martes, 24 de julio de 2012

Día 1.

Apenas soy capaz de recordar con detalle los momentos previos a la operación. La llegada al hospital fue una de tantas, he visitado tantas veces ese lugar en los últimos meses que ya ni su olor a gasas esterilizadas, ni sus paredes herméticas, ni todas esas personas caminando de un lado para otro ataviadas con trajes y batas de colores desteñidos, me hicieron reaccionar. Permanecimos en la habitación algo menos de una hora, lo justo para situarnos, leer el primer capítulo de "El Haiku de las Palabras Perdidas", de Andrés Pascual, y vestirme con ese horrible camisón abierto por detrás. Sólo el camisón. Ni si quiera las bragas me dejaron conservar, "las perderás en el quirófano", me dijo una amable enfermera con tono gracioso, para quitarle hierro al asunto. Eché un último vistazo a la habitación, Mi madre, mi hermano, mi tía...y Pablo. Pablo. Eso me hizo abandonarla con una sonrisa. Mi padre me esperaba fuera, y se despidió de mí con un gesto enternecedor, poco habitual en él. Recuerdo el camino a la planta baja subida en la cama, y cómo valoré esos últimos segundos en los que podía caminar con ambas piernas. Y es que una parte de mi subconsciente sabía que me esperaban muchas horas tumbadas en esa cama. Bajar en ascensor tumbada en ella fue extraño. El doctor Pérez España llegó cuando una de las enfermeras leía mi parte médico, y me saludó con esa enorme y agradable sonrisa que le caracteriza, al tiempo que se colocaba con delicadeza los guantes de látex. A partir de ahí, todo es confuso. La vía, el pinchazo a media espalda, el sedante, los parches de motorización en el pecho...me sentía despierta, pero no plenamente consciente. Sentí como mis piernas comenzaban a perder movilidad, y poco a poco el resto de mi cuerpo, hasta llegar al pecho. Recuerdo preguntas a cerca de mi estado, hasta sentirme casi incapaz de distinguir de dónde provenía la voz que las hacía. Entonces alguien empujó mi cama en dirección a la sala señalizada con un pequeño cartel metálico como "quirófano 1". A partir de ahí, llego el frío. Un frío helador que hacía tiritar a mis brazos, y a la parte superior de mi cuerpo. El resto estaba bien, tranquilo, en paz. Hasta el incómodo dolor de estómago que horas antes me acompañaba, había desaparecido. Poco a poco, todo se redujo a una suave melodía. El sonido del gotero marcaba el ritmo, firme y regular, en contraposición con el suave pitido de la máquina de pulsaciones, que de pronto se hizo continuo. Por un momento pensé que algo iba mal, pero me tranquilicé al sentir el firme palpitar del corazón. Mi brazo, al ser tan delgado, se había salido del brazalete, o como quiera que se llamen esos trozos de tela con belcro que se adhieren al brazo como si fueran lapas. Sonidos, y más sonidos, mantenían vivo mi cuerpo dormido. No podía sentirlo con el tacto de mis manos, pero sí con la suave caricia de los sonidos que retumbaban dentro de él, mientras los doctores hacían su trabajo...no podía ver más allá de una fina cortina verde...sólo sonidos...y frío. Una tos ahogada elevó mi pecho. No sentía los pulmones, pero sí el fuerte carraspeo en la garganta. Volví a toser, y sufrí la misma sensación. Aquello me impactó, incluso generó en mí cierta angustia. Y mantas, y más mantas, y hasta una bomba de aire caliente entre el hueco de la sábana, intentaban sin éxito que mi cuerpo dejase de temblar. Recuerdo voces, graves, y agudas, y en cuanto escuché al doctor pedir "tendones" una parte de mí supo que no había nada que hacer. El ligamento también estaba roto. Pero el resto de mi ser se encontraba inmerso en esa suave melodía que generaba mi cuerpo, sin querer despertar. De pronto ví una pierna elevarse por encima de mi cabeza. Mi pierna, la que yo continuaba sintiendo sobre la cama, estaba ahi, en lo alto,  sobre el hombro izquierdo del doctor, que le colocaba una especie de media. Para cuando mis funciones cerebrales comenzaron a reaccionar, me encontraba fuera de la sala. En aquella cama, con la bomba de aire, y el doctor apoyado junto a mí. "el ligamento...?" recuerdo que pregunté."Sí. Estaba roto. Pero no te preocupes, todo ha ido bien", dijo con su voz firme de locutor de radio, y esta vez, sonrió también.

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