miércoles, 13 de julio de 2011

Pérdidas.

No me habléis de despedidas, porque al igual que Dios, no existen. Cuando alguien se marcha, y no me refiero a marcharse físicamente, irse de viaje o vivir en otra ciudad, si no a cuando te abandona su alma, siempre te deja dentro esa horrible sensación de ausencia. Algunos intentan llenarlo con el aire de suspiros, otros con el agua que llevan las lágrimas, y los más valientes, con recuerdos olvidados que por momentos cobran vida. Pero no basta. El hueco sigue ahí, profundo, oscuro, vacío. Y siempre creerás que no te despediste realmente, que la última vez que le viste no podía considerarse una última vez, sientes la necesidad de volverle a ver, aunque sea una vez más...siempre quieres una vez más. Pero en realidad, ni una, ni siete, ni doscientas, hubieran sido suficientes, porque si decir adiós es difícil, es humanamente imposible decir adiós para siempre.

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