viernes, 19 de septiembre de 2014

Un pie delante del otro.

-Mi abuela siempre me decía que hay dos cosas en la vida de las que un hombre nunca se harta: Un buen plato de comida, y un buen abrazo. Y con lo del abrazo se refería al sexo, claro. Pero ella no había usado nunca esa palabra, así tal cual, conmigo. "Ya lo entenderás cuando seas mayor" era una de sus frases favoritas.-Dije intentando contener las lágrimas.-Afortunadamente, sigo sin entenderlo.
-A veces la gente nos decepciona.-Susurró tras un minuto de silencio.-Sufrimos un tiempo, a lo mejor durante mucho tiempo. Y después, poco a poco, comenzamos a perdonar.
-Yo no sé perdonar.
-Nadie sabe.-Alzó la cabeza de nuevo, y me miró fijamente a los ojos.- Lo que hay que hacer es levantarse por las mañanas, y poner un pie delante del otro. Dar un paso tras otro, dejar que las heridas cicatricen hasta encontrar la fuerza suficiente que te permita enterrar el pasado.-Pronunció aquellas palabras en voz baja, con seriedad, como si supiera (como si supiera de verdad) lo que querían decir. Como si él mismo hubiera pasado por eso. En ese momento escuché algo más en su voz, vi algo que antes no había sido capaz de ver.
-Dime, ¿Cómo conseguiste tú aprender a perdonar?-Le pregunté. Se encogió de hombros, y tras un leve suspiro, me contestó.
-Me levanto todas las mañanas. Y pongo un pie delante del otro.

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