Él
salió de casa con unas bermudas azul marino, unas sandalias de cuero y una camiseta gris de manga corta. Ella le miró extrañada, con
cara de "qué haces con esa ropa en pleno Octubre", a lo
que él se limitó a responder con una cálida sonrisa. Entonces ella, que se
estaba muriendo de calor con sus vaqueros largos y su jersey de lana,
sonrió también, al tiempo que se lo ataba a la cintura dejando sus
bronceados brazos al descubierto, y remangaba los bajos de sus
pantalones. Le abrazó con ternura, y comprendió entonces que de vez
en cuando hay que intentar deshacerse de esa maldita costumbre que
tenemos las personas de vivir encadenados a la objetividad de las
palabras, sin escucharnos por dentro, y sin hacer caso a lo que
realmente nos pide el cuerpo, la mente, y el alma.
Sobre
suelo firme de tierra seca y fría, envuelto en un manto de hojas
crujientes, ocres y tostadas, camina con pies descalzos, invadiendo
cada rincón del todo y de la nada. Y cuando la pasión del verano se
acaba, cuando el remolino de viento surge entre las sombras desde la
mañana y te recuestas tranquilo, dando descanso a tus alas, el amor
del otoño persiste, te arropa, te calma. Entonces, y sólo entonces,
entenderás que como en verano, se desea lo que se sabe que se acaba,
mientras que lo eterno se quiere...mientras que en otoño, se ama.
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