miércoles, 11 de julio de 2012

Suma y Sigue.

Es increíble como el paso del tiempo transforma un sentimiento. A  los 9 años sueñas con llegar a ser tan alta como ese entrenador que hace mates en las canastas pequeñas. A los 10 estás deseando que pase un año más para que te dejen jugar con las mayores, en campo grande, con balón grande. A los 12 sueñas con llegar muy alto, como los jugadores que salen en la tele y llevan equipaciones de las de verdad, de tirantes finos, sin que tu madre te obligue a llevar una camiseta de manga corta por debajo, para no coger frío. Con 14 entrenas y entrenas, y no paras de entrenar, todas las horas del mundo son pocas, y aunque acabes agotada siempre quieres más. A los 16 tu adolescencia lo convierte en una salida, una manera de despejarte, de huir de todos tus problemas y  sólo pensar en una cosa: Jugar. Con 18 viene el salto grande, gente más experimentada que tú en la misma cancha, personas de la que tienes mucho que aprender, y lo más importante, a partir de ahora, aprender sola, porque la mayoría no se va a molestar en enseñarte, es un trabajo propio y personal. Pero pronto te sientes como en casa. No te planteas dejarlo jamás, y la primera lesión importante no genera en ti sino una nerviosa ansiedad que cuenta los días que faltan para poder volver a jugar. Pero tras la primera viene otra, y otra, y otra más, y a los 23, cinco seguidas en cuestión de meses. Entonces llega la definitiva, y ya no cuentas los días que te faltan, si no los que llevas sin ello. Y no cuentas los días que te faltan, porque no es número, es miedo. Y te jode, te revienta que otros puedan y tu no, y ya no soportas ni si quiera el sonido de un balón contra el suelo, o el fino batir de una red contra el viento al dejarlo pasar a través de ella. Pero eres incapaz de plantearte la vuelta, eres incapaz de pensar en el día, en la fecha...y ante el miedo a plantearte si existe o no existe, sigues contando los días...suma, y sigue.

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