jueves, 2 de enero de 2014

Sueño de una noche de invierno.

Era uno de esos atardeceres en pleno otoño. De esos en los que el frío todavía no es capaz de alcanzar nuestros pulmones al respirar, en los que una suave brisa te envuelve como si de una ligera caricia se tratara. Las hojas secas crujían bajo mis pies descalzos, dibujando un acolchado sendero que bien podía hacerle competencia a cualquier alfombra roja. Y salir ganando. Caminaba despacio sin saber muy bien hacia dónde seguir, sin tener muy claro cuál era mi destino, en aquel momento. Pero no me importaba. No hay que preocuparse demasiado por los peldaños que queden por delante…lo importante, es comenzar a subir la escalera. Y allí estaba yo, dando mis primeros pasos. Fue entonces cuando le vi. Sentado distraído, recostado sobre el tronco de uno de los árboles sin levantar la cabeza, con su libreta de tapas marrones desgastadas y lapicero en mano, dibujando algo que la distancia que flotaba entre nosotros como un guardia de seguridad con los brazos extendidos me impedía ver. Una vez más, despertó mi curiosidad. Tenía esa extraña habilidad de despertar en mí una curiosidad introspectiva, suspicaz, pasional y al mismo tiempo con ciertos destellos de ternura.  Me detuve en seco durante unos segundos, limitándome a observarle sin atreverme a cruzar la barrera. De pronto mis plantas se despegaron del suelo, arrastrando consigo algunas hojas secas. Mis rodillas se flexionaron y mis piernas comenzaron a moverse. Mi cuerpo entero experimentó un impulso difícil de definir que mi cerebro no era capaz de controlar, en aquel momento. Las órdenes venían de otra parte más profunda, más vehemente, más íntegra. Su silueta comenzó a hacerse cada vez más nítida a medida que me acercaba hacia él, y sentí como si un muro de mármol pétreo y gélido se rompiera en mil pedazos a mi paso. Justo en el instante en el que mis pies se toparon con los suyos, alzó la cabeza con una sonrisa. Esa sonrisa llena de dientes y de hoyuelos y de venacomerteelmundoconmigo, aquí, ahora, y ya veremos qué pasa después. Me enamoré de esa sonrisa desde el primer día en que me dio dos besos y me dijo su nombre. Y es que hay que ver qué bien le sientan siempre esos dos besos a mi frío. Allí estaba, sentado frente a mí, observándome. Pero había algo raro en su expresión, una picardía diferente a la habitual. ¿A caso me esperaba? Sí, me esperaba. Una vez más mi cuerpo no hizo caso a mi mente y obedeció las órdenes de mi alma, haciendo que mi mirada se dirigiera a su preciada libreta. Él sonrió más ampliamente todavía, y yo sentía cómo el sol moría tras las montañas y cómo me encantaba la idea de que él y yo volviésemos a respirar el mismo aire. Se incorporó sin dejar de mirarme, y allí, parado frente a mí, con sus labios a escasos centímetros de los míos, le dio media vuelta al cuaderno. Todo a nuestro alrededor pareció desvanecerse de golpe, y el tiempo se detuvo como si miles de relojes de arena en todas las partes del mundo hubieran explotado a la vez, esparciendo los restos en todas las direcciones. Ya no existía muro de mármol, ni guardia con los brazos extendidos, ni nada que nos detuviese, en aquel momento. Intenté aferrarme al sueño como pude, negándome a despertar una y otra vez mientras sentía su sonrisa cada vez más borrosa. Intenté por todos los medios no apartar aquella imagen de mi cabeza. Justo antes de resignarme a abrir los ojos, pude escuchar sus palabras, firmes y claras, que decían: "Ya no sé cómo hacer qué te des cuenta, a estas alturas. No puedo dibujar otra cosa que no seas tú".

No hay comentarios:

Publicar un comentario