimamente son esas. Es demasiado exigente, demasiado maniático. Se define como una persona atea, pero él mismo parece considerarse omnipotente y persigue inconscientemente la utópica y moralmente antiestética perfección. Dice que es rojo, pero su egoísmo autoritario sobrepasa los límites que su superioridad ante quienes los impone podría permitirse, que no digo entenderse, simplemente respetarse. Nunca ha tenido tacto, y nunca lo tendrá. Es demasiado frío, demasiado cerebral, pero en este momento ella merece y necesita un respiro, un margen de error, incluso le necesita a él, aunque su egoísmo y desinterés hagan que no se de cuenta. Y toda esa tranquilidad, todo ese temple y saber estar que de cara a la galería su carácter transmite, es interrumpida a momentos por su agresivo temperamento. Y le encantaría sentarse un día frente a él y decirle todo lo que piensa. Dónde cree que se equivoca, y dónde está convencida de ello. Pero la excesiva seguridad que tiene sobre sí mismo, y sobre todo el miedo a que le haga daño, le hacen echarse para atrás, y luchando contra sus frustrados deseos de irse lejos, limitarse a hablar de ese partido, de aquel equipo, de qué tal las clases, de algún profesor, y de vez en cuando, si la situación lo permite, perder al ajedrez, y aunque sabe que esas cosas le dan igual, insinuarle que esas zapatillas no se llevan, lo bien que le queda ese jersey rojo, o lo feo que es ese polo azul. Y no importa lo que marque hoy el calendario. Para ella, todos los días son iguales.

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