lunes, 5 de noviembre de 2012

Sentirse pequeña...y seguir caminando.

Nada más abrir la puerta mi mirada recorrió inconscientemente y de manera atropellada todos y cada uno de los rincones de aquel  amplio despacho...y a la vez ninguno. Mi memoria fotográfica  tuvo que adoptar automáticamente el estado off, porque creo que sería incapaz de mencionar ni un sólo detalle concreto de aquel lugar. La primera impresión que generó en mí aquella sala podría describirse con una palabra: Inmensidad. Y madera, madera de la bonita, de la que transmite esa sensación de estar sentada junto al fuego de una chimenea en una casa de madera perdida en el bosque. Aquel hombre de mirada clara y penetrante, ataviado con un elegante traje y una bonita corbata, se acercó a saludarme con semblante serio, y al mismo tiempo agradable. Dejaba atrás una mesa color ocre, amplia, como las que salen en las películas en los despachos de personas importantes. No sabía muy bien qué se suponía que tenía que hacer, ni cómo saludarle, si debía continuar acercándome o simplemente limitarme a esperar en la otra mesa, la redonda, también como las de las películas, esas en las que se reúnen para hablar. En aquel momento no me sentía como una joven de 24 años y 1,71 de estatura, sino mucho más pequeña, mucho más. Aquellas personas me trataban de igual a igual, con amabilidad, respeto, educación, haciéndome sentir a gusto, cercanas...pero era inevitable pararme a pensar, y darme cuenta de que ellas han recorrido un camino mucho más largo que el mío hasta llegar al punto en el que están. Y es que aunque a veces nos parece que el camino que dejamos atrás es tedioso y complejo, no nos damos cuenta de que el que nos queda por recorrer, lo es todavía más.

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