jueves, 6 de febrero de 2014

Asperger.

Dicen que las decisiones importantes que uno toma en su vida siempre se basan, consciente o inconscientemente, en acontecimientos importantes que marcan las mismas. . En mi caso no sé si se trata de un acontecimiento, sino más bien de una esencia, de la existencia de una persona que supuso un antes y un después en lo que me dedico a hacer lo mejor que puedo día tras día. Han pasado más de dos años desde que atravesé por primera vez la puerta de la antigua clase de Informática, pero permanece en mi memoria como si fuera ayer. Eran más de veinte, quizás treinta, no recuerdo el número exacto...Pero le recuerdo a él.  Su aspecto era diferente al del resto, había algo especial en su mirada que le diferenciaba de la expectación que mi entrada provocó en los demás. Nadie me puso al corriente de la situación, de lo cual me alegro, no sólo porque hubiera sido inevitable pre-judgarle, sino porque descubrir por mí misma cada detalle de aquel adolescente fue una experiencia que aunque a día de hoy sigo sin ser capaz de definir, mereció la pena, y mucho. Y es que más allá de aquella falta de coherencia entre lo que intentaba expresar y lo que realmente expresaba  con sus gestos, de la ausencia de exteriorizar cualquier tipo de emoción, de las dificultades a la hora de manifestar sentimientos, reacciones u opiniones subjetivas, más allá de la carencia total de la comprensión del maravilloso sentido de la ironía, existía una persona absolutamente sorprendente. Brillante en muchos aspectos intelectuales, nefasto en todos los emocionales. Llegar a él creo que ha sido la tarea más dura que me he propuesto hasta ahora, y la verdad, no sé si lo conseguí.  siempre me quedarán las dudas de si aquel último abrazo que recibí contenía algún tipo de sentimiento por su parte, o fue una manera de agradecer mi interés por ayudarle a terminar el curso y obtener el graduado. Pero nunca olvidaré aquel momento en el que con los ojos llenos de lágrimas, se acercó a mí y me preguntó atónito, incrédulo, reflejando en su rostro la máxima expresividad que llegué a ver en él: "¿Estoy llorando?". Y haciendo un tremendo esfuerzo por reprimir las mías, le contesté: "Sí. Estás llorando". Hoy he vuelto a verle, por casualidad, como la mayoría de las cosas buenas suceden en la vida, a la salida de su nuevo colegio. No sé si su sonrisa se correspondía con lo que sentía en ese momento, pero la posibilidad de que así fuera me ha hecho recordar todo esto…y me ha hecho sonreír a mí también.


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