sábado, 24 de noviembre de 2012

Días de 32 horas.

Llevo ya unos cuantos años dejando caer, bastante a menudo y en especial cada vez que siento un agobio constante desde que me levanto por la mañana hasta que pongo fin al día, y a altas horas de la madrugada me arropo entre las sábanas, que los días deberían de tener 32 horas. Así tendría tiempo para hacer todas las cosas que tengo que/quiero hacer, y que hago, y podría dedicar las 8 horas extra del día a esa anodina costumbre que, aunque siempre he considerado una pérdida de tiempo, reconozco que en ocasiones resulta necesaria para el cuerpo humano, que es dormir. De ahí vienen esas 32, y digo 8 extra porque es lo que aconsejan los expertos del sueño, ya que yo personalmente, en esto de dormir ando bastante perdida. Y es que a otras cosas puede que no, pero a horas dormidas a lo largo de la vida, me gana cualquiera. El caso es que en una de esas veces que pensando en voz alta dejé escapar un "los días deberían de tener 32 horas", mi padre comentó, impasible, sin apartar la mirada del televisor ni las manos del cojín que cubría su estómago durante la siesta (el es de esas personas normales que duermen 8 horas, y se echan siesta), "te daría igual, si tuvieras 32 horas, andarías igual de agobiada. Las personas que hacen muchas cosas y van corriendo a todas partes, lo hacen durante toda su vida, tengan el tiempo que tengan". Tiendo a llevarle la contraria muchas veces, por sistema, algunas no comparto lo que dice y otras simplemente me resulta divertido debatir con él, aunque tenga que acabar dándole la razón...pero en esta ocasión, tras reflexionar durante unos segundos, estuve de acuerdo con él desde el principio. Si tuviera 32 horas para hacer lo que me diese la gana, seguramente estudiaría un cuarto idioma en lugar de limitarme a los tres que tengo, me matricularía de mas asignaturas de Psicología en la UNED para terminar antes, entrenaría a otro equipo de baloncesto más a la semana, leería más, escribiría más, nadaría mas de 45 minutos y estaría en el gimnasio más de hora y media. Y si en lugar de 32 los días tendrían 50, seguramente me dedicaría a estudiar medicina, jugaría al tenis, aprendería a tocar el piano bien, o cualquier otra actividad que mantuviera entretenido a mi tiempo. Y es que hay personas que se toman la vida con tranquilidad, y son capaces de dedicar gran parte de sus horas a esa bendita costumbre que tienen, hoy por hoy inalcanzable para mí, de limitarse a no hacer nada. Pero existen otro tipo de personas, como yo, que somos incapaces de permanecer más de 10 minutos sentadas, sin emplear nuestro tiempo en algo que consideremos productivo, y medianamente planificado. El caso es, que tras esta reflexión, y desde aquel día, continuo haciendo exactamente el mismo número de cosas, y durmiendo las mismas pocas horas, pero me tomo la vida de otra manera. Disfruto de lo que hago, me tomo mis segundos de contemplación, de asimilación, de tomar aire y sentirme satisfecha conmigo misma. Y es que como dijo Gandhi, todo lo que hagas en la vida, será insignificante, pero es muy importante que lo hagas, porque nadie más lo hará. Vida, sólo se vive una, y al fin y al cabo lo esencial es saber disfrutar de cada momento, para que cuando llegues al final del camino, y mires atrás, puedas una vez más tomar aire, y sentirte satisfecha, a gusto contigo misma, y por qué no decirlo...contenta.

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