lunes, 24 de noviembre de 2014

Un hombre hecho de lluvia.

Quiero un hombre hecho de lluvia. Un hombre que me moje, que me haga ver el arcoiris en los días sin nubes, para bailar bajo él toda la noche y ver el sol más brillante en lo alto del cielo por la mañana, cuando ya no esté entre mis sábanas. Un hombre que me empape de vida con su sonrisa, que sea capaz de calarme hasta los huesos, que me deje temblando y pensando en qué es lo que ha pasado, que se escurra en mi mente sin avisar. Que sea sorprendentemente incontrolable. Que me refresque en la noches calurosas de verano y me bese bajo su paraguas en las frías noches de invierno. Que sea un torrente de emociones, que sienta, que su impulsividad cree vida a mi alrededor. Pero sé que debo tener cuidado, porque la lluvia es delicada. Dicen que jugar con fuego es arriesgado, pero eso sólo sirve para quien nunca ha jugado con agua. Jugar con agua es completamente impredecible. Lo que parecía una pequeña tormenta de verano puede llegar a convertirse en un monzón que arrasa con todo, es imposible poner barreras ante ello. Si quiere, puede hacer crecer la primavera en el colchón de tu cama, pero también puede devastar, asolar, arramblar, no dejar piedra sobre piedra, ahogarte en un mar de dudas. Y aún así, yo quiero un hombre hecho de lluvia. Y es que seguramente sean los únicos capaces de quitarte la sed en medio del desierto, aunque después de uno de ellos no te queden ganas de acercarte a ningún otro por miedo a volver a sentir esa sensación de que te inundan los pulmones sólo con su mirada. Pero llegados a este punto, me pregunto yo...¿No merece la pena sufrir la neumonía provocada por el agua helada, antes que pasarte toda la vida en seco? Como dijo François Ozon en la película Dans La Maison...Ni siquiera la lluvia, puede bailar descalza.


1 comentario:

  1. UNA MUJERCITA HECHA DE LLUVIA

    Quiero una mujercita. Mujercita por ser mujer y por no perder, la niña que lleva dentro, ni dejarla siempre estar a flor de piel. Una mujer que, cuando yo camine cabizbajo, me recuerde, en el reflejo de su huella, lo que ir con la mirada bien alta me ofrece. Que con sus caricias me limpie las heridas, que borre el rastro de las caídas y alivie el escozor que en ellas provocó el sudor, fruto del esfuerzo por olvidar lo que dolía. Que me despierte con el repicar de sus dedos en mi ventana por las mañanas; que pinte en mí una sonrisa para todo el día. Que riegue las semillas de mi felicidad, de mi cara de tonto enamorado por la vida. Una mujer hecha con lluvia por la que no me quede encerrado en casa, sin salir, sin hacer las cosas que sin ella solía hacer, sino que las haga del mismo modo, pero disfrutándolas con mayor intensidad, por su presencia, por con ella compartirla. Que cuando caiga en tromba, se lleve la desconfianza creada por tormentas anteriores, floreciendo en mi esa sonrisa, creciendo los pétalos de mis emociones y dando rienda suelta al colorido de cada día de mi vida. Que su ser impredecible no me dé miedo, ni me haga poner barreras, sino que me haga vivir a gusto, ignorante de los peligros de sus caprichos, hipnotizado por el aroma que desprende en invierno, en contacto con la hierba; o por estar embelesado en la nube que crea en verano, al evaporarse por caer sobre el caliente asfalto. El riesgo merece la pena. Tras la tormenta, siempre llega la calma... ¡Que no llegue nunca!. Que no cesen los rayos y centellas, que encogen mi pecho con sus puestas en escena, que me arrancan suspiros de nervios, de alivio y de ternura. ¡Qué bien suena!

    Una lluvia es impredecible, caprichosa, tiene riesgos y peligros, puede ser dichosa. ¿Y si me empeño en que vaya por donde yo quiera, si pretendo cambiarla? La tormenta cesará, y los campos de mi alegría se secarán. La nube, a otro valle viajará. Pero, ¿y si me amoldo a esa mujer, dejando que fluya de modo natural, dejando que sea ella, por donde sus impulsos, corazón o razón la llevan; por donde sienta...?

    Una mujer repleta de lluvia. Qué importa si no sacia mi sed en medio del desierto, pero me embelesa en la fantasía de un oasis; si me hacer viajar a la utopía, rodeado de palmeras y agua cristalina, lejos de la áspera y dura realidad, eso es lo que cuenta. Y hace que el sueño dure y dure... Ojalá sea ella para siempre la que mis labios moje. Pero después, si toca, ya me repondré, con su recuerdo sonreiré, y otra nube con lluvia conoceré. No hay sequía que cien años dure. Que me quiten lo empapado y resfriado, pero luego al buen cobijo y cuidado de un tierno regazo, recuperado y aliviado, con ganas de salir ahí fuera, sin paraguas, por si ella se estuviera acercando.

    Pit :)

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