lunes, 17 de febrero de 2014

Palomas. Y buenas noches.

Dicen que lo complicado es mucho más divertido, pero a veces uno necesita que le pongan las cosas sencillas. Que sean claras, nítidas, que lo blanco se vea blanco y lo negro se vea negro. Y que si tiene que haber grises, que los haya, pero que al menos se vean exactamente así. Como grises. Estamos demasiado acostumbrados a caminar en círculos con gafas de madera, a perder entre pantallas el valor de una mirada y no saber valorar el contacto visual. Lo cierto es que detesto esa sensación de mirada turbia que algunas personas generan, el sentir que alguien te está psicoanalizando mientras le hablas, que detrás de una conversación aparentemente tranquila va a establecer conclusiones por las que serás prejuzgada que no tienen nada que ver con lo que estás diciendo en ese momento. Me pone tensa, no me gusta, pero prefiero eso a no ver en sus ojos lo que realmente siente o piensa mientras me habla. A veces somos demasiado complejos, los seres humanos. Nos empeñamos en interpretar lo que nos dicen de mil maneras diferentes, que rara vez coinciden con la versión natural, simple y sencilla. Chapoteamos en el mar de las indirectas, la ironía y las segundas intenciones, sin darnos cuenta de que tenemos en la orilla un letrero luminoso enorme que reza a gritos lo que quien tenemos a nuestro lado nos intenta transmitir…pero preferimos bucear con los ojos cerrados, por miedo a abrirlos y que la sal nos escueza, o incluso nos duela. Precintamos nuestros sentimientos en cofres de hierro por miedo a sentir, arrojándolos al mar con la esperanza de que alguien invierta sus ahorros en un traje de submarinismo. No nos damos cuenta de que en el fondo, somos nosotros los que elegimos quién merece llevar ese traje, quién desprende transparencia en su mirada, a quien merece la pena dedicar nuestro tiempo...y con quién merece la pena complicarse la vida.



No hay comentarios:

Publicar un comentario