domingo, 14 de octubre de 2012

Rupturas.

Esa sensación de consumirte por dentro, de sentir la oscuridad en lo más profundo de tu cuerpo, de tu mente y de tu alma. De la cera cálida que arde, generando ese fuego abrasador que te quema los pulmones. Y ya no puedes respirar, no sientes el aire que intenta entrar, que se ahoga bogando en un mar de lágrimas desconsoladas, manchadas con la rabia que nace en lo más abrupto de tus entrañas. Ese sentimiento inenarrable y vehemente que te empuja a gritar, gritar con todas tus fuerzas hasta hacer saltar tus cuerdas vocales como las de un violín desafinado, hasta reventar todas tus venas y arterias de golpe, y explotar en mil pedazos. Que no quede nada de ti...desaparecer. Desaparecer del mundo, hacerte pequeño en la esquina más fragosa, recostado en la pared más fría, con los pies descalzos sobre el suelo más lóbrego. Y no hay consuelo que te valga, no hay palabra que te alivie, no hay instante que te sane. Dejar que se marche la rabia, que el dolor que te llena te colme, te inunde, se desborde...y cuando pase la tormenta, al menos, te deje en calma.




Si tu magia ya no me hace efecto, si me sueltas entre tanto viento...cómo voy a continuar...


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