martes, 24 de abril de 2012

Martita.

Es una niña guapa. Fue lo primero que pensé al verla, con su pelo largo y moreno contrastando con su piel de muñeca de porcelana, cuando no tenía ni 10 años y todavía arrastraba los bajos del pantalón del chándal del colegio que ahora le queda corto. Acostumbra a sonreír con esa simpatía que la caracteriza, y sus ojos brillan, incluso cuando le regañas, y se queda callada, sus ojos continúan mirándote, brillando más que nunca. Siempre ha tenido algo especial, no me preguntes qué, porque tres años después todavía no soy capaz de definirlo. Pero lo tiene. Y no me refiero a su gran puntería, ni a su estupendo manejo de balón, ni a su visión de juego, ni a su velocidad, ni a su templanza, ni a sus ganas, ni a su incansable ilusión. Es algo diferente, algo más, a parte de todo eso, que cada vez que la miro hace que vea más allá de una niña de 13 años jugando a baloncesto en un equipo Infantil en el año 2012. En Marta veo más, a largo plazo, en canchas más grandes, con más edad, más cuerpo, sin camiseta azul, aunque le pese. Quizás se canse del baloncesto antes de tiempo y no lo quiera aprovechar, pero estoy segura de que lo tiene...lo tiene.

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