viernes, 24 de enero de 2014

Una noche cualquiera.


Sucedió una noche cualquiera, que no sucedió nada, que soñaron juntos durmiendo separados. Sucedió en dos camas distintas que se convirtieron en precipicios de madrugada. Dos cuerpos desnudos que cerraban los ojos y se veían. Se tocaban tras los kilómetros, y esperaban bajo las sábanas. Sucedió en mitad del miedo, cuando despertaban gritando sus nombres. Y el mismo recuerdo borroso del pasado, envuelto entre nubes de noche y alcohol que les hacía tiritar, les quitaba el frío. Ojalá por una vez, sólo por una maldita vez, el orgullo apoyase la causa perdida de decir "vuelve a mi vida", en voz bien alta. Sucedió una noche cualquiera, cuando nadie miraba y la esperanza se ahorcaba en el mismo nudo del estómago. El orgasmo les duraría todo ese tiempo que permanecerían separados. Y es que los finales felices sólo son para aquellas personas tan tristes que son incapaces de disfrutar de la historia. Y sí, querer quererte sin querer es triste, porque no dejo de sentir que estás lejos de mi cama, y que no puedo hacer nada para superar ese silencio que te calla en la distancia. Maldita distancia. Nunca me había sentido tan a falta de un abrazo, y aunque me los den otros ya no me abrigan como antes. Sigo echando en falta los tuyos. Sé que está mal decirlo, pero ahora mismo tengo ganas de besarte, de hacerte el amor, y de más cosas que no menciono por no perder la sutileza que respiran estas líneas…aunque sueño despierta con que quizás aparezcas por esa puerta y no vaya a quedarme con las ganas. Cerrar los ojos y verte ahí, en ese vacío que tengo dentro, llenándolo de nuevo. Despertar y saber que hay alguien que me necesita...y a quien necesito yo. Que sí. Que lo sé. Que tener la necesidad de algo no quiere decir que vaya a satisfacerse, que la vida es así. Y que si te digo que te necesito tú puedes imaginártelo, no tienes por qué sentirlo…pero a ver quién es el valiente que controla eso. Parece magia, un día conoces a alguien y después tienes la sensación de lo que creías entender sobre los sentimientos, la pasión o las ganas de saber más de una persona era sólo una parte, porque la realidad es que pueden ser mucho más intensos e incontrolables. Y aquí estoy, con la luz apagada sin poder dormir, convenciendo a mis sábanas de que me den calor porque no van a recorrer tu espalda, al menos esta noche. Es otra forma de soñar. Lamer la herida, intentar lidiar con el nudo en el estómago, con los sudores fríos y con la presión en el pecho que no deja respirar sin soltar el aire en un suspiro. Lo cierto es que ahora me siento mejor, pero sigue sin gustarme nada esto de desconocer a las personas. Y me apeteces. Sí, me apeteces. Me apeteces a destiempo, incluso cuando no pienso en ti, pero suenas de fondo. Sigues ahí, a tu forma, detrás de cualquier delante. Y en medio de la fiebre y del delirio, me imagino contigo. Me imagino contigo, solos. Y todo lo demás, sobra.



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