lunes, 16 de abril de 2012

Debajo del agua.

-Cada mañana, a las 7 en punto, suena el despertador de mi mesilla de noche. Table de nuit, como dicen los franceses, no se por qué siempre me ha hecho gracia esa expresión. Ni un minuto antes, ni uno más tarde. Me despierto todos los días a las 7 en punto de ese viejo cacharro con pilas que parecen ser interminables, no recuerdo haberlas cambiado nunca. Es de agujas, no pienses que es de los digitales que tienen hasta radio y diferentes melodías. Este siempre suena igual, con el mismo tono desagradable y ensordecedor, que te hace pitar los tímpanos hasta que te pican, y te dan ganas de arrancártelos por dentro. Antes tenía la costumbre de golpearlo, me provocaba mal humor, pero mis oídos se han acostumbrado de tal manera a sus gemidos que ya ni si quiera me afecta. A veces siento hasta lástima por él, y dejo que se desahogue, que siga sonando mientras me lavo los dientes y descuelgo el bañador del tendedero. A las 7 y cuarto salgo de casa, y a las 7 y media estoy en la piscina. Nado una hora, 58 minutos, para ser más exactos, entre que me coloco las gafas y el asqueroso gorro de silicona que obligan a utilizar en esos sitios. Tuve una temporada en la que me afeitaba la cabeza al 0, solo por no tener que usar ese lamentable gorro, pero en invierno se pasa mal, sobre todo aquí, que hace más frío que en tu estupendo país. Suelo hacer siempre las mismas series, salvo cuando me aburro o tengo molestias de algún tipo, y me da por cambiar. Y para las 9 estoy aquí, en la tienda. Desayuno algo dulce, o caliente, si estoy destemplado. Y es en ese momento, cuando comienza mi día.


(...)

Ambos caminaron durante un largo rato hasta la parada de metro más cercana. Acababan de despedirse cuando Samuel se detuvo, y volvió a girarse hacia el doctor Copper, que se encontraba a escasos metros de él.

-¡William!- Le gritó de forma impulsiva, sin reconocer del todo su propia voz.

-Dime, Samuel.-Respondió él, desde la puerta del metro.

-¿Por qué nadar?- El anciano, no tan anciano, tal vez, pero más anciano que nunca en aquel momento, mantuvo su mirada durante unos cuantos segundos antes de decidirse a responder.

-Porque no se puede llorar, debajo del agua.

No hay comentarios:

Publicar un comentario