martes, 30 de octubre de 2012

Otoño.

 Él salió de casa con unas bermudas azul marino, unas sandalias de cuero y una camiseta gris de manga corta. Ella le miró extrañada, con cara de "qué haces con esa ropa en pleno Octubre", a lo que él se limitó a responder con una cálida sonrisa. Entonces ella, que se estaba muriendo de calor con sus vaqueros largos y su jersey de lana, sonrió también, al tiempo que se lo ataba a la cintura dejando sus bronceados brazos al descubierto, y remangaba los bajos de sus pantalones. Le abrazó con ternura, y comprendió entonces que de vez en cuando hay que intentar deshacerse de esa maldita costumbre que tenemos las personas de vivir encadenados a la objetividad de las palabras, sin escucharnos por dentro, y sin hacer caso a lo que realmente nos pide el cuerpo, la mente, y el alma.

                              

Sobre suelo firme de tierra seca y fría, envuelto en un manto de hojas crujientes, ocres y tostadas, camina con pies descalzos, invadiendo cada rincón del todo y de la nada. Y cuando la pasión del verano se acaba, cuando el remolino de viento surge entre las sombras desde la mañana y te recuestas tranquilo, dando descanso a tus alas, el amor del otoño persiste, te arropa, te calma. Entonces, y sólo entonces, entenderás que como en verano, se desea lo que se sabe que se acaba, mientras que lo eterno se quiere...mientras que en otoño, se ama.

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