domingo, 7 de septiembre de 2014

Tinta de Domingo.

Lo recuerdo como si no hubiera pasado el tiempo entre nosotros. Era Domingo y tú estabas cerca. De resaca, pero cerca. Podía acariciar tu piel con las yemas de mis dedos, escribir mi nombre en tu espalda y sentir cómo el bello de tus brazos se erizaba, haciéndote temblar, y sonreír. Tu bello, y lo demás, claro. Tu cuerpo se interponía entre el resto del mundo y yo. Entonces me sentía tan feliz que ni siquiera sabía que lo era. Lo hacíamos como animales. El amor, lo de después, y luego de nuevo el amor. La arena de los relojes siempre cayó a la misma velocidad, pero cuando nuestros corazones latían tan rápido aquellas horas parecían durar minutos. Nos amanecía el sol por la ventana y nosotros aún olíamos a noche. Podría haberme alimentado de tus besos durante el resto de mi vida, pero es imposible intentar cerrar heridas cuando todavía hay ratos en los que nadas en ellas hasta donde no haces pie. Pero sonreíamos, sonreíamos mucho. Recuérdalo. Recuérdalo una vez más, al mirar por la ventana: "Qué cerca se ve La luna", dijiste. Entonces te miré, y supe que tenías razón. Me sentí la mujer más afortunada del mundo, por tener La Luna tan cerca, y a ti a mi lado, en aquel instante, aún sabiendo que en cualquier momento la burbuja explotaría, y todo volvería a eso que llaman normalidad. Hace unas semanas que tengo la absurda sensación de que el mundo se está encogiendo, y cada vez hay menos aire y yo me pongo más nerviosa. Entonces pienso en lo difícil que es explicarle a alguien que puede ser todo lo que buscas, aunque piense que no tiene nada que ofrecerte. Y en lo necesario que es pisar el freno, y no agobiarse...porque pensarte ahora es como jugar a buscar el hueco de una línea discontinua a 180 kilómetros por hora, y yo no estoy para accidentes.


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