miércoles, 30 de julio de 2014

Susurros de papel.

Dicen que la casualidad es difícil de entender, pero yo la entendí el mismo día en el que tus labios se cruzaron en el camino de los míos. La noche en la que tu boca decidió deternerse a medio trayecto entre los dos besos que esperaban mis mejillas para trazar la mediatriz más imperfectamente perfecta que recuerdo, y explicarme sin palabras que la soledad no siempre es buena compañía. Que de vez en cuando hay que apartar el paraguas a un lado y mojarse cuando está lloviendo. Sentir el agua caer sobre nuestro cuerpo, que atraviese nuestros huesos, nos empape hasta el alma...y dejarse llevar por la corriente. Desde entonces muchas noches me encuentro a mí misma desnudándote con mi lápiz y haciendo el amor sobre el papel, pensando en lo sencillo y al mismo tiempo complicado que sería cualquier madrugada abrirme paso entre tus sábanas. Que usaras mi cuerpo de instrumento y que tus silenciosos gemidos se convirtieran en mi canción favorita, mientras mis manos acompañan el ritmo recorriéndote la espalda, y mis uñas desabrochan en ella tormentas que derramar sobre tu cama. Sueña conmigo, anda. Quiero decir, mejor sueña aquí, a mi lado, para que nuestros cuerpos puedan hacer el resto. Quizás no tenga mucho sentido, pero qué importa. Siento frío, y me apeteces. Me apeteces a destiempo, incluso cuando no pienso en ti, pero suenas de fondo, como una dulce melodía, al principio, que poco a poco va cogiendo forma, que va in crescendo hasta convertirse en un sonido trepidante y violento que finaliza de golpe al terminar la canción, cuando todo se queda en calma. Dejar que me desnudes el orgullo, y admitir que el único problema es que tú eres la solución, que no se puede negar lo evidente, que hay deseos que no se cubren con miedos ni mentiras...y que de vez en cuando, hasta las diosas necesitan que alguien les lama las heridas.


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