martes, 21 de febrero de 2012

De esos que sólo se le dicen a una persona.

Sé tanto ya, y he dicho tan poco todavía, que agruparía horas en días escribiendo líneas sobre sus costumbres, sus bostezos, sus maneras, y esa tonta facilidad para hacer reír cuando menos te lo esperas. No le gustan las aceitunas, ni verdes ni negras, ni con hueso ni rellenas. El tomate es de esas cosas que le dan igual, que están, y no le molestan. Si puede lo deja, y se lo come cuando no se da cuenta. Siempre naranja, no el color, si no la fruta, el zumo, el refresco, y hasta el fino gajo de la copa de vozca, si es que lo tiene...siempre lo tenía cuando yo se la servía, y apoyado sobre la barra esperaba al último apagón de luces encendidas, y música sin ritmo de voces que se resisten a encontrar la salida. Con esos ojos oscuros tras esas largas pestañas, y esa mirada que llena, que derrite, que conjela. Sobre sus labios hay un lunar que cuando sonríe parece cambiar, y cuando te acercas, cuando le besas, da miedo morderle y que desaparezca. Su piel es suave, muy suave, y en esas manos que acarician con dulzura se transparentan sus venas, firmes y abultadas, que dejan ver cómo la sangre fluye, circula, bombea, y llega hasta su corazón que late con fuerza, a pulso calmado, lento, pero sonoro, seguro. Que late por mí, y sin pudor me lo demuestra. Noche tras noche, día tras día, con cada gesto, con cada sonrisa, con cada botón que desabrocho de su camisa. Y qué más decir, cómo seguir, cómo acabar, si me sobran los versos, las palabras, las razones, para una noche más, reconocer todo lo que le quiero, le admiro...y le necesito.

No hay comentarios:

Publicar un comentario