domingo, 3 de abril de 2011

Aula 104

Llegara a la hora que llegara, él siempre estaba ahí, sentado junto al pupitre vacío, señalando su muñeca simulando el reloj que nunca usaba y mirándole con esa cara de “siempre tarde”. Compartían folios, bien porque él no tenía, bien porque no tenía ella, o bien porque no tenían ninguno de los dos, discutiendo entonces sobre quién pediría a los demás. Y acababan por escribir con letra más pequeña de lo normal para que cupiese todo en la misma hoja, incluso aprovechando los márgenes, muchas veces no teniendo más remedio que pedir un folio más. A menudo se quedaba sin bolígrafos, porque al menos una vez al mes él olvidaba o perdía el que ella le había prestado el día anterior, que tiempo después encontraba tirado por el asiento de su coche. Siempre se reían, más que con los demás, de los demás, aunque suene cruel, pero lo hacían sin malicia, por pasar el rato, incluso le hacía sonrojarse, a veces. Y cuando ella se aburría, intentaba distraerle aunque él tratara de atender, le hablaba, pintaba su mesa, o sus brazos, y le sacaba de quicio hasta que acababa echándose las manos a la cabeza, consiguiendo despeinarse aún sin haber ido peinado en ningún momento...pero al final, siempre sonreía. Se aprovechaba de su paciencia cuando con la de ella no era suficiente para detenerse a pensar un poco más, y entender algo que requería más tiempo del que le apetecía dedicarle, porque él siempre le ayudaba. Y los mensajes absurdos, las llamadas desinteresadas, las conversaciones sobre nada en concreto y todo en general, los suerte, ánimo, ¿cómo lo llevas?, ¿qué tal ha ido?, ¿te has mirado ésto?...todo lo que de vez en cuando, en tardes grises y mojadas como la de hoy, viene a su memoria de manera involuntaria...y se pregunta cómo es posible que algo que ha pasado tan desapercibido en su pasado puede permanecer todavía en su presente, y aunque no tiene ni la más mínima idea, sabe que es así. Y con eso, es suficiente.

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