jueves, 16 de enero de 2014

Yo mataré monstruos por ti.

16 de Enero de 2014, nueve de la noche en el Revellín. En el Revellín y en cualquier otra parte de Logroño, de España y de muchos sitios del mundo, pero yo estoy cruzando junto al arco, en este momento. Últimamente apenas sé nada de Verano, así que supongo que le recuerdo demasiado.  La lista de reproducción de mi I-phone suena de manera aleatoria. No demasiado alto, lo suficiente como para permitirme escuchar el sonido de las hojas secas bajo mis pies. Hojas que danzan al viento, así nos elevará el tiempo y nos hará rodar, y rodar, y rodar. Camino sin rumbo fijo, y con esto no quiero decir que no sepa a dónde voy, eso lo tengo claro, a recoger mi bicicleta que lleva aparcada frente a la biblioteca mas de tres horas...Sin rumbo fijo en mi vida, quiero decir. Para colmo hace días que voy sin luces, algo que saca de quicio a los conductores en la carretera en cuanto se hace de noche…con toda la razón del mundo, en eso estamos de acuerdo. Me pregunto en qué momento decidí coger una mandarina del frutero, en lugar de un plátano, una manzana, o cualquier otra fruta que no tuviera la piel tan pegada. Como las personas que llevan encima una coraza, y por más que lo intentas no hay manera de quitársela. Aunque no sé de qué me quejo, si yo no salgo a la calle casi nunca sin mi armadura puesta. El caso es que se me ha quedado su olor impregnado entre las uñas. Armani Code. Eso sí que huele bien, y el vestido de la chica del anuncio me encanta. Tampoco es que huelan mal las mandarinas, o al menos no tan mal como el hombre del cajero del BBVA por el que acabo de pasar. Retrocedo unos pasos y me detengo frente al cristal. Efectivamente, ahí está. Tendido sobre el suelo y malamente envuelto en unas viejas mantas roídas, como si fuera la nata de un canutillo que se sale por las esquinas. Me pregunto por qué desprenderá ese hedor, por qué cada vez que me planteo sacar dinero en el cajero cojo aire antes de entrar. Por qué siempre está ahí tirado, sin rumbo fijo. Mira, ya contamos con algo en común, aunque creo que en esta ocasión puedo decir que yo tengo las ideas más claras. Me encuentro entonces con mi propio reflejo. Mis ojos brillan más de lo normal y adoptan un color verde aceituna. Siempre les pasa en épocas en las que hace frío, o demasiado calor. En el resto son marrones. O color miel, como decía mi abuela intentando hacerme creer que eran especiales. Tal vez lo fueran. Tal vez lo son. No lo sé, a mí me gustan. Noto que algo golpea mi pie. Dirijo mis ojos brillantes color aceituna y miel hacia el suelo, y un niño de menos de un metro y no más de siete años recoge un pequeño y desgastado balón de fútbol que acaba de detenerse junto a mí. Se queda callado durante unos segundos, y al fin se decide a preguntar: "¿Por qué lloras?". No puedo evitar sonreír. "Es por el frío", le respondo, y continúa mirándome, asombrado. "Debes de tener poderes mágicos", me dice. "Eres la primera persona que conozco que es capaz de llorar y sonreír." Y justo en ese momento, se hace el silencio, y la canción se detiene en esa frase que hace tiempo no logro sentir: Yo mataré monstruos por ti.




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