viernes, 26 de septiembre de 2014

La mansión de los espejos.

La renuencia a perdonar es como abrazar un cactus y preguntarte mientras tanto por qué sangras. El problema viene cuando el perdonar implica terminar con algo. No me gustan los finales, me da igual lo felices que sean. Seguro que hay un lugar donde se encuentran todos los finales de los que el mundo habla, y se preguntan ente ellos qué hubiera pasado si nunca hubiesen empezado. Yo hubiese preferido que nunca acabaran. A veces uno necesita irse lejos para darse cuenta de que cerca es el mejor lugar. Viajar, coger un tren de camino hacia ninguna parte y mirar de reojo a la gente, pensando en las pocas ganas que tiene de hablar con nadie...nadie que no sea como él, o ella. A veces uno necesita irse lejos para darse cuenta de que le gusta vivir en los silencios si tiene a alguien como él o ella delante, alguien a quien mirar cuando no quiere estar con nadie, sentirse como en una mansión de los espejos y pensar en eso de "A mi lado me doy cuenta de lo mucho que deseo estar en el tuyo". Ojalá supiésemos huir sin movernos. Ojalá no hiciera falta coger ningún tren, para darse cuenta uno mismo al irse, de que lo que realmente quiere, es volver. Y quedarse. Y es que volver siempre fue una opción, pero dolerse nunca es una elección. Y hay heridas abiertas que no duelen aún estando en carne viva, haciendo que nos resulte cada vez más difícil creer en la posibilidad de que algún día, llegarán a cicatrizar del todo.


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