viernes, 27 de abril de 2012

Yonkies de Adrenalina.

Siempre es así. El corazón comienza a palpitar a un ritmo cardíaco más acelerado de lo habitual desde el mismo instante en el que abres la puerta. Miras al interior maravillándote, como si fuera la primera vez que lo ves. Te sientas, la cierras, y entonces, se hace el silencio. Sólo quedas tú ahí dentro. Respiras, y el aire que penetra en tus pulmones los colma como si fuera la última vez que les permitiesen respirar con normalidad. Acaricias el volante con ambas manos, suave, delicado, como el contorno del cuerpo desnudo y curvado de una atractiva mujer. Y arrancas. Una sonrisa se te escapa en el mismo momento en el que aceleras. La misma jodida sonrisa que jamás consigues evitar, ni lo intentas, tampoco. Sientes el sonido del viento taponando tus tímpanos, despeinando tu pelo y obligando a trabajar a tus pestañas. Intentas mantener la calma en las rectas, no dejarte llevar por su simpleza, para no perder el control ante las hermosas e imponentes curvas. Pero a veces resulta imposible. La imprudencia, el ansia de adrenalina que aumenta cada vez más recorriendo todos y cada uno de los rincones de tu cuerpo, hace que cometas un error. Quizás en frío hubieras sido capaz de reaccionar a tiempo, pero cuando estás en plena carrera es complicado...demasiado. Y entre el sonido de gritos y sirenas, la sensación de elevarte sólo sobre una camilla de sábanas blancas que se tiñen de rojo, y el dolor indefinido, en ninguna parte y en todas en general, dan paso a la inconsciencia. La gente piensa que los que la superamos para contarlo perdemos las ganas por competir...pero como cualquier adicción, es tan peligrosa que aun conociendo el riesgo, aún habiendo tomado café con la muerte, aún sintiendo en nuestra propia piel las consecuencias de un mal golpe, somos incapaces de dejar de conducir un coche de carreras.  Tengo treinta y dos años. Llevo tres casado con una preciosa mujer, tengo un hijo de año y medio, y soy licenciado en derecho. Dos costillas fracturadas, un brazo roto, y diecisiete puntos en la zona posterior de la cabeza. Y en lo único que pienso es en el día en el que me levante por la mañana, y esté recuperado para volver a arrancar, volver a acelerar, volver a competir...y volver a ganar.

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