viernes, 11 de julio de 2014

Donde caben dos, no caben tres.

Dicen que donde caben dos caben tres, pero si ese dos fuese nosotros a mí me sobraba el tercero. Ojalá pudiera curarte penas, borrarte agobios, evitarte heridas. Pero sólo puedo besarte. Y aún así, no me extraña que sonrías. Píntame cualquier calle de la mano, mudémonos a la ciudad de una cama, quiero sacarme el doctorado en hacerte llorar de la risa. Recuérdame de memoria, como si te conocieses todas mis esquinas, que no te hace falta encender la luz para caminarme. Vuelve a mí. Vuelve de una vez, anda. Ven y así nos escribimos a besos en la piel común un poema no apto para cobardes, y nos matamos a polvos toda la noche para seguir tan vivos por la mañana. Polvo, curiosa palabra. No sé por qué lo llaman así, si sólo él es luz, y cuerpo, y alma. Entre orgasmos y abrazos vamos a inventar juntos tantos colores que habrá que contratar un ejército de ciegos felices para contarlos. Y cuando te vayas yo me quedaré esperando tu regreso, impasible, tumbada sobre la cama observando los anillos que salen de un cigarrillo a medio terminar, pensando en lo tremendamente agotador que es para las que hemos probado tus labios, acariciado tu espalda y estudiado los hoyuelos de tu sonrisa, tener que convencer a otras personas de que la magia existe.


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