El diccionario de la Real Academia Española define el término "vulnerable" como aquello que puede ser herido, física o moralmente. Hay quien considera equivocadamente que vulnerable es sinónimo de débil, pero cualquier ser humano, en condición de sentir, debe ser, en determinados momentos, vulnerable. Decía un proverbio chino que cuando
soplan vientos de cambio, algunos construyen muros, mientras que otros
construyen molinos. Levantarse cada
mañana con una actitud optimista para lo que sea que nos depare la vida puede
que sea la mejor opción para afrontar lo que tenga que venir, pero de vez en
cuando uno necesita darse un margen. Al fin y al cabo, es complicado construir
molinos si sólo disponemos de ladrillos y cemento, en cuyo caso los muros siempre
son la mejor opción para el alma. Uno
necesita su trocito de soledad y de aislamiento de vez en cuando, tarde o temprano
acabará llegando alguien dispuesto a ayudarte con el material que te falta. Te
observará durante un tiempo, hasta que sea capaz de trepar, asomarse a tu
muralla, y saltar. Puedes juzgar a la gente por lo que hacen cuando nadie les
mira. Cuando creen, que nadie les mira. Ayer te vi, aunque tú no lo sepas. Te vi, escuché en la distancia cómo te
llamaban, y el cielo gris se volvió azul
de repente. Las nubes se disiparon de golpe como el humo de uno de esos trucos de magia
que tanto nos gusta pensar que son verdad, y dieron paso al sol más reluciente
de este Otoño gris. Entonces me sentí feliz, porque supe que aún siento. Da
igual qué, pero siento. Sé que siento, porque al verte, al escuchar tu nombre,
necesito sujetarme el corazón. Y no se trata de una necesidad física, pero te
juro que la sensación de que el alma se me revolvía por dentro y se me iba a
escapar por los poros de la piel no me la invento. Fue entonces cuando volví a
entender eso de que no somos fríos por la ausencia de sentimientos, sino por la
abundancia de decepciones. Y lo
difícil que es explicarle a alguien que
puede ser todo para ti cuando piensa que no tiene nada que ofrecerte. Porque
somos así. Cuando estamos rozando el cielo en la cumbre más alta de la montaña,
va, y se nos antoja el mar. Yo me perdí entre
los besos que decían que nunca te irías, justo antes de que tu cogieras ese
tren hacia ninguna parte y yo me mudara de piel el corazón. Me fui, sin carta de despedida, sin discusión
de medianoche, sin punto y final de los finales de los que habla Sabina. Me
fui, pero no me he ido. La impuntualidad siempre ha sido uno de nuestros
defectos favoritos, y tal vez llegue tarde algún día…pero te aseguro: Llegaré.
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